LA CRUZ DE CADA DÍA
II. La Cruz en las cosas pequeñas de cada día.
III. Ofrecer las contrariedades. Detalles pequeños de mortificación.
«Y añadió: Es necesario
que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea condenado por los ancianos,
los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que sea muerto y resucite al
tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Pues el que quiera salvar su vida, la
perderá; el que, en cambio, pierda su vida por mí, ése la salvará. Porque ¿qué
adelanta el hombre si gana todo el mundo, pero se pierde a sí mismo, o sufre
algún daño?». (Lucas 9, 22-25).
I. En el Evangelio de la
Misa, Cristo nos habla: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lucas 9, 23). El Señor se dirige a
todos y habla de la Cruz de cada día. Son palabras dichas a todos los hombres
que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos
flojos y blandos, sin sentido del sacrificio.
Uno
de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en el alma es
precisamente el abandono de la Cruz.. Por otra parte, huir de la cruz es
alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de sus frutos es
precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también
una profunda paz, aun en medio de la tribulación y de dificultades externas. No
olvidemos pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que
cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los
demás.
II. La Cruz del Señor, con
la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que producen nuestros
egoísmos, envidias o pereza. Esto no es del Señor, no santifica. En alguna
ocasión encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y
dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido.
Sin
embargo, lo normal será que encontremos la cruz de cada día en pequeñas
contrariedades en el trabajo, en la convivencia; en un imprevisto que no
contábamos, planes que debemos cambiar, instrumentos de trabajo que se
estropean, molestias por el frío o calor, o el carácter difícil de una persona
con la que convivimos.
Hemos
de recibir estas contrariedades con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con
espíritu de reparación, sin quejarnos: nos ayudará a mejorar en la virtud de la
paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Además
experimentaremos una profunda paz y gozo.
III. Además de aceptar la
cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar
otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que
nos pide el Señor. Unas nos facilitarán el trabajo, otras nos ayudarán a vivir
la caridad.
No
es preciso que sean cosas más grandes, sino que se adquiera el hábito de
hacerlas con constancia y por amor de Dios. Digámosle a Jesús que estamos
dispuestos a seguirle cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org