UN MESÍAS MISERICORDIOSO
II. El Señor es especialmente compasivo y misericordioso con los pecadores
que se arrepienten. Acudir al sacramento de la misericordia. Nuestro
comportamiento con los demás.
III. Las obras de misericordia.
«Después que Jesús
partió de allí, vino junto al mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó.
Acudió a él una gran multitud llevando consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y
otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies y los curó; de tal modo que se
maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y quedar sanos los lisiados,
andar a los cojos y ver a los ciegos, por lo que glorificaban al Dios de
Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Siento profunda compasión por la
muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen junto a mi y no tienen qué
comer; no quiero despedirlos en ayunas no sea que desfallezcan en el camino.
Pero le decían los discípulos: ¿De dónde vamos a sacar; estando en el desierto,
tantos panes para alimentar a tan gran multitud? Jesús les preguntó: ¿Cuántos
panes tenéis? Ellos le respondieron: Siete y unos pocos pececillos. Entonces
ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomó los siete panes y los
peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y
los discípulos a la multitud. Y comieron todos y quedaron satisfechos. De los
trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas” (Mateo 15,29-37).
I. Jesús llamó a sus
discípulos y les dijo: Me da lástima esta gente (Mateo 5, 7). Esta es la razón
que tantas veces mueve el corazón del Señor. Llevado por su misericordia hará a
continuación el espléndido milagro de la multiplicación de los panes. Y nosotros,
para aprender a ser misericordiosos debemos fijarnos en Jesús, que viene a
salvar lo que estaba perdido, a cargar nuestras miserias para salvarnos de
ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. Este es el gran
motivo para darse a los demás: ser compasivos y tener misericordia.
Cada
página del Evangelio es una muestra de la misericordia divina. La misericordia
divina es la esencia de toda la historia de la salvación. Meditar en la
misericordia del Señor nos ha de dar una gran confianza ahora y en la hora de
nuestra muerte, como rezamos en el Ave María. Sólo en eso Señor. En tu
misericordia se apoya toda mi esperanza. No en mis méritos, sino en tu
misericordia.
II. De forma especial, el
Señor muestra su misericordia con los pecadores: les perdona sus pecados.
Nosotros, que estamos enfermos, que somos pecadores, necesitamos recurrir
muchas veces a la misericordia divina: Muéstranos, Señor, tu misericordia. Y
danos tu salvación (Salmo 84, 8), repite continuamente la Iglesia en este tiempo
litúrgico. En tantas ocasiones, cada día, tendremos que acudir al Corazón
misericordioso de Jesús y decirle: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mateo
8, 2).
Esto
nos impulsa a volver muchas veces al Señor, mediante el arrepentimiento de
nuestras faltas y pecados, especialmente en el sacramento de la misericordia
divina, que es la Confesión. Pero el Señor ha puesto una condición para obtener
de Él compasión y misericordia por nuestros males y flaquezas: que también
nosotros tengamos un corazón grande para quienes rodean. En la parábola del
buen samaritano (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios) nos enseña el Señor cuál debe
ser nuestra actitud ante el prójimo que sufre: no nos está permitido “pasar de
largo” con indiferencia, sino que debemos “pararnos” con compasión junto a él.
III. El campo de la
misericordia es tan grande como el de la miseria humana que se trata de
remediar. Y el hombre puede padecer miseria y calamidad en el orden físico,
intelectual y moral. Por eso las obras de misericordia son innumerables, tantas
como necesidades tiene el hombre. Nuestra actitud compasiva y misericordiosa ha
de ser en primer lugar con aquellos con quienes Dios ha puesto a nuestro lado,
especialmente con los enfermos.
Nuestra
Madre nos enseñará a tener un corazón misericordioso, como el de Ella.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org
