En
nuestra cultura Instagram, puede ser difícil encontrar la línea entre ser
vulnerable y abrir la intimidad más de la cuenta
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San Agustín escribió la que quizás sea la primera
autobiografía en la literatura occidental. Sus Confesiones traza un largo viaje
interior desde su juventud como “playboy” hasta su conversión. En ella,
comparte detalles íntimos sobre sus pecados pasados, sus lamentables opciones
de vida y su culpa. Relata conversaciones íntimas con su madre y cómo lidió con
su muerte, recuerda a los amigos con los que jugaba cuando era niño y da paso a
todo tipo de reflexiones abstractas sobre la naturaleza del tiempo y las
motivaciones de por qué hacemos lo que hacemos.
Su nivel de
honradez y vulnerabilidad debió haber conmocionado a sus primeros lectores. En
ese momento, la literatura no revelaba emociones y diálogo interno, por lo que
este nuevo estilo de “escritura confesional” seguramente debió haber parecido a
los lectores que era lo que podríamos llamar hoy “compartir demasiado”.
Pero Agustín
no estaba compartiendo demasiado. No tomó fotos de todas sus comidas y no las
publicó en Internet; no proclamaba lo decepcionado que estaba con determinada
persona; y no actualizaba su cuenta constantemente con live-blogging, sin
forma, en un estilo de flujo de conciencia.
Aunque Agustín entra en detalles íntimos
sobre su vida, su intención no es ser el centro de la atención. Cuidadosamente guía a sus lectores a
través de la historia de su vida con la esperanza de que aprendamos de sus
errores y desarrollemos asombro por las circunstancias milagrosas que influyen
en cada vida humana.
Hoy uso de la
escritura de “estilo confesional” ha explotado. Todos lo hemos visto;
probablemente incluso lo hemos hecho. Vamos a las redes sociales para compartir
detalles escandalosamente íntimos sobre nosotros mismos y revelando demasiado,
ofrecemos comunicaciones mal concebidas que carecen del matiz y el propósito
del confesionalismo de Agustín. Ahora confesamos por confesar.
Nuestra
cultura está saturada de esto. Los aspirantes a celebridades se dedican a
aparecer en la telerrealidad y revelar detalles vergonzosos sobre ellos mismos
a millones de extraños, a los políticos se les pide que revelen todo sobre sus
vidas privadas y lo que hicieron en la escuela secundaria, las estrellas de
cine anuncian relaciones y se separan en la prensa rosa, los atletas escriben
libros en los que lo dicen todo. Nada está oculto, nada es privado, nada es
sagrado.
Aquí hay algunas lecciones de San Agustín sobre cómo encontrar esa delgada
línea entre la vulnerabilidad honrada y el compartir demasiado.
1.
LA
VULNERABILIDAD NO ES UN ARMA
Hay veces que compartimos algo horrible
sobre nosotros mismos, no por humildad, sino porque anhelamos atención. La vulnerabilidad se convierte en un arma
que manejamos. Es una manera extraña de aferrarse al poder, una forma de
controlar una relación.
Cuando San
Agustín comparte sus vulnerabilidades, lo hace no para hacerse la víctima sino
para ilustrar cuánto se alejó de Dios. Él alienta a aquellos que se sienten
perdidos, sin esperanza y culpables a ver que la vida puede cambiar gracias a
la gracia, la oración y la reconciliación.
Cuando
decidimos revelar algo muy vergonzoso sobre nosotros mismos, primero podríamos
preguntar cuál es nuestro propósito: ¿es consolar a un amigo? ¿Para mostrar
solidaridad? ¿Para revisar un pasado equivocado? Si es así, ¡comparte!
2.
NO
UTILICES EL COMPARTIR COMO UNA DROGA
Cuando te encuentras en un estado altamente
emocional, el compartir se puede utilizar para una rápida descarga de
sustancias químicas que calman el cerebro llamadas dopamina. Debido a esto, una comunicación particularmente
confesional proporciona una sensación de bienestar, especialmente si obtienes
una respuesta fuerte. Nuestros cerebros están programados para disfrutar
particularmente de las interacciones digitales que pueden resultar.
Sospecho que
un resultado similar ocurre cara a cara. Hay una oleada de alivio al decir algo
totalmente embarazoso porque causa una reacción distinta en quienes nos rodean.
No digo que haya algo malo en la vulnerabilidad, pero debemos tener cuidado de
no hacerlo solo por la solución rápida que parece venir con ella. Una ola de
bienestar químicamente inducido no significa que todo esté bien de repente.
San Agustín
comparte no para sentirse mejor consigo mismo, sino para alentarnos a pensar
seria e introspectivamente sobre nuestro yo interior. Este es el arduo trabajo
que viene después de compartir, pero es lo que crea una reconciliación
verdadera y duradera con nuestros defectos y proporciona la base para un cambio
duradero.
3.
COMPARTIR
NO ES SUFICIENTE
Expresar públicamente un oscuro secreto no
resuelve los problemas de fondo. Puede ser un primer paso, pero hace falta
mucho más para que la confesión sea sana. Particularmente cuando se lucha con
la culpa, solo una verdadera confesión servirá: una disculpa directa con una
oferta de reparaciones, una intimidad compartida con un amigo de confianza para
obtener consejos o una confesión a un sacerdote para recibir el perdón de Dios.
Todos estos
tipos de confesión crean vínculos duraderos y tienen seguimiento. San Agustín
escribió sus confesiones para describir cómo lidiar con sus problemas creó la
motivación para cambiar su vida. Quiere ayudar a sus lectores a hacer lo mismo.
Deberíamos tener un motivo igualmente noble.
4.
NO
COMPARTAS TU INTIMIDAD DE MANERA FRÍVOLA
Admitimos detalles enormes y vergonzosos
sobre nosotros mismos, pero somos lentos para hacer algo al respecto. De hecho,
sucede lo contrario a menudo. Si
alguien sugiriera que el contenido de la confesión es la base para mejorar en
el futuro, esa persona es acusada inmediatamente de ser crítica. La persona que
confesó el problema se empeña en justificarse.
En este
escenario, esa confesión no es una señal de progreso en absoluto, simplemente
una forma de normalizar y descartar los problemas que me agobian. Incluso si
quien confiesa algo admite que se ha equivocado, admitirlo en realidad no le
exime de culpa.
Para mí, ir a
las redes sociales y hablar sobre lo arrogante que soy y lo mal que me siento
al respecto no significa que, como fui sincero, no siga siendo arrogante. Esto
no es lo que hace San Agustín. Cuando admite el robo, por ejemplo, lo hace para
señalar que sus acciones fueron inaceptables y su dolor al respecto condujo a
grandes cambios en su vida.
Entonces,
¿qué tiene de bueno la cultura confesional? Bueno, la honestidad, la humildad y
la vulnerabilidad son virtudes que todos podríamos beneficiar de practicar. El
ejemplo de San Agustín muestra que hay un valor real en ser abierto y honesto.
Sin embargo,
lo que también nos muestra es que una confesión pública no es un sustituto del
arduo trabajo de autoexamen y lucha por el progreso espiritual. Una confesión
real siempre tiene consecuencias, siempre tiene un propósito y es el primer
paso en un viaje de toda la vida hacia la paz y la felicidad.
Michael Rennier
Vatican
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