Mi programa de Cuaresma quiero que sea el constante agradecimiento y admiración al recordar que «estoy salvada por la gracia y mediante la fe y que no se debe a nada mío, sino que es un don de Dios
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Dominio público |
Cuando
había transcurrido cierto tiempo, levanté la vista y no vi a mi padre. Comencé
a llamarle: «¡Papá, papá!», pero no obtuve respuesta. Insistí, pero no oí
ninguna voz. Me empezó a entrar miedo y angustia. Estaba sola, perdida en medio
de un monte desconocido.
Recordé
entonces algo que me había enseñado: «Si te pierdes en la montaña no camines
hacia arriba sino hacia abajo, porque al pie de ella se encuentra algún
camino». Así lo hice y, efectivamente, lo encontré. Me senté a esperar, a ver
si llegaba alguien. De pronto apareció un coche: ¡Era papá!
Con
frecuencia, y sobre todo cuando llega un tiempo litúrgico fuerte, especialmente
el de Cuaresma, pienso que tengo que mejorar, esforzarme en cambiar, subir el
nivel espiritual en mi vida, no bajar el listón, tener más fuerza de voluntad…
Me preparo un programa.
Pero
he comprobado que mis buenos propósitos suelen acabar en fracasos y, ante esa
gran montaña espiritual que se me presenta para escalar y que me produce miedo
y angustia, quizás deba aplicar el consejo de mi padre y tratar de bajar.
Bajar
por la humildad y repetir con el salmista: «Señor, mi corazón no es ambicioso,
no pretendo grandezas que superan mi capacidad». Y, anclada en las
profundidades de esta actitud, sentarme a esperar. Creo que es la mejor oración
y acción.
Toda
mi esperanza está en que, perseverando en esta actitud, de pronto aparezca un
coche: ¡el de Dios! Su gracia es lo único que puede salvarme venciendo mis
oscuras tinieblas y abriéndome caminos de vida nueva.
Mi
programa de Cuaresma quiero que sea el constante agradecimiento y admiración al
recordar que «estoy salvada por la gracia y mediante la fe y que no se debe a
nada mío, sino que es un don de Dios, y que tampoco se debe a mis obras para
que no pueda presumir». Gracias, Señor, por tu gracia.
Ernestina
Álvarez
Monjas
Benedictinas. Monasterio de Santa María de Carbajal de León
Fuente:
Alfa y Omega