El sacramento que Dios nos ofrece hoy es el confinamiento y
todo lo que de él surge
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Al
hablar de cómo podemos recibir la gracia en este tiempo, primero es interesante
comprender qué es la gracia. Algunos pueden “cosificarla”. Pensar en ella como
si fuera un “producto” que se nos da en los sacramentos. En estos tiempos en
los que no podemos acudir a ellos, no estaríamos recibiendo gracia… y
estaríamos muriéndonos de inanición espiritual.
Sin entrar en etimologías
profundas se puede decir que el término “gracia” está relacionado con la
actitud de misericordia y de benevolencia de Dios hacia los hombres. La gracia,
por decirlo sencillamente, es la misericordiosa ayuda que Dios nos presta.
La
mayor fuente de esta gracia, habitualmente, son los sacramentos. En ellos Dios desborda
su amor, su ayuda, hacia nosotros. Pero no hay que olvidar que todo es gracia:
“Nadie puede decir Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo” (1 Cor 12,
3).
Cualquier
cosa buena que hagamos, es manifestación de la acción del Señor en nosotros. Es
decir, la gracia de Dios para el que quiere
aceptarla puede recibirse constantemente, no es algo que esté necesariamente ligado
a signos los sacramentos. “No está cortada la mano de Dios para salvar” (Is 59,
1). Dios actúa de una forma especial a través de los sacramentos, pero Él es
mucho más grande que los sacramentos, no
se ha cortado las manos a sí mismo instituyendo signos sensibles, por
eso, puede actuar y actúa de mil formas diversas.
Ningún confinamiento puede
detener la acción de Dios. Cuando los fieles no pueden acudir a los sacramentos
el Señor busca otros caminos. Él, por su gracia, hizo santos –y mártires– a
personas y comunidades aisladas o presas, sin ayuda de los sacramentos. La
gracia, el efecto de la acción divina en nosotros, sólo puede ser detenida por
nuestra cerrazón a recibirla. Y hay infinidad –infinitas– maneras de abrir la
puerta del corazón a la misericordia de Dios (a su gracia). Sin pretensión de
ser exhaustivo, ahí van algunas ideas:
1.- ABRIR EL CORAZÓN A DIOS BUSCÁNDOLE EN LA PIEDAD
- Leer la palabra de Dios y meditarla.
- Escuchar la predicación de algún sacerdote.
- o participar de la eucaristía online.
- La oración mental.
- Y la meditación de textos espirituales.
- Realizar comuniones espirituales.
- el del Rosario,
- el del Ángelus,
- o de cualquier otra oración.
- Hacer el examen de conciencia al final del día y pedir perdón a Dios por nuestros pecados.
- Mirar, besar imágenes de Jesús, la Virgen o los santos.
Simplemente
elevar nuestra alma a Dios, devotamente, conscientemente; no como un mantra o una fórmula supersticiosa, sino
sabiendo que nos dirigimos a nuestro Padre Dios, a nuestro Hermano Jesús, al
Espíritu Santo… es abrir la puerta a la recepción de la gracia.
2.- ABRIR EL CORAZÓN A DIOS BUSCÁNDOLE EN LOS DEMÁS
Dios
actúa en nosotros –nos ayuda– cuando somos Cristo para los demás: cuando
servimos. La gracia actúa en nosotros cuando damos amor, especialmente a los
que nos rodean. Y el día a día ofrece mil circunstancias para servir y ayudar a
los demás. Cada vez que lo hacemos, dejamos que entre la gracia y nos configure
a Cristo.
Las obras de misericordia
-corporales y espirituales- son una magnífica fuente de gracia. Dar testimonio
de fe es otra forma de aceptar la gracia y dejar que Dios obre en nosotros.
3.- ABRIR EL CORAZÓN A DIOS BUSCÁNDOLE EN LA CRUZ
Otra
forma de dejar entrar a Dios en nuestra alma es privarse voluntariamente, con
espíritu de penitencia, de alguna cosa lícita y agradable. El ayuno, la menor
comodidad, la renuncia a las redes sociales, a una serie, a internet;
especialmente cuando eso nos lleva a rezar más o hacer la vida más agradable a
los demás, es también gracia. Nos une a Cristo en la Cruz.
En definitiva, la gracia es
sobreabundante (cf. Rm 5, 20). Nos rodea. Estamos –podríamos decir– inmersos en
la gracia, en Dios. “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). Sólo
hay que abrir los poros del alma a ella.
Las
actuales circunstancias de falta de sacramentos, nos ayudan a aprovechar mejor
el “sacramento del momento presente” –en expresión de JP de Caussade, SJ–. El
momento presente es el escenario de salvación que Dios ha pensado para
nosotros. El sacramento que Dios nos ofrece hoy es el confinamiento y todo lo
que de él surge.
Despistarse con situaciones
ideales, nos priva de la gracia que Dios ha pensado para nosotros ahora. No
desperdiciemos la posibilidad de rezar hoy –aunque no sea en la Iglesia–, la
sonrisa que esperan los que me rodean aunque no sea mi mejor día, la escucha al que me acompaña, las
incomodidades del confinamiento, la ayuda que puedo prestar a un vecino, una
situación desagradable, una estrechez económica, la disciplina en el
aprovechamiento del tiempo y el cumplimiento de mis obligaciones, una
posibilidad de ayuno, un servicio…
Hoy y ahora, Señor,
¿qué esperas de mí? Él ahora es también un sacramento:
ahí está Dios y ahí está su gracia.
Enrique Bonet
Fuente:
Aleteia