Sólo el Amor puro y verdadero que nos enseña Dios nos hace nuevos
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¿Alguna vez
pensaste cuánto nos cuesta vivir de manera coherente en medio del ruido de un
mundo que nos quiere absorber a cada segundo y bombardear con ideas que nos
quieren hacer desviar de la fe?
Cuando en mi
proceso personal comencé a orar y a hacer un firme propósito de abandono a la
voluntad de Dios en mi vida, entendí que tener fe implica
necesariamente salir de una zona cómoda y una seguridad que nos mantiene
estancados y buscando excusas para que nuestras debilidades nos controlen.
Cada día
viviremos una batalla para restaurar la mente, rechazando tantas
mentiras y engaños del mundo que contradicen lo que Dios nos enseña y así poner
nuestra mente bajo la autoridad de Dios.
Por tanto
tiempo desde mi humanidad, quería seguir teniendo el control de muchas
maneras en mi vida y dejaba a un lado pensar realmente cuál es el propósito de
Dios para mi vida.
¡Claro! Cuando
más me acerco a Dios, la batalla se intensifica, sobre todo multiplicándose
como bacterias la duda y el miedo sobre la obra de Dios en mi vida y
entonces acá entendí por qué muchos desfallecen.
Por años luché
con palabras duras que en mi infancia me habían sido dichas y después de hacer
un proceso personal de sanación con Dios recibí el llamado a la importancia de
trabajar por la restauración de las familias.
Hoy en día hay
muchos jóvenes infelices y comencé a apoyar a muchos en talleres de
crecimiento personal de la mano de Dios.
Hoy entiendo y
lo comparto y enseño en los talleres que no hay proceso de sanación sin
dolor, un dolor que para cada persona tendrá una medida diferente, no hay
cruz sin sufrimiento, un sufrimiento para cada persona en una manera diferente.
Pero lo más
hermoso de todo es ver que la redención, esa resurrección, ese renacer
personal es permitir que el dolor nos haga nuevos, que a través del dolor
en mayor o en menor medida somos transformados en el amor de Dios.
Sólo el Amor
puro y verdadero que nos enseña Dios nos hace nuevos, todo lo viejo pasa, ¡todo es nuevo cuando permitimos que Dios haga esa
gran obra en nosotros!
Cuando le
permitimos al Señor quintarnos el velo que nos cubre los ojos, que caigan esas
escamas que nos ciegan (como en la hermosa conversión de san Pablo), entonces
ahí, sólo ahí… comenzamos a ver, a conocer a Dios y a conocernos a
nosotros mismos.
Acá les
comparto un aparte de un hermoso testimonio de un joven que Dios puso en camino
para esta hermosa labor de los talleres de crecimiento y sanación:
“¿Les ha
sucedido que después de llevar una “vida exitosa”, tanto en los planos
afectivos, económicos, laborales como académicos, se llega a un momento
en el que te detienes a pensar si esa vida nos llena, y nos hace feliz?
Cuando la
respuesta es negativa, ¿No empezamos a pensar qué cambios realizar para
enderezar el camino y los anhelos personales se vean alcanzados?
Y a veces,
viene una luz a nuestras mentes, y es cuando nos damos cuenta de que no importa
lo que hagamos, siempre sentiremos un vacío en el corazón, nos
sentiremos incompletos…
Y ahí es cuando
se nos presenta Dios en nuestras vidas, el Ser Todopoderoso, creador y dueño de
todo, que nos conoce en nuestra totalidad, y que es la respuesta a las
preguntas más íntimas que hay en nuestro interior…
Y nos embarga
la emoción, y anhelamos saber más de ese Dios… pero llegamos al momento de
decirnos: ¿cómo podemos realmente conocerlo?
Lo empezamos a
buscar de muchas maneras y todo resulta en un intento desesperado por abarcar y
percibir con nuestros sentidos e intelecto a Dios, aquel Ser infinito, que no cabe en nuestras mentes.
Y a pesar de
intentarlo todo, se llega a un punto en el que se siente no avanzar y empezamos
a caer en experiencias y errores del pasado.
Nos cuesta un
montón dejar de repetir patrones y hábitos en
nuestro diario vivir y en muchas ocasiones, nos desanimamos al no poder recoger
los frutos del tiempo y esfuerzo invertido.
Vivimos en una
sociedad en la que se tiene la idea de que los éxitos son
proporcionales a los sacrificios personales que hacemos para alcanzar nuestras
metas.
Muy a mi pesar,
debo hacerles saber lo que he ido aprendiendo en mi vida… y es que los caminos
y actuar de Dios son definitivamente, muy diferente a los de los hombres.
Reconocer los
llamados, empezar a darse cuenta que la vida que se lleva no es la adecuada,
que no es acorde a aquello a lo que Dios nos llama, que somos seres de
costumbres, y hacer cambios implica esfuerzos grandes.
Se presenta el
llamado a ser “nuestra mejor versión”.
Todo es un
proceso. A veces hay fallas, y se vuelve a caer…pero Dios nos
levanta, nos lleva… y a veces lo hace a través de nuestros amigos y seres
queridos… o de un perfecto desconocido.
Y en todo este
camino, he contado con la presencia de Nany. Me ha guiado y ayudado a ver que
Dios siempre ha estado ahí.
Y más
importante aún, que seguirá ahí… y en la medida en que yo lo deje entrar y
actuar en mi vida, las cosas irán a la verdadera felicidad.
Sigo en mi
camino, y tengo la certeza de que Nany será parte importante en éste”.
Soy una
convencida que la compañía y amor de Dios se nota en nuestra vida cuando somos
testimonio de luz con alegría, cuando descubrimos que permitiendo que Él sane
nuestras heridas podremos avanzar sin dolor, ser realmente felices y tener la
certeza que de la mano de Dios siempre todo estará mejor!
Con mi mejor
sonrisa no me canso de decir, ¡Señor, En Ti Confío!
Adriana Ayala
Venegas
Fuente: Aleteia