Diario de María 24 de diciembre
Dominio público |
“No creo que pueda leer lo que estoy escribiendo, y menos que otro pueda entenderlo. Las lágrimas caen incesantemente, lágrimas suaves, dulces, lágrimas de amor.
En
vano intentaría narrar los sucesos. La jornada fue dura hasta el atardecer,
puertas que se cerraban, y el nacimiento que era más y más inminente. Hasta que
un alma piadosa se compadeció de nosotros, y nos permitió ocupar la cueva de
los animales, que José preparó del mejor modo que pudo.
Y
a partir de allí, ya nada puedo contar. Siento que lo que ocurrió esta noche no
debe ser revelado, y por ello mi silencio. Sólo podría decir que fue como un
suave amanecer, como el momento sublime en que el Sol aparece en el horizonte,
cambiándolo todo y a la vez sin cambiar nada.
Y
fue la alegría inconmensurable. Y fue, en ese momento, oír un canto de una
dulzura jamás escuchada. El canto del Cielo en la Tierra. De pronto, todo
pareció detenerse. Yo siempre di gracias a Yahvé por la paz de mi familia. Pero
sólo esta noche supe lo que era la paz.
Estábamos
solos y a la vez una música celestial lo invadía todo, armonizando nuestro
interior y haciéndonos olvidar tanta angustia pasada.
Y
sobre todo, estaba Él. El Niño más frágil que jamás vi, y a la vez, el más
hermoso. Sus deditos apenas formados, sus manitas, sus piecitos… su boca que se
arqueaba al bostezar y temblaba al llorar.
Y
sus ojos… Entre lágrimas incesantes –al igual que José- lo miré por primera vez
a los ojos y allí supe lo que era el AMOR.
En
esos ojos hay un misterio insondable. Me adentré en esa mirada unos instantes,
y me pareció tocar la eternidad. Toda la historia del mundo y aún más allá
estaban condensadas en esa mirada infantil e inocente.
No
puedo decir más. Temo traicionar tanta belleza con tan pobres palabras. Sólo
quiero decirles una cosa: no tengan miedo. Él nos AMA, los ama. El es la
respuesta a todas nuestras preguntas e inquietudes.
Gracias,
Yahvé. Y gracias, Emmanuel. Que la paz de esta noche alcance a todo el Orbe, del
que tú eres, tú y no otro, el verdadero emperador.”
P. Leandro Bonin
Fuente: Misioneros Digitales Católicos