La
carta del Papa Francisco a Nicolás Maduro confirmó la posición de la Santa Sede
sobre la crisis venezolana y, al mismo tiempo, mostró que Maduro está más
aislado
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Papa Francisco y bandera de Venezuela / Crédito: Daniel Ibañez - ACI Prensa y Wikimedia Commons |
A
pesar de que la Santa Sede no rompió ningún vínculo diplomático con Venezuela,
y por esta razón un funcionario de la “embajada papal” en Caracas participó en
el juramento de Maduro para su segundo mandato el 10 de enero, el Papa
Francisco y la diplomacia de la Santa Sede siempre han estado del lado de los
obispos venezolanos, respaldando sus esfuerzos para restaurar la paz social,
ayudar a la población y pedir elecciones nuevas y libres.
Por
su parte, Maduro sintió que la Santa Sede tuvo suficiente. Su última solicitud
de una mediación pontificia no fue rechazada, porque la Santa Sede siempre se
comprometerá con una mediación si existen condiciones.
Sin
embargo, la carta del Papa mostró que una mediación puede tener lugar solo bajo
ciertas condiciones específicas.
Esta
es la razón por la cual la carta no fue filtrada por el séquito de Maduro, sino
por otras fuentes que la entregaron al periódico italiano Il Corriere della
Sera. La Oficina de Prensa de la Santa Sede se limitó a decir que no hay
comentarios sobre una carta privada, lo que confirma indirectamente que el Papa
podría haber escrito la misiva.
La
carta, de dos páginas y media de largo, está fechada el 7 de febrero de 2019 y
está dirigida al “Excelentísimo señor Nicolás Maduro Moros, Caracas”.
El
Papa no se refirió a Maduro como presidente, y de esta manera apoyó a los
obispos venezolanos. Reunidos para su 111° asamblea plenaria el 9 de enero, los
obispos dijeron que “la pretensión de iniciar un nuevo período presidencial el
10 de enero de 2019 es ilegítima por su origen, y abre una puerta al
desconocimiento del Gobierno porque carece de sustento democrático en la
justicia y en el derecho”.
En
la carta, el Papa Francisco le recordó a Maduro que en el pasado la Santa Sede
se había comprometido a mediar, pero en todos los intentos “lo que se había
acordado en las reuniones no fue seguido por una acción concreta que lleve a
cabo los acuerdos”, y que “las palabras parecían deslegitimar los buenos
propósitos que fueron puestos por escrito”.
El
Papa Francisco también dijo que no respaldó “cualquier tipo de diálogo”, sino
solo “el diálogo que tiene lugar cuando todas las partes en conflicto ponen el
bien común por encima de cualquier otro interés y trabajan por la unidad y la
paz”.
El
Papa Francisco también recordó la carta del Cardenal Pietro Parolin, Secretario
de Estado del Vaticano, que estableció las condiciones para un diálogo:
liberación de presos políticos, restablecimiento de la Asamblea Constituyente,
acceso abierto a la ayuda humanitaria y elecciones políticas libres.
Estas
condiciones son, ahora más que nunca, un punto de no retorno para el Papa
Francisco.
La
carta está hecha a medida en un estilo diplomático perfecto.
Por
un lado, el Papa Francisco toma la posición de los obispos. Por otro lado,
coloca a la Santa Sede en medio de dos tendencias: la de Estados Unidos y
Europa, ansiosa por reconocer a Juan Guaidó como presidente interino; y el de
China, Rusia, Turquía e Irán, que están en la posición opuesta.
Como
hábito diplomático, la Santa Sede nunca rompe los lazos diplomáticos. Los
embajadores papales están llamados a permanecer en el terreno el mayor tiempo
posible, a apoyar a los obispos y a mantener un diálogo institucional que pueda
convertirse en una ayuda para la población.
Por
ejemplo, la Santa Sede nunca rompió relaciones diplomáticas con Cuba, ni
siquiera cuando el régimen de Fidel Castro persiguió a los cristianos. De
hecho, las relaciones permanecieron porque había una persecución en curso.
De
esta perspectiva, no sorprende la decisión de la Secretaría de Estado de no
reunirse a nivel institucional con la delegación que Guaidó envió a Italia para
conversar con el gobierno italiano el 11 de febrero.
La
Santa Sede no interviene en las políticas internas, y la reunión con Guaidó
podría haberse instrumentalizado. Según los informes, la delegación se reunió
con el Arzobispo Edgar Peña Parra, sustituto de la Secretaría de Estado, que es
venezolano.
La
reunión se enmarcó como un encuentro de un venezolano que trabaja en la
Secretaría de Estado que se preocupa por su país y por algunos representantes
procedentes del mismo.
Incluso
las declaraciones del Papa Francisco siempre han sido prudentes. Al regresar de
Panamá el 28 de enero, el Santo Padre dijo a los periodistas que no es su papel
de pastor elegir bandos políticos, y que está aterrorizado ante la posibilidad
de un derramamiento de sangre.
Sin
embargo, la narrativa mediática que presenta al Papa desde una acera distinta a
la de de los obispos venezolanos no es del todo correcta.
No
debe olvidarse que el Papa Francisco, después de recibir a la presidencia de la
Conferencia Episcopal Venezolana, dijo que su voz “resuena en la voz de los
obispos venezolanos”.
El
Papa Francisco siguió paso a paso la crisis venezolana. El 10 de abril de 2014
hizo un llamado a los líderes políticos de Venezuela y pidió que se respetara
la verdad y la justicia. El 1 de marzo de 2015, el Papa condenó la muerte de
algunos estudiantes involucrados en protestas pacíficas.
La
Santa Sede aceptó facilitar el diálogo en octubre de 2016 y, el 2 de diciembre
del mismo año, el Cardenal Parolin hizo hincapié en las cuatro condiciones. Al
regresar de Egipto el 29 de abril de 2017, el Papa Francisco denunció que el
Gobierno de Maduro no cumplió con dichas condiciones.
El
30 de abril de 2017, después de la oración del Regina Coeli, el Papa Francisco
habló de las “noticias dramáticas” sobre Venezuela y “el empeoramiento de los
enfrentamientos allí, con muchas personas reportadas muertas, heridas y
detenidas”, y apeló “al Gobierno y a todos los miembros de la sociedad
venezolana a evitar nuevas formas de violencia, respetar los derechos humanos y
negociar soluciones a la grave crisis humanitaria, social, política y económica
que está agotando a la población”.
La
acción de los obispos se movió junto con la declaración del Papa Francisco.
Esta acción combinada alentó a todas las realidades católicas de América Latina
a adoptar una postura común: la Conferencia de Hermanos y Hermanas Religiosas
en Venezuela, los jesuitas de Venezuela, pero también los episcopados de
Colombia, Ecuador, Uruguay, Chile y Bolivia. Fuertes posturas sobre la crisis
venezolana que debilitaron la posición de Maduro.
A
pesar de la voluntad de mantener una neutralidad diplomática, también la
diplomacia de la Santa Sede fue muy activa.
El
Cardenal Parolin, que ha sido Nuncio en Venezuela entre 2009 y 2013, destacó el
13 de mayo de 2017 que “la única solución para Venezuela son las elecciones”.
El
4 de agosto de 2017, el Papa envió a través de la Secretaría de Estado un
comunicado solicitando a “todos los actores políticos, y en particular al
Gobierno, que garantizaran el pleno respeto de los derechos humanos y las
libertades fundamentales, así como de la Constitución actual; suspender
iniciativas como la nueva Asamblea Constituyente que, en lugar de favorecer la
reconciliación y la paz, fomenta un clima de tensiones y enfrentamientos; y
crear condiciones para una solución negociada”.
También
es digno de mención que en su mensaje de Navidad de 2018 el Papa Francisco
incluyó a Venezuela entre los países que atraviesan una grave crisis
humanitaria, junto con Yemen, Siria y Nicaragua: fue un mensaje profético.
El
Papa también habló sobre Venezuela en su discurso de año nuevo ante el
cuerpo diplomático y dijo que desea “que se encuentren vías institucionales y
pacíficas para solucionar la crisis política, social y económica, vías que
consientan asistir sobre todo a los que son probados por las tensiones de estos
años y ofrecer a todo el pueblo venezolano un horizonte de esperanza y de paz”.
La
carta de Francisco a Maduro llega al final de un camino que el Santo Padre y
los obispos venezolanos han seguido desde el principio. La Santa Sede nunca
romperá los lazos diplomáticos y buscará siempre el diálogo y la
reconciliación. Pero, por otro lado, los obispos están respaldados en su apoyo
a la población y su trabajo por el bien común.
Esto
es, al final, la manera cómo funciona la diplomacia pontificia.
Por Andrea Gagliarducci
Fuente:
ACI Prensa