LLAMADOS A LA SANTIDAD
II. «Santificar el propio
trabajo», «santificarse en el trabajo», «santificar a los demás con el trabajo».
Necesidad de personas santas para transformar le sociedad.
III. Santidad y apostolado
en medio del mundo. Ejemplo de los primeros cristianos.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás
a tu enemigo”. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su
sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a
los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los
publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»” (Mateo 5, 43-48).
I. Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5, 48), nos dice el
Evangelio de la Misa. El Señor no sólo se dirige a los Apóstoles sino a todos
los que quieren ser de verdad sus discípulos. Para todos, cada uno según sus
propias circunstancias, tiene el Señor grandes exigencias. El Maestro llama a
la santidad sin distinción de edad, profesión, raza o condición social.
Esta
doctrina del llamamiento universal a la santidad, es, desde 1928, por
inspiración divina, uno de los puntos centrales de la predicación del Beato
Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, quien ha vuelto a
recordar que el cristiano, por su Bautismo, está llamado a la plenitud de la
vida cristiana, a la santidad.
Más
tarde, el Concilio Vaticano II ha ratificado para toda la Iglesia esta vieja
doctrina evangélica: el cristiano está llamado a la santidad, desde el lugar
que ocupa en la sociedad. Hoy podemos preguntarnos si nos basta solamente con
querer ser buenos, sin esforzarnos decididamente en ser santos.
II. La santidad, amor
creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos adquirirla en las
cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía.
“Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el trabajo,
santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar
así a Dios en el camino de sus vidas” (Coversaciones con Monseñor Escrivá de
Balaguer, 55) Santificar el trabajo: bien hecho, cumpliendo fidelísimamente la
virtud de la justicia y afán constante por mejorar profesionalmente.
Santificarnos
en el trabajo: Nos llevará a convertirlo en ocasión y lugar de trato con Dios,
ofreciéndolo a Él, y viviendo las virtudes humanas y sobrenaturales. Santificar
a los demás con el trabajo: El trabajo puede y debe ser medio para dar a
conocer a Cristo a muchas personas si somos ejemplares en la manera cristiana
de actuar, llena de naturalidad y de firmeza.
III. La Iglesia nos recuerda
la tarea urgente de estar presentes en medio del mundo, para conducir a Dios
todas las realidades terrenas. Así lo hicieron los primeros cristianos. Esto
sólo será posible si nos mantenemos unidos a Cristo mediante la oración y los
sacramentos. El Señor pasó su vida en la tierra haciendo el bien (Hechos 10,
38). El cristiano ha de ser “otro Cristo”. Esta es la gran fuerza del
testimonio cristiano. Pidamos a Nuestra Madre que nos ayude ser testigos de su
Hijo, mientras nos esforzamos en buscar la santidad en nuestras circunstancias
personales.
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org