Tarragona acogió ayer la beatificación de Adrià
Mullerat, fusilado durante la guerra civil española por odio a la fe
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Mariano Mullerat era un médico rural, un
hombre querido por su pueblo, por su familia. Ejerció como médico en Arbeca
(Lleida, España), el pueblo de su madre. Este sábado se celebra su
beatificación en Tarragona.
¿Quién era
Mariano Mullerat? Cuenta su hija Adela Mullerat, en el semanario Catalunya
Cristiana, que nació en Santa Coloma de Queralt, en la
arquidiócesis de Tarragona.
Estudió
medicina. Quería mucho a sus enfermos. En algunos casos, cuando la familia del
enfermo era pobre, dejaba dinero debajo la almohada.
Mariano era,
además, muy piadoso. En su casa se hizo construir un pequeño oratorio con un
crucifijo que lo presidía, al que tenía una gran devoción.
“Nosotras,
sus hijas, hemos tenido el gozo de venerar esta imagen. Cada
noche –cuenta la hija—antes de irnos a la cama, sentíamos como un imán que nos
acercaba a aquel Cristo. Le rezábamos. Le dábamos gracias
y reflexionábamos cómo habíamos pasado el día”.
Muchas noches, la familia rezaba en rosario y el padre leía un pasaje de un
libro de san Alfonso María de Liguorio.
Sin pertenecer a ningún partido político
(defendía “toda sana ideología”), Mariano Mullerat fue elegido alcalde
del pueblo de Arbeca.
Como alcalde
instaló fuentes en el pueblo (no había agua corriente), construyó aceras en las
calles, entronizó el Sagrado Corazón de Jesús en el Ayuntamiento y restauró la
celebración de Santa Madrona como patrona del Ayuntamiento. Fue co-autor del
libro Acotaciones
a la anatomía patológica.
Al inicio de
la guerra civil española, en julio de 1936, “mi padre –cuenta su hija- pasó
por delante de la iglesia del pueblo –él la llamaba “nuestra catedralicia
parroquial”, por lo bonita y grande que era— y vio que algunas personas la
destrozaban.
Y les preguntó: “¿por
qué lo hacéis?”. Le contestaron que procurara que no se lo hicieran a él. Lo
comentó en su casa. Por el pueblo corría la voz de que lo matarían”.
Mariano
Mullerat pensó entonces irse a Zaragoza, donde tenía algunos familiares y
estaría más seguro. Después de salir de Lleida, tras unos kilómetros, pensó que sus
enfermos quedarían abandonados, y se dijo: “Pase
lo que pase, nunca los abandonaré”.
Cuenta su
hija: “Como fervoroso católico y persona llena de amor a su profesión, se daba
a los demás cruzando el umbral de la esperanza, haciendo el bien y ayudando a
los necesitados”. En 1936 Mariano tenía 39 años, casado y con cuatro hijas, de
11, 8, 4 años y una bebé de nueve meses.
Eran
frecuentes entonces los llamados “paseos”. Venían a buscar a las personas, y el
“paseo” consistía en llevarlas a la carretera donde eran fusiladas.
Cuenta la
hija que “el 13 de agosto de 1936 (la guerra civil comenzó el 18 de julio del
mismo año), a las seis de la mañana, me quedó grabada la
imagen de la abuela que a la puerta de la habitación nos dijo: “Levantaos,
niñas, que vienen a buscar a vuestro padre”. Quedé
completamente trastornada, como una persona mayor”.
Había 25 milicianos
en la calle. Otros cinco entraron por la puerta y registraron toda la casa. “Mi
padre quiso ir a besar el crucifijo. Le siguió un miliciano que
debió quedar impresionado de la imagen. Tanto que cuando otros milicianos
querían entrar les dijo “esto ya está”. Y así fue como
se salvó el Crucifijo”.
“Nos reunimos
en la entrada de la casa -dice Adela Mullerat—para decir adiós a mi padre. Él
pidió la americana y se la puso. En el bolsillo llevaba un crucifijo y unas
medicinas. Una de las medicinas sirvió para curar a uno de sus perseguidores,
un miliciano que resultó herido al disparársele el arma”.
“Al salir de
casa, mi padre dio un beso a la pequeña que estaba en brazos de mi madre. Y
dijo a su esposa: “Dolors, perdónales como yo los perdono”.
Lo subieron
en un camión junto con otros cinco del pueblo. Al pasar por delante del cuartel
de la Guardia Civil, una mujer le pidió una receta para su hijo y se la dio.
El padre del
niño era un miliciano. “Mi padre era una persona llena de amor por
su profesión”. Ejerció como médico “hasta las últimas
consecuencias”.
Durante el
recorrido con el camión, pidió a los que le acompañaban rezar porque la vida
que les quedaba “era corta”. Un miliciano, al ver que rezaba Mariano Mullerat,
“se desahogó dándole un golpe de azada en la cara”.
Bajados del
camión, los fusilaron junto a la carretera. “Los cuerpos iban cayendo -dice
Adela Mullerat-. Después algunos pusieron leña, rociaron los cuerpos con
gasolina y los quemaron. Como había algunos que no habían muerto, gritaron de
dolor. Oyeron los gritos los vecinos de los campos de alrededor. Seis
familias perdieron a sus seres queridos más próximos y trece niños quedaron
huérfanos de padre”, dice Adela.
La ceremonia
de beatificación tuvo lugar ayer 23 de marzo en la catedral de Tarragona,
diócesis española en la que nació Mariano Mullerat. La causa de beatificación
ha tardado 15 años, después de largas investigaciones para probar la veracidad
de que murió mártir por la fe.
Salvador Aragonés
Fuente: Aleteia