Dios
es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en
nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía
La
frase «conversación con Dios» describe muy bien la oración cristiana. Cristo
ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente
interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Para los
cristianos, entonces, la oración, como lo explicó el Papa Benedicto XVI cuando
visitó Yonkers, Nueva York en el 2007, es una expresión de nuestra «relación
personal con Dios». Y esa relación, continuó diciendo el Santo Padre, «es lo
que más importa».
Parámetros de la fe
Cuando
oramos, Dios nos habla. Antes que nada, necesitamos recordar que nuestra
relación con Dios se basa en la fe. Esta virtud nos da acceso a un conocimiento
que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por la fe,
por ejemplo, sabemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, a
pesar de que nuestros sentidos sólo perciban las especies del pan y del vino.
Cada vez que un cristiano ora, la oración tiene lugar dentro de este ámbito de
la fe.
Cuando
me dirijo a Dios en la oración vocal, sé que me está escuchando, aunque no
sienta su presencia con mis sentidos o mis emociones. Cuando lo alabo, le
pregunto cosas, lo adoro, le doy gracias, le pido perdón...en todas estas
expresiones de oración, por la fe (no necesariamente por mis sentidos o mis
sentimientos) sé que Dios está escuchando, se interesa y se preocupa. Si
tratamos de entender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no
vamos a llegar a ninguna parte.
Teniendo
esto en mente, echemos un vistazo a las tres formas en que Dios nos habla
en la oración.
El don del consuelo.
En
primer lugar, Dios puede hablarnos cuando nos otorga lo que los escritores
espirituales llaman consuelo. A través de él, toca el alma y le permite
ser consolada y fortalecida con la sensación de percibir su amor, su presencia,
su bondad, su poder y su belleza.
Este
consuelo puede fluir directamente del significado de las palabras de una
oración vocal. Por ejemplo, cuando rezo la famosa oración del beato Cardenal
Newman «Guíame, luz amable», Dios puede aumentar mi esperanza y mi confianza,
simplemente porque el significado de las palabras, nutren y revitalizan mi
conciencia del poder y la bondad de Dios.
El
consuelo también puede fluir desde la reflexión y la meditación en la que nos
involucramos cuando hacemos oración mental. Al leer y reflexionar lentamente,
la parábola del hijo pródigo, por ejemplo, puedo sentir que mi alma se conforta
con la imagen del padre abrazando al hermano menor arrepentido. Esa imagen del
amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la
misericordia y la bondad de Dios. ¡Dios es tan misericordioso!, me digo a mí
mismo y siento la calidez de su misericordia en mi corazón. Esa imagen y esas
ideas son mías en tanto surgen en mi mente, pero son de Dios en la medida que
surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, dentro de una
atmósfera de fe.
O,
en otra ocasión, puedo meditar el mismo pasaje bíblico y ser trasladado a una
profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la rebelión ingrata
del hijo pródigo, veo una imagen de mis propios pecados y rebeliones y siento
repulsión por esto. Una vez más, la idea de la fealdad del pecado, y el dolor
por mis pecados personales son mis propias ideas y sentimientos, pero son una
respuesta a la acción de Dios en mi mente en la medida en que Él va guiando mi
ojo mental para que perciba ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho
hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.
En
cualquiera de estos casos, mi alma vuelve a ser tocada y por tanto nutrida y
consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –es
verdad que Dios le habla a mi alma. Pero la distinción entre el hablar de Dios
y mis propias ideas no es tan clara como a veces nos gustaría que fuera. Él
realmente habla a través de las ideas que me llegan a medida que, en la
oración, yo vuelco mi atención hacia Él; habla dentro de mí a través de las
palabras que surgen en mi corazón cuando contemplo su Palabra.
Nutriendo los dones del
Espíritu Santo.
En
segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración incrementando los dones
del Espíritu Santo en nuestra alma: sabiduría, ciencia, entendimiento, piedad,
temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros
músculos espirituales, por así decirlo, y juntos, desarrollan nuestras
facultades espirituales haciendo más fácil descubrir, apreciar y querer la
voluntad de Dios en nuestra vida, y llevarla a cabo. En pocas palabras, los
dones mejoran nuestra capacidad para creer, esperar y amar a Dios y a nuestro
prójimo. Entonces, cuando estoy dirigiéndome a Dios en la oración vocal o
tratando de conocerlo más profundamente a través de la oración mental, o
adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma,
nutriéndola mediante el aumento de la potencia de estos dones del Espíritu
Santo.
Dado
que estos dones son espirituales y no materiales, y que la gracia de Dios es
espiritual, no siempre sentiré que Dios me nutre. Puedo pasar 15 minutos
leyendo y reflexionando sobre la parábola del Buen Pastor sin tener ideas o
sentimientos consoladores; mi oración se siente seca. Pero eso no quiere decir
que la gracia de Dios no esté nutriendo mi alma y que no se estén fortaleciendo
dentro de mí los dones del Espíritu Santo.
Cuando
tomo vitaminas (o me alimento con brócoli) no siento que mis músculos estén
creciendo, pero sé que esas vitaminas están permitiendo el crecimiento. De
igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la
gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos. Cuando
no experimento el consuelo, puedo estar seguro que, como quiera, Dios está
trabajando en mi alma, fortaleciéndola con sus dones por medio de las vitaminas
espirituales que mi alma toma cada vez que, lleno de fe, entro en contacto con
Él. Pero esto lo sé sólo por la fe porque Dios, al nutrirnos espiritualmente,
no siempre envía consuelos sensibles. Es por esto que el crecimiento espiritual
depende de manera tan significativa de nuestra perseverancia en la oración,
independientemente de si sentimos o no los consuelos.
Inspiraciones directas.
En
tercer lugar, Dios puede hablar a nuestra alma a través de palabras, ideas o
inspiraciones que reconocemos claramente como venidas de Él. Personalmente,
tengo un vívido recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio me
vino a la mente. Ni siquiera era católico y nadie me había dicho que
debería ser sacerdote. Y, sin embargo, a raíz de una poderosa experiencia
espiritual, el pensamiento simplemente apareció en mi mente, completamente
formado con claridad convincente. Yo sabía, sin lugar a duda, que la idea había
venido directamente de Dios y que Él me hablaba dándome una inspiración.
La
mayoría de nosotros, aunque sean pocas veces, hemos tenido algunas experiencias
como ésta, cuando sabíamos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aun
cuando sólo escucháramos las palabras en nuestro corazón y no con nuestros
oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera incluso cuando no estemos en
oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a
estas inspiraciones directas y creará más espacio para que, si así lo desea,
Dios nos hable directamente más seguido.
Jesús
nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos por orar traerá la gracia a
nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: «Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá.» (Mateo 7, 7-8). Pero al mismo tiempo,
tenemos siempre que recordar que debemos vivir toda nuestra vida, incluyendo
nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, y no sólo de acuerdo con lo
que percibimos o sentimos. Tal como san Pablo dijo de manera tan poderosa:
«Caminamos en la fe, no en la visión...» (2 Corintios 5,7).
Por:
P. John Bartunek, L.C.
Fuente:
www.la-oracion.com