EL FERMENTO DE LOS FARISEOS
II. El cristiano, un hombre
sin doblez.
III. Amar la verdad y darla
a conocer.
“En aquel tiempo, miles
y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a
hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: -«Cuidado con la levadura de los
fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse,
nada hay escondido que no llegue a saberse.
Por eso, lo que digáis de noche se
repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde
la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el
cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer:
temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis
que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues
ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están
contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y
los gorriones»” (Lucas 12,1-7).
I. La palabra hipócrita
designaba en el mundo griego antiguo al actor que, con una máscara y un
disfraz, asumía una personalidad ajena: Fingía ante el público ser otro,
frecuentemente muy lejano a su propia realidad. Su papel se desarrollaba de
cara ante el público, teniendo como regla suprema de su actuación, la
aprobación y el aplauso de la galería.
Muchos
fariseos convertían este modo de actuar en su ser íntimo, es decir, en
hipocresía, y actuaban de cara a los demás y no de cara a Dios. Su vida era tan
falsa como la de los actores durante su representación. Cayeron en la tentación
de darle gran importancia al juicio de los hombres -¡tan endeble y pasajero!- y
descuidar el de Dios. El Señor nos lo advierte en el Evangelio de la Misa
(Lucas 12, 1-3): Guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía.
El
Señor quiere para los suyos una levadura, un modo de ser bien distinto: que
tengamos ante Él y ante los demás una única vida, sin máscaras, sin disfraces,
sin mentiras. Hombres y mujeres de una pieza, que van con la verdad por
delante.
II. Jesús mismo nos enseñó
el modo de comportarnos: Sea vuestro modo de hablar sí, sí, o no, no; lo que
pasa de esto, de mal principio procede (Mateo 5, 37). En el trato con los demás
la palabra del hombre debe bastar. El Señor quiso realzar el valor y la fuerza
de la palabra de un hombre de bien que se siente comprometido por lo que dice.
La verdad es siempre un reflejo de Dios y debe ser tratada con respeto.
Muy
lejos de lo que ha de ser un cristiano está el hombre que presenta una
personalidad o unas ideas, como los actores, según el público que tengan
delante. Con todo, se darán casos en los que no estemos obligados a manifestar
la verdad por motivos profesionales o por el sigilo sacramental de la
confesión, pero nunca deberemos decir mentiras. Imitemos al Señor en su amor a
la verdad.
III. Dice Jesús: Yo soy la
Verdad (Juan 14, 6). La verdad tuvo su origen en Dios y la mentira es la
oposición consciente a Él. Por eso llama Jesús al diablo padre de la mentira,
porque la mentira comenzó con él.
Y
el que miente tiene al diablo como padre (Juan 8, 42). Los medios de
comunicación que por su naturaleza deberían ser transmisores de la verdad,
pueden en muchas ocasiones ser unos impostores y confundir a sus lectores, a
fuerza de repetir mentiras sobre los criterios morales de una sociedad.
No
dejemos de actuar pensando que es poco lo que podemos hacer para defender la
verdad. Nuestra Señora nos prestará su fortaleza.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org