ELEGIDOS DESDE LA ETERNIDAD
II. Nos da luz para caminar, y las gracias necesarias para salir fortalecidos de todas las incidencias de nuestra vida.
III. Perseverancia en la
propia vocación.
«¡Ay de vosotros, que
edificáis los sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los
mataron! Así, pues, sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís
en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros.
Por eso
dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y matarán y
perseguirán a una parte de ellos, para que se pida cuentas a esta generación de
la sangre de todos los profetas, derramada desde la creación del mundo, desde
la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el
Templo. Sí, os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación. ¡Ay de
vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la
sabiduría!: vosotros no habéis entrado y a los que estaban por entrar se lo
habéis impedido» Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a
atacarle con vehemencia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas,
acechándole para cazarle en alguna palabra.» (Lucas 11,47-54)
I. Cada uno de nosotros ha
sido llamado desde la eternidad a la más alta vocación divina. Dios Padre quiso
llamarnos a la vida (ningún hombre ha nacido por azar), creó directamente
nuestra alma única e irrepetible, y nos hizo participar de su vida íntima mediante
el Bautismo.
Nos
ha designado en la vida un cometido propio, y nos ha preparado amorosamente un
lugar en el Cielo, donde nos espera como un padre aguarda a su hijo después de
un largo viaje. Supuesta esta llamada radical a la santidad, Dios hace a cada
uno un llamamiento particular. El Señor de un modo misterioso y delicado, nos
va dando a conocer lo que quiere de nosotros. Así en el transcurso del tiempo.
El
Señor nos lleva de la mano a metas de santidad cada vez más altas, para lo cual
debemos tener el oído atento a las mociones del Espíritu Santo, que nos conduce
a través de los acontecimientos normales de la vida.
II. La vocación es un don
inmenso, del que hemos de dar continuas gracias a Dios. Es la luz que ilumina
el camino; el trabajo, las personas, los acontecimientos; de lo contrario nos
encontraríamos con el débil candil de la voluntad propia, y tropezaríamos a
cada momento.
Conocer
cada vez más profundamente ese querer divino particular, es siempre motivo de
esperanza y de alegría. El querer divino se nos puede presentar de golpe, como
una luz deslumbrante que lo llena todo, como fue el caso de San Pablo, o bien
se puede revelar poco a poco, en una variedad de pequeños sucesos, como Dios
hizo con San José.
Escuchamos
la voz de María que nos dice como a los sirvientes de las bodas de Caná: Haced
lo que Él os diga.
III. Eligit nos in ipso ante
mundi constitutionem..., nos eligió antes de la constitución del mundo. Y Dios
no se arrepiente de las elecciones que hace. Ésta es la esperanza y la seguridad
de nuestra perseverancia a lo largo del camino, en medio de las tentaciones o
dificultades que hayamos de padecer.
El
Señor es siempre fiel y tendremos cada día la gracia necesaria para mantener
nuestra fidelidad. Junto a esta confianza en la gracia divina, es necesario el
esfuerzo personal por corresponder a las sucesivas llamadas del Señor a lo
largo de una vida. Nunca nos pedirá más de lo que podamos dar.
Él
conoce bien y cuenta con la flaqueza humana y, los defectos y las
equivocaciones. En la Virgen, Nuestra Madre, está puesta nuestra esperanza para
salir adelante en los momentos difíciles y siempre.
En
Ella encontraremos la fortaleza que nosotros no tenemos. Digamos con Ella:
Serviam, te serviré, Señor.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org