Aunque
el bautismo de Cristo y del cristiano son de distinta naturaleza, están
íntimamente relacionados, de forma que, sin el de Cristo, no es posible el de
los cristianos
Muchos cristianos confunden la
naturaleza de ambos bautismos, porque no entienden que Cristo, el Hijo de Dios
sin pecado, baje al río Jordán a ser bautizado por el Bautista junto a muchos
otros pecadores. ¿Era pecador Jesús? ¿Necesitaba hacer penitencia por sus
pecados?
De ninguna manera. Jesús es santo en su naturaleza, sencillamente
porque es el Hijo de Dios, Dios mismo.
Entonces, ¿por qué bautizarse?
Digamos, como primera
observación, que Jesús, al unirse a los pecadores que buscan conversión, muestra
de modo simbólico que, asumiendo nuestra naturaleza humana, se ha hecho, en
cierto sentido, solidario con el pecado de los hombres. Ha venido a redimirnos
y salvarnos de nuestro pecado. Y lo hace apareciendo entre los pecadores como
si fuera uno más. De ahí que Juan Bautista, conocedor de la santidad de Jesús,
se niegue a bautizarlo.
Pero hay todavía otro aspecto
de gran importancia teológica. Jesús, ciertamente, se ha hecho hombre. Su
naturaleza humana es, por sí misma, santa, obra del Espíritu que actuó en el
seno de María con la fuerza del Altísimo. Así lo dice el ángel Gabriel a María:
«El Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dio». La santidad de Jesús reside
en su misma persona, la del Hijo de Dios, que, en la plenitud de los tiempos
toma nuestra carne. Pues bien, es esta carne asumida —la naturaleza humana de
Cristo— la que necesita ser ungida por el Espíritu con el fin de ser para
nosotros un cauce eficaz de comunicación de su propia virtud. Cristo es ungido
en su naturaleza humana con el Espíritu que nos comunicará a nosotros.
Si contemplamos ahora la
escena que narra el evangelio de hoy, veremos cómo se abordan estos dos
aspectos del bautismo de Jesús en una unidad armoniosa. Cuando Juan se resiste
a bautizar a Jesús porque reconoce que es el mesías enviado por Dios, éste le
dice: «conviene que así cumplamos toda justicia». Con esta expresión, Jesús se
refiere a la voluntad de Dios que debe cumplir. Dentro de esa voluntad de Dios,
está el que Jesús se humille apareciendo como un pecador. Como dice Dionisio
bar Salibi, Jesús «acudió a Juan para enseñarnos la humildad». También san
Agustín presenta a Jesús como ejemplo de gran humildad, y san Ambrosio reconoce
que la justicia de Jesús consiste en haber realizado primero lo que iba a
exigir a los demás.
La ratificación de que Jesús
es el Santo por excelencia viene dada con la apertura de los cielos, el
descenso del Espíritu Santo que se posa sobre él en forma de paloma, y la voz
del Padre que dice: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto». Esta teofanía no
deja ninguna duda sobre quién es Jesús, el Hijo amado de Dios sobre el que
reposa el Espíritu santo capacitando a su humanidad para transmitirnos la
gracia de ser hijos de Dios.
Por ello, comenzaba este
comentario aludiendo a la estrecha relación entre el bautismo de Jesús y el
nuestro: gracias a que Jesús fue ungido por el Espíritu en el Jordán, podemos
nosotros recibir su unción en el bautismo que él mismo instituye para salvarnos
del pecado y de la muerte. Se entiende así que la fiesta del bautismo de Jesús
sea un magnífico colofón del tiempo de Navidad. Durante este tiempo, la Iglesia
nos habla de un maravilloso intercambio, a saber, que al participar él de
nuestra naturaleza humana, se ofrece al hombre la posibilidad de participar de
la naturaleza divina. Esto es lo que sucede en el bautismo: también a nosotros
el Padre nos considera hijos muy amados al renacer del agua y del espíritu.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia