En su segunda predicación de Adviento el Padre Raniero Cantalamessa se refirió a María en la Visitación, a partir de su cántico de alabanza, el Magníficat
El Papa asiste, junto a la familia pontificia, a la segunda predicación de Adviento
del Padre Raniero Cantalamessa (Vatican Media)
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El
Papa Francisco asistió esta mañana en la Capilla “Redemptoris Mater” del
Palacio Apostólico, junto a la familia pontificia, a la segunda predicación de
Adviento del Padre Raniero Cantalamessa, quien prosiguió sus reflexiones a
partir de María en el Magníficat
En
su segunda predicación de Adviento el Padre Raniero Cantalamessa se refirió a María
en la Visitación, a partir de su cántico de alabanza, el Magníficat, en que la
Virgen dice: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. El Predicador de la Casa
Pontificia explicó que esta meditación conduce con María a la montaña, a la
casa de Isabel, donde la Madre de Dios hablará directamente y en primera
persona con su cántico de alabanza, el Magníficat. Y al recordar que hoy el
Sucesor de Pedro celebra cincuenta años de sacerdocio, el Padre Cantalamessa
afirmó que con el cántico de la Virgen, que es la oración que más
espontáneamente brota del corazón en una ocasión parecida, se podría participar
de alguna manera en su jubileo.
Comprender el Magníficat
El
Predicador dijo ante todo que para entender el Magníficat es preciso decir algo
sobre el sentido y la función de los cánticos evangélicos que tienen la función
de explicar “pneumáticamente” lo que sucede, es decir, poner de relieve, con
palabras, el sentido del acontecimiento, confiriéndole la forma de una
confesión de fe y de alabanza. Y señaló que “indican el significado escondido
del acontecimiento que debe ser puesto de manifiesto”, a la vez que “son parte
integrante de la narración histórica; no constituyen un entreacto ni se trata
de pasajes separados, porque todo acontecimiento histórico está constituido por
dos elementos: por el hecho y por el significado del hecho”. Mientras los
cánticos “introducen ya la liturgia en la historia”. Y, además, estos cánticos
son “palabra de Dios”, inspirada por el Espíritu Santo.
Una nueva mirada sobre Dios
Refiriéndose
concretamente al Magníficat el Padre Cantalamessa dijo que no interesa tanto
saber si lo compuso María, “cuanto saber si lo compuso por inspiración del
Espíritu Santo”, puesto que en él habla el Espíritu Santo. Y así, el cántico de
María “contiene una mirada nueva sobre Dios y sobre el mundo”. A lo que añadió
que “la mirada de María se dirige a Dios” mientras en la segunda parte, “su
mirada se dirige al mundo y a la historia”. De manera que “el primer movimiento
del Magníficat es hacia Dios” que tiene el primado absoluto sobre todo. Y
“María no se demora en responder al saludo de Isabel; no entra en diálogo con
los hombres, sino con Dios. Ella recoge su alma y la abisma en el infinito que
es Dios. En el Magníficat se ha ‘fijado’ para siempre una experiencia de Dios
sin precedentes y sin comparaciones en la historia”.
En
otra parte de su meditación el Predicador afirmó que “el conocimiento de Dios
provoca, por reacción y contraste, una nueva percepción o conocimiento de uno
mismo y del propio ser, que es el verdadero”. Sí, porque “el yo no se capta más
que delante de Dios. En presencia de Dios, pues, la criatura se conoce
finalmente a sí misma en la verdad. Y vemos que así sucede también en el
Magníficat. María se siente ‘mirada’ por Dios, entra ella misma en esa mirada,
se ve como la ve Dios”.
El júbilo de María
También
dijo que “María no atribuye la elección divina a su humildad sino únicamente a
la gracia de Dios”. Puesto que “pensar diversamente sería destruir
la humildad de la Virgen”. “María glorifica a Dios en sí mismo, aunque lo
glorifique por aquello que ha obrado en ella, es decir, a partir de la propia
experiencia, como hacen todos los grandes orantes de la Biblia. El júbilo de
María es el júbilo escatológico por el obrar definitivo de Dios y es el júbilo
de la criatura que se siente amada por el Creador, al servicio del Santo, del
amor, de la belleza, de la eternidad. Es la plenitud de la alegría”.
Riqueza y pobreza eternas
Tras
analizar semánticamente cómo María describe lo que siente el Padre Cantalamessa
invitó a observar lo que ha ocurrido en la historia, en el sentido de que los
poderosos no fueron derribados materialmente de sus tronos ni los humildes
ensalzados; a Herodes se lo siguió llamando “el Grande” y María y José
tuvieron que huir a Egipto por su causa. Por eso explicó que no era un cambio
social y visible lo que se esperaba, porque el “reino de Dios se ha manifestado”
provocando “una revolución silenciosa” y “radical” en la fe.
Lo
que “no significa” que sea “menos real y radical, menos serio, sino que lo es
infinitamente más”. “Se trata – dijo el Predicador – de una riqueza eterna y de
una pobreza igualmente eterna”.
El Magníficat, escuela de
evangelización y de conversión
En
este punto de su reflexión el predicador dijo que no se trata de algo que se
debe sólo predicar, sino de algo que se debe, ante todo, practicar. “María
puede proclamar la bienaventuranza de los humildes y de los pobres, porque ella
misma está entre los humildes y los pobres”. Y “el cambio radical manifestado
por ella debe suceder ante todo en la intimidad de quien repite el Magníficat y
ora con él”. El hombre que vive “para sí mismo”, cuyo Dios no es el Señor, sino
el propio “yo”, es un hombre que se ha construido un trono y se sienta en él
dictando leyes a los demás.
Y
añadió que “María nos exhorta, con dulzura materna, a imitar a Dios, a hacer
nuestra su opción. Nos enseña los caminos de Dios. El Magníficat es
verdaderamente una escuela maravillosa de sabiduría evangélica. Una escuela de
conversión continua”. Y dijo además que “por la comunión de los santos en el
cuerpo místico, todo este inmenso patrimonio se une ahora al Magníficat”.
“Gracias a este maravilloso cántico, María
continúa glorificando al Señor durante todas las generaciones; su voz, como la
de un corifeo, sostiene y arrastra a la de la Iglesia”
Ciudad del Vaticano
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