Cada vez son más las
personas que eligen pasar unos días en una hospedería monástica atraídos por el
silencio, la liturgia y el entorno natural. Algunos, alejados de la fe, vuelven
a ella o la descubren por primera vez
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Monasterio Jerónimo del Parral de Segovia |
«A todos los huéspedes que
se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, por que Él lo
dirá un día: “Era peregrino y me hospedasteis”. A todos se las tributará el
mismo honor, sobre todo a los hermanos en la fe y a los extranjeros.
Una vez
que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior
y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. Lo primero que harán es
orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de paz…».
Así comienza el capítulo 53
de la regla de san Benito, que establece cómo ha de ser la hospitalidad en los
monasterios que observan esta regla, entre benedictinos y cistercienses. Es en
este mandato, también carisma, sobre el que se asienta la realidad de las
hospederías monásticas, verdaderos oasis en un mundo cada vez más urbano y
vertiginoso. Lugares para saborear el silencio, para encontrarse con uno mismo
y con Dios, para acercarse a la vida de un monje o una monja.
En España, casi todos los
monasterios tienen instalaciones de este tipo y suelen estar integradas, salvo
excepciones, dentro del propio cenobio. Son estancias muy austeras, con poca
conexión con el exterior: una cama, un escritorio, un armario… y sin internet.
El entorno natural que las rodea, el arte que albergan, el silencio y la
belleza de la liturgia lo impregnan todo. Las hay que son solo masculinas,
aunque la mayoría admiten a hombres y mujeres. Como curiosidad, si usted quiere
visitar una de estas hospederías, lo más probable es que acabe en la mitad
norte de España pues es ahí donde están la mayoría de monasterios de antiguas
órdenes. Por ejemplo, el de Santa María de las Escalonias (cistercienses), es
el único recinto monacal masculino del sur de España.
Carlos María López-Fé,
doctor en Psicología, fue profesor de varias universidades en Andalucía y
consultor de recursos humanos en numerosas empresas. Es, además, oblato
benedictino seglar de la abadía de Santo Domingo de Silos. Acaba de publicar el
libro Oasis en el desierto. Las hospederías monásticas, que recoge
la experiencia de 35 años siendo huésped monástico. En el texto comenta 26
monasterios –Silos, El Paular, Poblet, Leyre, Dueñas, Huerta, Valle de los
Caídos, El Parral…–, cuatro carmelos monásticos –por ejemplo, el Desierto de las
Batuecas– y lo que llama «un oasis singular», el centro de espiritualidad de
Buenafuente del Sistal.
En conversación con Alfa
y Omega, reconoce que la motivación para escribir el libro tiene que ver
con el interés de muchas personas por hacer experiencias de retiro, silencio o
reflexión en monasterios y, de hecho, afirma que las solicitudes para pasar
unos días en una hospedería de este tipo «han crecido».
Distinto perfil de huésped
Un extremo que confirma el
padre Moisés, hospedero de Santo Domingo de Silos (benedictinos), Burgos, que
atiende a este semanario justo cuando se acaba el tiempo diario para recibir
llamadas de reservas. Lleva casi diez años como hospedero, aunque en diferentes
etapas; quizá por eso ha podido ver cómo ha ido cambiando el perfil de los que
se acercan al monasterio. «Antes la motivación era más tradicional, quizá más
frívola, para descansar, por curiosidad o como turista. Hoy ha cambiado. Cuando
llama alguien, nos dice que necesita reflexión y nos pregunta si puede asistir
a nuestra oraciones. Son motivaciones más existenciales ante la anomía de
valores, el vacío, la infelicidad, los problemas familiares, el estrés al que
nos somete esta estructura capitalista en Occidente. La mayoría son creyentes
practicantes, pero también hay no practicantes y no creyentes», explica.
El padre Moisés cuenta con
cierta sorpresa que son muchos los huéspedes que se suman a las oraciones de
los monjes desde primera hora, a las 6:00 horas. De hecho, el día que atiende
a Alfa y Omega, más de las mitad de los 20 huéspedes que se
alojaban en el monasterio participó en la primera oración de la mañana. Tampoco
es raro que las personas que llegan al monasterio pidan al hospedero poder
hablar con él o con otro monje. Moisés dice que «no dan abasto» con todas las
peticiones que hay y añade que la experiencia «es muy interesante, pues como no
somos de su familia o amigos, se abren con mucha valentía; es una terapia
estupenda para ellos». Y añade: «Les hace un gran bien. De hecho, cuando se
marchan se van cambiados».
Otro de los monasterios de
los que habla López-Fé en su libro es el de Santa María de El Paular
(benedictinos), en el entorno del valle del Lozoya, al norte de Madrid. «Viene
mucha gente», afirma el hospedero, José Benvindo, y no solo católicos, sino
también cristianos de otras confesiones, personas de otras religiones y grupos.
«Les ofrecemos el espacio y les exigimos que sigan nuestros horarios y ritmos»,
añade. Pero el testimonio de los monjes cala y, de hecho, recientemente un
hombre sin ningún vínculo con la fe se bautizó después de pasar por El Paular.
Como en Silos, muchos llegan con problemas existenciales, con necesidad de
encontrarse a sí mismos y a Dios. También piden ratos de conversación con los
monjes, de los que «salen muy contentos».
En el monasterio de Oseira
(cistercienses), Orense, la hospedería está completa los meses de verano,
aunque también durante tiempos litúrgicos especialmente intensos como la Semana
Santa. En los últimos años, a estas fechas de alta ocupación se suma el último
día del año. Son cada vez más las personas que eligen pasar la Nochevieja en un
recinto monástico, tal y como cuenta el hermano César, hospedero de Oseira.
Su realidad no varía con
respecto a los monasterios comentados previamente. Los que llegan a la
hospedería son en su mayoría católicos practicantes en busca de una vida de
retiro y oración, con el deseo de acompañar a los monjes en la liturgia,
necesitados de la tranquilidad que los monasterios aporta. Los hay que llegan
con crisis de fe y así lo hacen saber y también no creyentes que nunca se
acercarían a una parroquia.
En la lista de monasterios
también los hay femeninos como el de Las Huelgas en Burgos, el de la Ascensión
en Zamora, el de Armenteira en Pontevedra o el de Santa María de Carbajal en
León. Este último ha diversificado la hospitalidad monástica promovida por san
Benito y la ha adaptado a las circunstancias actuales. Así, como el monasterio
se encuentra en el Camino de Santiago, tienen un albergue; también cuentan con
un hotel con restaurante; y una pequeña hospedería dentro del monasterio para
familiares de las monjas o para retiros espirituales. A todos, explica la hermana
Mónica, se le ofrece participar en la liturgia del monasterio.
Como padre y abuelo,
López-Fé ha vivido distintos veranos, con actividades de playa y montaña y por
ello afirma que no hay nada comparable a un monasterio en cuanto descanso
tranquilo, que es «un descanso integral, vital, experiencial». Por eso, su obra
ahonda en aquello que han olvidado las publicaciones turísticas,
fundamentalmente el recinto monástico como ámbito de retiro y la vida monástica
de los que el huésped puede disfrutar.
Fran Otero
Fuente: Alfa y Omega