COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: “LOS PRIMEROS Y LOS ÚLTIMOS”

Es preciso algo más para que, cuando llamemos a la puerta del banquete del Reino, se nos abra para participar en él

Las palabras de Jesús que concluyen el evangelio de este domingo son muy conocidas y las usamos con frecuencia para señalar la paradoja de la vida humana en la que, como si fuera una carrera, los primeros en salir son los últimos en llegar, y los últimos se colocan en la primera línea.

En su enseñanza itinerante, mientras recorría aldeas y ciudades de Palestina, una persona plantea a Jesús esta pregunta: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Como en otras ocasiones, Jesús no responde directamente a la cuestión, sin duda por considerar que la pregunta es impertinente, nacida de la mera curiosidad. 

Como maestro de moral, Jesús responde con una llamada a entrar por la puerta estrecha, pues muchos intentarán entrar y no podrán. En ese día, no valdrá decir: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas». Es evidente que, con esta expresión, Jesús se dirige a sus contemporáneos que han tenido la oportunidad de conocerlo, comer y beber con él y escuchar su doctrina abiertamente. Jesús les dice que sólo con eso no se alcanza la salvación. Es preciso algo más para que, cuando llamemos a la puerta del banquete del Reino, se nos abra para participar en él.

¿A qué se refiere Jesús con estas advertencias? Sabemos por otras palabras de Jesús que él entendió su misión, en primer lugar, como una llamada al pueblo elegido para que le aceptara como el Mesías prometido. La mayor parte de su ministerio público lo dedicó al pueblo judío, descendientes de Abrahán, Isaac y Jacob, que esperaban la salvación anunciada por los profetas. En esta misión, muchos le dieron la espalda y no lo acogieron como Mesías.

Pero Jesús no sólo era el Mesías de Israel, sino el esperado de las naciones, es decir, de los pueblos gentiles. Por eso, los evangelios narran episodios en los que Jesús sale a los pueblos paganos, vecinos de Israel, para predicar y hacer milagros. Baste recordar aquí el emotivo encuentro con la mujer sirofenicia que le suplica la curación de su hija con tanta fe que Jesús, conmovido, le concede lo que pide. Aquella mujer de gran fe es el símbolo de los paganos que esperaban la salvación.

Teniendo en cuenta estos datos, entendemos que las palabras de Jesús son un reproche a quienes, perteneciendo al pueblo elegido, le dan la espalda. Jesús les dice que no entrarán en el Reino si no cambian de actitud. Sus palabras no pueden ser más provocativas y luminosas: «Entonces será el llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera.

Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad. Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos». Los primeros destinatarios de la misión de Cristo son los hijos de Israel; los últimos, los paganos. Pero el orden puede invertirse dependiendo de la acogida o no de Jesús como Mesías y Salvador.

Nosotros pertenecemos a esos paganos que han llegado a la fe en Cristo gracias a los primeros evangelizadores. Pero no podemos dormirnos en los laureles, porque también nosotros podemos ser los últimos si no somos fieles al seguimiento del Señor. De hecho, Europa, en su vivencia y práctica de la fe, ha quedado muy atrás en relación a otros continentes que nos aventajan por su vitalidad y dinamismo de la fe.

El Papa Francisco ha llegado a decir que la tradición cristiana de Europa se ha trastocado en traición a sus fundamentos. Las palabras de Jesús, advirtiendo que podemos quedar fuera del Reino, valen también para nosotros: De ahí la necesidad de una conversión radical a Cristo y a su evangelio para que cuando llamemos a la puerta del Reino la encontremos abierta.

    + César Franco


Obispo de Segovia.

Fuente: Diócesis de Segovia