Nuevamente la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico fue el escenario en el que el Predicador de la Casa Pontificia ofreció su predicación cuaresmal
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El Padre Cantalamessa ofrece su penúltima predicación de Cuaresma en preparación a la Pascua (Vatican Media) |
El Predicador de la Casa Pontificia ofreció su cuarta
predicación de Cuaresma ante la presencia del Santo Padre y los miembros de la
Curia Romana, para proseguir sus reflexiones en preparación a la Pascua
explicando, en esta ocasión, ¿qué significa adorar?
Nuevamente la Capilla Redemptoris Mater del
Palacio Apostólico fue el escenario en el que el Predicador de la Casa
Pontificia ofreció su predicación cuaresmal. Y comenzó afirmando que adorar al
Señor significa captar “un destello de luz en la noche”, o naufragar en un
“océano sin orillas ni fondo” y sumergirse “en el abismo infinito de Dios”.
Significa – dijo – tener la percepción de la grandeza, la belleza, la bondad de
Dios y “de su presencia que quita el aliento”.
Silencio ente la presencia del Señor
También afirmó que el término adoración “al principio
indicaba el gesto material de postrarse con el rostro en el suelo frente ante
alguien como signo de reverencia y sumisión”. Y en este sentido “plástico”, el
Padre Cantalamessa explicó que la palabra adoración sigue utilizándose en los
Evangelios y en el Apocalipsis. Asimismo puso de manifiesto que se trata del
único acto religioso que “no se puede ofrecer a nadie más, ni siquiera a la
Virgen, sino sólo a Dios”. Adorar – dijo recordando la expresión de San
Gregorio de Nacianceno – significa “elevar un himno de silencio a Dios”:
Si se quiere decir algo para “parar” la mente e
impedir que vagabundee en otros objetos, conviene hacerlo con la palabra más
breve que exista: Amén, Sí. Adorar, en efecto, es asentir. Es dejar que Dios
sea Dios. Es decir sí a Dios como Dios y a sí mismos como criaturas de Dios.
Adorando, si libera la verdad
El Predicador de la Casa Pontificia afirmó además que
la adoración exige plegarse y callarse. Sí porque “con la adoración se inmola y
se sacrifica el propio yo, la propia gloria, la propia autosuficiencia. Pero
ésta es una gloria falsa e inconsistente, y es una liberación para el hombre
deshacerse de ella”. Y recordó que “al adorar, se libera la verdad que estaba prisionera
de la injusticia. Se llega a ser auténticos en el sentido más profundo de la
palabra. En la adoración se anticipa ya el regreso de todas las cosas a Dios”.
Adorar es un privilegio
“Como el agua encuentra su paz en fluir hacia el mar y
el pájaro su alegría en seguir el curso del viento, así el adorador en adorar”,
observó el Padre Cantalamessa y añadió textualmente:
Adorar a Dios no es tanto un deber, una obligación,
cuanto un privilegio, más aún, una necesidad. ¡El hombre necesita algo
majestuoso que amar y adorar! Está hecho para esto. Por tanto, no es Dios
quien necesita ser adorado, sino el hombre quien necesita adorar.
Adoración eucarística
Por otra parte, el Predicador recordó que la Iglesia
conoce una forma particular de adoración: la adoración eucarística, que es un
“fruto relativamente reciente de la piedad cristiana”, que comenzó a
desarrollarse en Occidente a partir del siglo XI:
Estando tranquilos y silenciosos, y posiblemente largo
tiempo, ante Jesús sacramentado, o ante un icono suyo, se perciben sus deseos
respecto de nosotros, se depositan los propios proyectos para dar cabida a los
de Cristo, la luz de Dios penetra, poco a poco, en el corazón y lo sana.
Como hojas verdes
También explicó que con la adoración eucarística
“ocurre algo que evoca lo que les pasa a los árboles en primavera, es decir, el
proceso de la fotosíntesis”. Y añadió que “brotan de las ramas las hojas
verdes; éstas absorben de la atmósfera ciertos elementos que, bajo la acción de
la luz solar, son fijados y transformados en alimento de la planta. Sin tales
hojitas verdes, la planta no podría crecer y dar frutos y no contribuiría a
regenerar el oxígeno que nosotros mismos respiramos. ¡Nosotros debemos ser como
esas hojas verdes!”.
Gracias escondidas
Citando al poeta Giuseppe Ungaretti, quien “al
contemplar una mañana en la orilla del mar el surgir del sol, escribió una
poesía de sólo dos versos: ‘Me ilumino de inmensidad’”, el Predicador explicó
que son palabras “que podrían ser hechas propias por quien está en adoración
ante el Santísimo Sacramento. Sólo Dios conoce cuántas gracias ocultas han
descendido sobre la Iglesia gracias a estas almas adoradoras”.
Renovación Carismática Católica
Durante esta predicación el religioso recordó asimismo
que en 1967 comenzó la Renovación carismática católica, “que en cincuenta años
ha tocado y renovado a millones de creyentes y ha suscitado en la Iglesia
innumerables realidades nuevas, tanto personales como comunitarias”. Y subrayó
que “nunca se insiste lo suficiente en que no se trata de un movimiento
eclesial, en el sentido común del término”, sino que es una corriente de gracia
destinada a toda la Iglesia, una “inyección del Espíritu Santo” que ella
“necesita desesperadamente”.
“Aquí está Dios”
De manera que la adoración eucarística, según el Padre
Cantalamessa, también es “una forma de evangelización y una de las más
eficaces”:
Muchas parroquias y comunidades que la han puesto en
su horario diario o semanal lo experimentan directamente. La vista de personas
que por la tarde o de noche están en adoración silenciosa ante el Santísimo en
una iglesia iluminada ha impulsado a muchos transeúntes a entrar y, después de
haber permanecido un momento, a exclamar: ‘¡Aquí está Dios!’”.
Adoración entre escatología y
profecía
De la
contemplación cristiana el Predicador explicó que “no consiste en mirarse el
ombligo, en buscar lo más profundo de uno mismo”. Es siempre un entrelazamiento
de dos miradas y, aunque a veces la nuestra “se baja”, nunca decae la de Dios.
Además, contemplando a Jesús en el Sacramento del altar – concluyó – “cumplimos
la profecía” hecha en el momento de la muerte del Señor en la cruz”:
“Mirarán al que
traspasaron” (Jn 19,37). Más aún, dicha contemplación es ella misma una
profecía, porque anticipa lo que haremos por siempre en la Jerusalén celestial.
Es la actividad más escatológica y profética que se pueda realizar en la
Iglesia. Al final ya no se inmolará el Cordero, ni se comerán ya sus carnes. Es
decir, cesarán la consagración y la comunión; pero no cesará la contemplación
del Cordero inmolado por nosotros.
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