EL SEÑOR NUNCA NIEGA SU GRACIA
II. La dirección
espiritual, medio normal por el que Dios actúa en el alma.
III. Fe y sentido
sobrenatural en este medio de crecimiento interior.
“En aquel tiempo, cuando
se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino,
pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le
explicaron: -«Pasa Jesús Nazareno.» Entonces gritó: -«¡Jesús, hijo de David,
ten compasión de mí!» Los que iban delante le regañaban para que se callara,
pero él gritaba más fuerte: -«¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se
paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: -«¿Qué
quieres que haga por ti?» Él dijo: -«Señor, que vea otra vez.» Jesús le
contestó: -«Recobra la vista, tu fe te ha curado.» En seguida recobró la vista
y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios” (Lucas
18,35-43).
I. Ocurrió –leemos en el
Evangelio de la Misa (Lucas 18, 35-43)- que al llegar a Jericó había un ciego
sentado junto al camino mendigando. Este hombre es imagen “de quien desconoce
la claridad de la luz eterna”, pues en ocasiones el alma puede sufrir también
momentos de ceguera y de oscuridad.
Muchas
veces esta situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias
no han sido del todo zanjadas, o por falta de correspondencia a la gracia. En
otras ocasiones, el Señor permite esta difícil situación para purificar el
alma, para madurarla en la humildad y en la confianza en Él.
Sea
cual sea su origen, si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos?
El ciego de Jericó, Bartimeo, el hijo de Timeo (Marcos 10, 46-52) nos lo
enseña: dirigirnos al Señor, siempre cercano para que tenga misericordia de
nosotros, y como Bartimeo decirle: ¡Ut videam!, ¡Que vea, Señor!
II. Si el Señor permite que
nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe
no es firme, acudamos al buen pastor. Nadie, de ordinario, puede guiarse a sí
mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La falta de objetividad con que nos
vemos a nosotros mismos hace imposible encontrar los senderos seguros que nos
llevan en la dirección justa. “El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es
como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo”
(SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y de amor)
¡Cuántas
veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para obrar el milagro!
Nunca niega el Señor su gracia si acudimos a Él en la oración y en los medios
por los cuales derrama su gracia.
III. En quien nos ayuda
vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da alimento a nuestra alma
para que siga su camino. Sin ese sentido sobrenatural, sin esta fe, la
dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en algo
completamente distinto: en intercambio de opiniones, quizá.
Este
medio es una gran ayuda cuando lo que realmente queremos es averiguar la
voluntad de Dios sobre nosotros e identificarnos con ella. No busquemos en la
dirección espiritual a quien pueda resolver nuestros asuntos temporales; nos
ayudará a santificarlos, nunca a organizarlos ni a resolverlos. No es ésa su
misión. Si seguimos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos
como Bartimeo, que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de
alegría.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org