No hay mayor dolor que el
de entregarse por entero y no ser aceptado
Cuando
un cónyuge muere, sigue viviendo en el corazón del amado, porque el amor real,
bueno y verdadero, es posible a los seres humanos por una bondad hecha vida y
compartida entre dos seres que se aman.
Un
amor cuya bondad trasciende la barrera del tiempo y que comprueba lo absurdo
del divorcio que atenta contra el buen amor, porque desconoce el amor personal
de los esposos.
Este
es un testimonio real, de un matrimonio que, como tal, en realidad, nunca
existió:
Mi divorcio fue como
pasar por una forma de muerte en lo emocional y en lo psicológico, una
experiencia de la me resultó muy difícil volver a la vida.
Cómo no sentirme morir
junto al mismo amor por el que en la intimidad me reconozco a mí misma,
y por el que me entregué en cuerpo y alma con la más completa y absoluta
confianza sin reservarme nada. Un amor pleno y total en el que comuniqué
vívidamente mi humanidad a través de mis sentidos, mis afectos, sentimientos,
haciendo de todo ello mi mejor don.
Y de ese amor desperté
un día a la cruel verdad de que mi don jamás existió como tal, porque
jamás fue acogido, y hube de reconocerlo para dejar de aferrarme a
la necesidad de amar y ser amada por el escogido de mi corazón.
En este duro proceso,
finalmente me he abierto a la comprensión y lástima hacia quien en mi fallido
matrimonio no se implicó personalmente, aun cuando haya sido
capaz de hacerme sentir una falsa entrega desde el primer roce de su mano, su
primer beso, caricias, promesas…
Ahora comprendo que por
eso, en ese amor de atracción que ambos sentimos, él nunca paso de lo
solo sensible al amor de entrega personal, ya que desde un
principio mostró pobres disposiciones en su alma, que hicieron que se
acrecentara su egoísmo sexual y afectivo.
Así, mientras que mi
amor era íntegro y luchaba por vivificarlo todo con un protagonismo más
allá de la pasión y ensoñación, él solo quería una parte de mí, reduciendo
mi entrega a la parcialidad de la suya propia, aferrándose a un dulzón
romanticismo almibarado con promesas de eterna luna de miel, en donde lo sexual
se constituía en el fundamento de sus valoraciones hacia mi persona.
Me
exhibía como un trofeo al tiempo que me
celaba enfermizamente, desconcertándome: hoy me trataba bien, mañana me decía
lo que se le venía a la cabeza sin medir sus palabras, convertido en un
depredador emocional.
Tuve la esperanza de que
la llegada de un hijo pudiera cambiar las cosas, pero me negó la maternidad,
pues su amor, no siendo pleno y total hacia mi persona como mujer, no se podía
extender a la aceptación del don de un hijo. Le preocupaba más que se
modificara mi cuerpo y aparecieran estrías en mi abdomen…
Voluble, desintegrado en
cuerpo y alma, arrastrado por sus pasiones se convirtió en presa de sus
infidelidades, y salía solo de su indiferencia para insistir en agredir y
reclamar lo absurdo. En la mala relación consigo mismo afectaba su
relación con la única persona que quería ayudarlo y hacerlo feliz.
El
amor puede lograr milagros, pero solo en los que luchan poniendo los medios por
superar su miseria. No fue así en mi triste experiencia,
sin sospecharlo me casé con quien, diciendo amarme, intentó corromperme.
El
amor personal es apertura y aceptación, es conocimiento de la bondad del otro
para valorarlo, y sobre todo, es libre respecto de y para el ser que se ama. El suyo se encontraba muy lejos de serlo,
y lo que haya sido, culmino cuando me decidí a terminar la
relación.
Lo
decidí cuando comprendí que el corazón es a la vez fuerte y débil, asegura la
perseverancia ante la adversidad, pero aumenta la vulnerabilidad ante el
desamor, y siendo yo una persona sensible debí
superar la falsa esperanza de sentirme querida, para no exponerme ya a
hirientes decepciones por las que mi fortaleza comenzaba a fragmentarse.
Luego, comprendí con
ayuda profesional, que así como mi amor me hizo ser vulnerable, mi
sentido de dignidad me debía hacer fuerte, y tome la decisión de levantarme
de mi postración, curar mis heridas, luchar por recuperar la confianza de que
en mí no había nada malo y ser capaz de rehacer mi vida en todos los aspectos.
Por
Orfa Astorga de Lira.
Fuente: Aleteia