MEDITACIÓN DIARIA: JUEVES DE LA SEMANA 28 DEL TIEMPO ORDINARIO

ELEGIDOS DESDE LA ETERNIDAD

Dominio público
I.
 Una vocación irrepetible. 

II. Nos da luz para caminar, y las gracias necesarias para salir fortalecidos de todas las incidencias de nuestra vida.

III. Perseverancia en la propia vocación.

«¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así, pues, sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. 

Por eso dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y matarán y perseguirán a una parte de ellos, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas, derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo. Sí, os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la sabiduría!: vosotros no habéis entrado y a los que estaban por entrar se lo habéis impedido» Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a atacarle con vehemencia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas, acechándole para cazarle en alguna palabra.» (Lucas 11,47-54)

I. Cada uno de nosotros ha sido llamado desde la eternidad a la más alta vocación divina. Dios Padre quiso llamarnos a la vida (ningún hombre ha nacido por azar), creó directamente nuestra alma única e irrepetible, y nos hizo participar de su vida íntima mediante el Bautismo.

Nos ha designado en la vida un cometido propio, y nos ha preparado amorosamente un lugar en el Cielo, donde nos espera como un padre aguarda a su hijo después de un largo viaje. Supuesta esta llamada radical a la santidad, Dios hace a cada uno un llamamiento particular. El Señor de un modo misterioso y delicado, nos va dando a conocer lo que quiere de nosotros. Así en el transcurso del tiempo.

El Señor nos lleva de la mano a metas de santidad cada vez más altas, para lo cual debemos tener el oído atento a las mociones del Espíritu Santo, que nos conduce a través de los acontecimientos normales de la vida.

II. La vocación es un don inmenso, del que hemos de dar continuas gracias a Dios. Es la luz que ilumina el camino; el trabajo, las personas, los acontecimientos; de lo contrario nos encontraríamos con el débil candil de la voluntad propia, y tropezaríamos a cada momento.

Conocer cada vez más profundamente ese querer divino particular, es siempre motivo de esperanza y de alegría. El querer divino se nos puede presentar de golpe, como una luz deslumbrante que lo llena todo, como fue el caso de San Pablo, o bien se puede revelar poco a poco, en una variedad de pequeños sucesos, como Dios hizo con San José.

Escuchamos la voz de María que nos dice como a los sirvientes de las bodas de Caná: Haced lo que Él os diga.

III. Eligit nos in ipso ante mundi constitutionem..., nos eligió antes de la constitución del mundo. Y Dios no se arrepiente de las elecciones que hace. Ésta es la esperanza y la seguridad de nuestra perseverancia a lo largo del camino, en medio de las tentaciones o dificultades que hayamos de padecer.

El Señor es siempre fiel y tendremos cada día la gracia necesaria para mantener nuestra fidelidad. Junto a esta confianza en la gracia divina, es necesario el esfuerzo personal por corresponder a las sucesivas llamadas del Señor a lo largo de una vida. Nunca nos pedirá más de lo que podamos dar.

Él conoce bien y cuenta con la flaqueza humana y, los defectos y las equivocaciones. En la Virgen, Nuestra Madre, está puesta nuestra esperanza para salir adelante en los momentos difíciles y siempre.

En Ella encontraremos la fortaleza que nosotros no tenemos. Digamos con Ella: Serviam, te serviré, Señor.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org