“La persona es la medida
de la dignidad del trabajo”
El
primero de mayo es el día de los trabajadores del campo y de la ciudad, el día
de los hombres y mujeres que venden su fuerza de trabajo por un salario. El
origen de esta fiesta lo ubicamos en Estados Unidos, en la lucha por una
jornada laboral de ocho horas y que costó sangre inocente.
Dimensión creadora del
trabajo humano
La Encíclica Laborem Exercens afirma
que “La Iglesia está convencida de que el trabajo constituye una dimensión
fundamental de la existencia del hombre en la tierra” (LE 4). Esta afirmación
está fundada en el hecho bíblico planteado en el libro del Génesis: “El hombre
es la imagen de Dios, entre otros motivos por el mandato recibido de su Creador
de someter y dominar la tierra. En la realización de este mandato, el hombre,
todo ser humano, refleja la acción misma del Creador del universo” (Gén
1-27-28).
La
realidad del trabajo tampoco es ajena a Jesús de Nazaret, por eso la Encíclica
subraya: “Esta verdad, según la cual a través del trabajo el hombre participa
en la obra de Dios mismo, su Creador, ha sido particularmente puesta de relieve
por Jesucristo, aquel Jesús ante el que muchos de sus primeros oyentes en
Nazaret «permanecían estupefactos y decían: «¿De dónde le viene a éste tales
cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ... ¿No es acaso el
carpintero?” (Mc 6,2-3).
Necesidad de redención
La
realidad actual del trabajo nos invita a dirigir la mirada hacia otro aspecto,
la presencia de la “fatiga” y el “sudor” a la que hace referencia el Génesis.
La obra creadora se encuentra obstaculizada por la explotación, por condiciones
de trabajo inhumanas y por un creciente número de jóvenes destinados al
descarte por no haber trabajo para ellos, o porque padecen condiciones
laborales y salariales precarias, que no les permitirán salir de la pobreza.
Según
el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia,
el trabajo es expresión esencial de la persona; por consiguiente, “la persona
es la medida de la dignidad del trabajo”. Esto impide considerarlo como mera
mercancía o como elemento de la organización productiva (CDSI 271).
La persona, sujeto del
trabajo
El
valor del trabajo reside en el trabajador y no en el trabajo en sí mismo. Este
hecho plantea una relación necesaria: el ser humano no puede ser un esclavo del
trabajo. En este sentido, un trabajo mal pagado es una expresión moderna de la
esclavitud. Esta realidad tiene diversas expresiones: extenuantes jornadas de
trabajo, vacaciones inexistentes, obligación de trabajar horarios alargados y
no remunerados, poca estabilidad laboral y amenazas de ser despedido.
La
otra cara de la moneda la constituye la reducción del tiempo para dedicarlo a
la vida personal o familiar, así como al descanso. Un salario bajo produce
reducidas o nulas posibilidades para adquirir bienes que permitan a la familia
vivir con estabilidad, así como dificultades para atender problemas de salud o
de educación. Las posibilidades de realización son tan pocas que los seres
humanos viven angustiados por la desesperanza.
Juventud y trabajo
En
América Latina la relación entre juventud y trabajo adquiere rasgos
particulares. Enumeramos tres particularmente importantes: elevado creciente
nivel de desempleo, aumento del trabajo informal y relaciones laborales
precarias.
La
población de América Latina ronda los 626 millones de habitantes de los cuales
un 20% son jóvenes, es decir, alrededor de 124 millones.
Para
la juventud el panorama laboral no es alentador. En el año 2017, diez millones
de jóvenes no tenían trabajo. Esta situación no tiende a mejorar. Cerca de 22
millones ni trabajan ni estudian y más de 30 millones trabajan en condiciones
precarias, es decir, con salarios bajos que los condenan a la pobreza, con
inestabilidad laboral, es decir, trabajos de corta duración o en condiciones
contractuales desventajosas para el trabajador. En el caso de las mujeres, los
salarios suelen ser más bajos que los de los varones, agudizando más la
pobreza.
Según un informe publicado por la Organización Panamericana
de la Salud junto con otras entidades, “La tasa mundial de embarazo
adolescente se estima en 46 nacimientos por cada 1.000 niñas, mientras que las
tasas de embarazo adolescente en América Latina y el Caribe continúan siendo
las segundas más altas en el mundo, estimadas en 66.5 nacimientos por cada
1,000 niñas de entre 15 y 19 años. El informe añade que este hecho
principalmente afecta “a las poblaciones que viven en condiciones de
vulnerabilidad y muestran las desigualdades entre y dentro de los países”, así
como coloca a las mujeres y sus familias ante la posibilidad de caer en la
pobreza.
En
muchos países latinoamericanos, la presión poblacional es parte de este
engranaje desventajoso para los jóvenes: cerca de la mitad de la población
total está por debajo de los 25 años de edad. Un dato impactante es que 152
millones de jóvenes en el mundo viven con $1.25 dólares al día. En Centro
América, el salario mínimo mensual ronda los $350 dólares o menos.
En
2002 Kofi Annan, ex secretario de la ONU declaraba: “No es posible que la
comunidad internacional tolere que prácticamente la mitad de la humanidad tenga
que subsistir con dos dólares diarios o menos en un mundo con una riqueza sin
precedentes”.
La
migración es considerada como una salida a la eterna crisis que viven los
jóvenes y sus familias. Así, uno de cada tres migrantes en el mundo tiene menos
de 29 años de edad y el 85% de los jóvenes de hoy viven en los llamados países
en desarrollo.
¿Qué hacer ante esta
realidad?
A
continuación, algunas líneas de acción sobre realidades que necesitan redención.
Preocupación
por la casa común, por el planeta. Los jóvenes están expresando una mayor
preocupación que los adultos en cuidar el planeta.
Atender
la necesidad de una educación y salud de calidad para que los niños, niñas y
jóvenes puedan enfrentar con más herramientas los desafíos familiares y
laborales.
Que
se sitúe a la persona en el centro de la vida política, de las relaciones
laborales y del trabajo, a fin de abordar la indecente precariedad que descarta
a millones de personas al acceso a un trabajo decente.
Protección
de los derechos humanos de los jóvenes. Participación en conflictos armados,
bajos salarios, escasas expectativas de realización personal y familiar, así
como espacios reducidos de participación social para las mujeres, como las violencias
que sufren, son hechos que vulneran los derechos de la población juvenil.
El Papa Francisco recuerda en la Exhortación Cristo
Vive la importancia de promover el diálogo entre generaciones.
La fuerza creativa de los jóvenes necesita de la sabiduría acumulada a lo largo
de la vida de sus predecesores.
Finalmente,
a la luz de la Palabra de Dios, es urgente poner en el centro de nuestra
atención a los descartados, a los sin tierra, sin techo, sin nada. Ellos son
hombres y mujeres, a quienes la sociedad está moralmente obligada, de
restituirles su derecho a un trabajo digno, a una vivienda digna, a una familia
que viva y coma el pan de cada día, en dignidad.
Manuel
Cubías – Ciudad del Vaticano
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