Muchos adultos de hoy no parecen querer vivir su dimensión religiosa pero
¿qué ocurre con los niños? ¿Están abiertos a la trascendencia aun cuando sus
padres en la cotidianeidad parecen negarlo?
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Lo dice
el Catecismo de la Iglesia Católica, pero coincide la literatura de
distinto origen y disciplinas: el hombre es un ser religioso, tiene la
capacidad de creer y buscar relacionarse con un ser trascendente al que no ve y
que tiene que ver con su origen, de buscar re-ligarse con Él.
Pero, también
lo dice la Iglesia, y la cultura contemporánea de muchas maneras, los adultos
de hoy no parecen abrumadoramente volcados a vivir su dimensión religiosa, al
menos de manera frecuente y en contextos urbanos. No obstante, ¿qué ocurre con
los niños? ¿Están abiertos a la trascendencia aun cuando sus padres en
la cotidianeidad parecen negarlo?
El Centro
Ian Ramsey para el estudio de la Ciencia y la Religión de la Universidad de
Oxford comparte en su sitio una serie de videos divulgativos en el
marco de una serie titulada “Explorations”. Uno de ellos presenta al profesor
de Justin Barret, decano del Fuller Theological Seminar de Estados Unidos, uno
de los fundadores de la disciplina “Ciencias cognitivas de la religión”,
respondiendo si los niños son naturalmente religiosos.
Barret, autor del libro “Born
believers”, explica que “se han realizado muchos
estudios para observar las creencias religiosas de los niños, a través de
distintos contextos culturales: Latinoamerica, Norteamérica, Europa, Asia”. Y
en ellos, asegura, “estamos viendo un patrón emergente: en el nivel más amplio
lo que es realmente destacable es que los chicos parecen tener una apertura y
receptividad a las creencias religiosas”. “Lo fascinante”,
agrega, “es que incluso los niños que están siendo criados por padres
no religiosos frecuentemente tienden a mostrar una suerte de tendencia a pensar
pensamientos religiosos, a veces ante la vergüenza o desilusión de sus padres”.
“¿Por qué ocurre esto?, ¿qué
factores llevan a que los niños tengan un afán en pensar en Dios, de distintas
maneras, a rezar, a involucrarse en rituales?”, se pregunta Barret, y sintetiza
que lo que se empieza a ver “es que parece que para cuando los niños tienen 3 o
4 años ya ven a su alrededor la naturaleza y ven montañas, árboles, ríos,
animales, y se preguntan: ‘¿Están aquí por alguna razón?’ Y luego empiezan a
preguntarse quién los hizo, por qué y para qué. Y cuando tienen 4 años, al
menos, ya saben que los humanos no lo pudieron hacer. Los humanos no pueden construir una
jirafa. Construyen vehículos, mesas, pero no construyen animales, plantas,
montañas y ríos. Entonces los chicos tienen esta suerte de
espacio conceptual de quién lo hizo”.
“Y luego parece que los niños
tienen la tendencia a asumir que estos otros seres posibles, Dios, tienen
superconocimiento, perciben todo, posiblemente también sean inmortales, y vivan
para siempre. De hecho lleva a los chicos más tiempo y más trabajo aprender lo
que mamá sabe y lo que no sabe, lo que puede ver y lo que no puede ver, y que
mamá eventualmente va a morir, que lo que les lleva entender que Dios puede
seguir viviendo y lo puede ver, y lo sabe todo”, completa.
Barret es uno de los dos profesores que en
la Universidad de Oxford lideró hace algunos años un proyecto colaborativo que
involucró a 57 académicos de 20 países del mundo, y entre otros hallazgos,
concluyó que los procesos de pensamiento humano están enraizados en conceptos
religiosos. Y que quienes viven en ciudades de países altamente desarrollados
era más improbable tengan creencias religiosas que aquellos que viven en
contextos más rurales.
Esteban Pittaro
Fuente: Aleteia