Gloria
María, profesora del John Henry Newman de Madrid, pasa temporadas en Karabole
(Uganda) dando clase a los profesores de la escuela Kumenya. Es el único
colegio de la zona donde no se pega a los alumnos
Gloria
María con unos niños, durante su viaje a Karabole (Uganda).
Foto: Gloria
María Gómez
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Una profesora mía del colegio John Henry Newman,
Gloria María Gómez Ramiro, se pidió hace poco dos semanas de vacaciones para
irse a Uganda con una ONG. Así que quise entrevistarla para contároslo.
Ayuda
Todo
empezó cuando fue a un concierto benéfico de jazz. Allí conoció Kelele África,
que un grupo de voluntarios europeos fundó en 2011 después de viajar a Kasenda,
el oeste de Uganda. Querían ayudar a los niños y las familias de allí. Kelele
significa Grita África en
swahili, una de las lenguas más habladas allí.
Kelele África trabaja en Kasenda y Kimya, dos
pequeñas comunidades de Karabole. Las personas que viven allí se dedican a la
agricultura. El 80 % de las mujeres trabajan en plantaciones de plátanos y té,
donde muchas veces son explotadas. También hay mucha gente que no sabe leer ni
escribir.
En febrero de 2015 la asociación inauguró la
escuela infantil Kumenya (que significa sonrisas en
rutooro, el dialecto de la zona). Empezaron con 75 niños de entre 3 y 7 años, y
con tres profesores, tres educadores españoles voluntarios, una cocinera y una
señora de la limpieza. Poco a poco fue creciendo: tres años después ya estaba
terminado todo el edificio de Primaria, con clases, biblioteca y sala de arte.
Pero no quiere ser solo un colegio, sino que se pensó como un lugar de
encuentro para todos, donde los niños fueran a aprender y los adultos pudieran
tener un espacio común para hablar, aprender a leer y escribir y disfrutar de
actividades.
Mi profesora –de la que me siento muy orgullosa–
empezó colaborando con Kelele África en los mercadillos que organiza en Madrid
para recaudar dinero. Pero luego decidió viajar hasta Uganda el verano pasado
con su familia. «Quería dar a mis hijos la oportunidad de sentir profundamente
lo que somos como personas y a qué estamos llamados, y que aprendieran a
reconocerse ante otras realidades y darse a los demás».
En sus visitas, se dedica a formar a los profesores
del colegio. Además de enseñarles cómo enseñar mejor las asignaturas que tienen
que dar, les explican otras formas de dar clase. Por ejemplo, les hablan del
método Waldorf, que consiste en crear un ambiente libre, en el que los niños
cooperen para aprender juntos y usen para ello también el arte y los trabajos
manuales. También dan talleres sobre cómo resolver conflictos y cómo hacer
frente a las diferentes emociones. A los profesores «les cuesta mucho, porque a
veces no saben ni siquiera reconocer lo que ellos sienten». Es importante que
los profesores ugandeses aprendan estas cosas, para «ayudarlos a entender otras
formas de hacer pensar a los alumnos». Pero siempre respetando su cultura.
Este colegio es diferente a los demás del país
porque en él está prohibido el castigo físico. En Uganda, lo normal es que los
profesores peguen a los alumnos. «Han aprendido a resolver los conflictos de
esa forma», cuenta Gloria María. En la escuela de Kumenya, por el contrario,
«en el contrato de los profesores pone que si pegan a un niño se les echará del
centro».
Por eso esta escuela «es un oasis en la zona. Los
niños saben que es un privilegio poder ir a ella. Algunos tardan una hora
andando para llegar, y suelen estar esperando bastante rato antes de que
abran». Eso sí, como es una región muy pobre, todavía queda mucho para que
todos los niños vayan al colegio. Según mi profesora, en Infantil y Primaria
son el 60 %. Algunos tienen que trabajar, y otros van a clase pero por la tarde
trabajan y no pueden estudiar. Para conseguir que más niños puedan estudiar,
cada alumno de Kumenya está apadrinado por una familia española, que le paga
los estudios.
Raquel Cabezaolías Trivino
Fuente: Alfa y
Omega