JESÚS
HABLA CON “AUTORIDAD”
II. Algunas
consecuencias: fraternidad, actitud ante las dificultades, confianza en la
oración...
III. Coherederos
con Cristo. La alegría, un anticipo de la gloria que no debemos perder a causa
de las contrariedades.
“Llegó Jesús a Cafarnaúm y el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de
su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los
escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu
inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de
Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús,
entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole
violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea” (Marcos 1,21-28).
Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea” (Marcos 1,21-28).
I. A lo largo del Nuevo
Testamento, la filiación divina ocupa un lugar central en la predicación de la
buena nueva cristiana, como realidad bien expresiva del amor de Dios por los
hombres: Ved qué amor nos ha mostrado el Padre: que seamos llamados hijos de
Dios y que lo seamos (1 Juan 3, 1). El mismo Cristo nos mostró esta verdad
enseñándonos a dirigirnos a Dios como al Padre, y nos señaló la santidad como
imitación filial.
A
mí me ha dicho el Señor: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Estas
palabras del Salmo II, que se refieren principalmente a Cristo, se dirigen
también a cada uno de nosotros y definen nuestro día y la vida entera, si
estamos decididos –con debilidades, con flaquezas- a seguir a Jesús, a procurar
imitarle, a identificarnos con Él, en nuestras particulares circunstancias.
II. Cuando vivimos como
buenos hijos de Dios, consideramos los acontecimientos –aun los pequeños
sucesos de cada día- a la luz de la fe, y nos habituamos a pensar y actuar
según el querer de Cristo. En primer lugar, trataremos de ver hermanos en las
personas que nos rodean, los trataremos con aprecio y respeto y nos
interesaremos en su santificación.
Si
consideramos con frecuencia esta verdad –soy hijo de Dios-, nuestro día se
llenará de paz, de serenidad y de alegría. Nos apoyaremos en nuestro Padre Dios
en las dificultades, si alguna vez se hace todo cuesta arriba (J. LUCAS,
Nosotros, hijos de Dios). Volveremos con más facilidad a la Casa paterna, como
el hijo pródigo, cuando nos hayamos alejado con nuestras faltas y pecados.
Nuestra oración será de veras la conversación de un hijo con su padre, que sabe
que le entiende y que le escucha.
III. El hijo es también
heredero, tiene como un cierto “derecho” a los bienes del padre; somos
herederos de Dios, coherederos con Cristo (Romanos 8, 17). El anticipo de la
herencia prometida lo recibimos ya en esta vida: es el gaudium cum pace, la
alegría profunda de sabernos hijos de Dios, que no se apoya en los propios méritos,
ni en la salud ni en el éxito, ni en la ausencia de dificultades, sino que nace
de la unión con Dios, en saber que Él nos quiere, nos acoge y perdona
siempre... y nos tiene preparado un Cielo junto a Él.
Perdemos
esta alegría cuando nos olvidamos de nuestra filiación divina, y no vemos la
Voluntad de Dios, sabia y amorosa siempre en nuestra vida. Además, el alma
alegre es un apóstol porque atrae a los hombres hacia Dios. Pidamos a la Virgen
la profunda alegría de sabernos hijos de Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org