¿¿Dónde
está el caramelo??
Hola,
buenos días, hoy Lety nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Hace
unos días hemos empezado unas clases de música con una profesora que viene de
Burgos.
El
otro día bajé a la clase con mucha alergia; tenía la nariz completamente
taponada. La profesora, al verme, me dijo que era muy importante respirar bien
para poder cantar. Rápidamente me ofreció un caramelo de eucalipto,
asegurándome que a ella le iban muy bien, que eso me ayudaría.
La
verdad que se me hacía complicado, no solo respirar, sino ahora, con un
caramelo, ponerme a cantar.
Tras
muchas vueltas, por fin logré terminar el caramelo. Ya podía seguir la clase
tan feliz, pero, en una nota aguda no me dio la voz... y la profesora me dijo:
-Ven a por otro caramelo.
-Ven a por otro caramelo.
Yo,
obediente, fui, pero la verdad es que se me hacía muy complicando cantar así...
¿qué podía hacer con el caramelo?
La
profesora nos indicó que nos pusiéramos de pie. Estábamos sentadas en unas
sillas de plástico que tienen un respaldo alto. Al levantarme me percaté de que
el plástico es bastante ancho para darles consistencia, y, al terminar el
respaldo, el plástico forma una especie de repisa... ¡con espacio suficiente
para dejar con cuidado y equilibro el caramelo!
Tan
contenta, seguí cantando con las demás. Al rato, la profesora nos indicó que
nos sentáramos un momento. Me senté con cuidado y, disimuladamente quise coger
el caramelo... ¡pero no estaba!
Ni
en el asiento, ni por el suelo... ¿¿lo habría cogido alguien??
Cuando
volvimos a ponernos de pie, eché un vistazo a mi alrededor. De pronto vi a una
hermana... ¡que llevaba mi caramelo pegado en la espalda!
Entonces
entendí: en mitad del ejercicio anterior, nos habíamos movido un sitio, ¡y me
había dejado olvidado el caramelo!
Llegué
a la oración y, hablando con el Señor, me daba cuenta de que muchas veces nos
complicamos y nos enredamos pensando de todo acerca de los hermanos... y luego
descubrimos que hemos sido nosotros solos.
Qué
fácil es buscar a alguien para que tenga la culpa de nuestros actos. Y qué
difícil (a veces incluso imposible) nos es ser responsables de lo que hacemos.
Pero la felicidad está en aceptar y amar nuestra pobreza. Claro que al cabo del
día la vamos a liar, vamos a caer, vamos a perder cosas... En ese momento,
tenemos dos caminos: o buscar alguien para señalarle como culpable, o ser
responsable de lo que ha ocurrido y buscar solución.
Jesús
nunca culpabilizó a nadie, siempre disculpaba, amaba, perdonaba. Cuando le
dejas entrar en tu vida, Jesús lo que hace es quitarte la culpabilidad: te la
transforma en responsabilidad. Te pide que cojas tu vida en tus manos y
camines, que repares donde has hecho daño, y sigas amando.
Hoy
el reto del amor es ser responsable de tus actos, no busques un culpable. Ante
lo que te ocurra, mira dentro de ti y pídele a Jesús luchar por el Amor.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma