Tener vocación es escuchar la voz de Jesús que llama a vivir su pasión
por el hombre
Al final de la Jornada
Mundial de la Juventud celebrada en Panamá, el Papa Francisco animó a decir
«sí» con María «al sueño que Dios sembró» en el corazón de los jóvenes. Estas
palabras han servido para el lema de la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones que se celebra en este cuarto domingo de Pascua, tradicionalmente
llamado domingo del Buen Pastor. El lema dice: «Di sí al sueño de Dios».
La vocación al ministerio
sacerdotal y a la vida consagrada tiene mucho que ver con el calificativo de
Buen Pastor que Jesús se da a sí mismo. La cultura nómada y pastoril que
caracterizó durante siglos al pueblo de Israel convirtió la figura del pastor
en un símbolo precioso de la ternura de Dios con su pueblo.
Dios cuida de su rebaño,
conoce a cada una de sus ovejas, las conduce a ricos pastos, venda las heridas
que se hacen en el camino y las protege de toda asechanza del enemigo. La
ternura de Dios con su pueblo es tan grande que, cuando anuncia la era final de
la salvación, dice de sí mismo que se convertirá en el pastor de su pueblo y no
permitirá que ningún otro lo pastoree.
Este deseo o «sueño de Dios»
se cumple en la encarnación de su Hijo. El se autoproclama Buen Pastor y añade
a todas las promesas anteriores a su venida algo insospechado: «Mis ovejas
escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida
eterna, no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre,
que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi
Padre. Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,27-30).
Ser cristiano es pertenecer
a Cristo y al Padre. Entre el rebaño y el Pastor se da una relación de
conocimiento y amor indestructible porque el Padre y el Hijo son uno solo.
Viven en plena armonía y comunión. Participan del mismo ser. Por eso, Cristo
puede darnos la vida eterna. No se trata ya de una metáfora, sino de la
realidad que ha desvelado la Resurrección de entre los muertos.
Tener vocación es escuchar
la voz de Jesús que llama a vivir su pasión por el hombre. Cristo llama a
convocar una comunidad en torno a él. Quienes escuchan su voz, le siguen, no
perecerán jamás y nadie podrá arrancarlos de las manos de Cristo, que son las
manos de Dios. Dios es superior a todo. Aunque el hombre intente echar a Dios
fuera de la sociedad, no lo conseguirá nunca, porque Dios es más fuerte, más
tenaz, más humano que el mismo hombre. Y lo que nunca podrá hacer el poder
mundano es arrancar al hombre de las manos de Dios. Quien entiende esta pasión
que Dios siente por el hombre, experimenta la llamada a ser como Cristo: un
buen pastor, un llamado a decir sí al sueño de Dios.
El hombre de hoy necesita
experimentar que Dios le ama por sí mismo, tal y como es, con sus flaquezas,
heridas y necesidades. Necesita ser tomado, como dice el salmo, entre las
palmas de Dios, y descubrir que su vida está fuera de peligro —el peligro del
sinsentido, de la muerte, y de la nada—. Necesita caminar hacia la meta de la
plena felicidad, aunque tenga que transitar por cañadas
oscuras. Tener vocación es sentirse llamado a entregar la vida, según el
ejemplo de Cristo, para que otros vivan, hasta el punto de poder decir: Cristo
y yo somos uno.
Porque el llamado por Cristo a configurarse con él vive siempre
entregado al cuidado de los demás, olvidado de sí, y haciendo realidad el sueño
de Dios. Por eso es imposible echar a Dios fuera de este mundo, porque su Hijo
no solamente quiso vivir como hombre en un momento de la historia, sino que
sigue viviendo cada día, y «encarnándose» en quienes, al escuchar su voz, le
siguen sin dudarlo y dando testimonio de que «nadie tiene amor más grande que
quien da la vida por sus amigos».
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia