Según un estudio de Reino Unido, la exposición continua a agresiones, durante la adolescencia, provoca cambios en el cerebro
Las
consecuencias del bullying no son solo psicológicas, también físicas. Un
estudio reciente del King’s College de Londres ha descubierto que una exposición
continua al acoso durante la adolescencia puede provocar cambios físicos en
el cerebro y aumentar la probabilidad de sufrir una enfermedad mental.
«Está demostrado que el entorno y el ambiente influyen en nuestro sistema
nervioso y en el desarrollo de nuestro cerebro», apunta María José Acebes,
neuropsicóloga y profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la
Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Las
situaciones de abuso y maltrato, «y en el acoso escolar se dan ambas», explica
Acebes, «generan una disminución del volumen del cuerpo calloso, una
estructura que conecta los hemisferios cerebrales fundamental para el
funcionamiento adecuado del cerebro». «Se ha comprobado que los niños que
sufren acoso pueden tener más posibilidades de padecer problemas de salud
mental, como depresión y ansiedad, predisposición a autolesionarse,
trastornos postraumáticos y miedos patológicos...», advierte la experta.
El acoso, en manada
En
España se registraron un total de 5.500 casos de acoso escolar entre 2012 y
2017, según datos del Ministerio de Educación, la Policía Nacional, la
Guardia Civil y varios cuerpos de policía local. Solo en 2017 se contabilizaron
hasta 1.054 casos, una cifra superior a la de cualquiera de los cinco años
anteriores. Además, las situaciones de acoso en adolescentes se han recrudecido
especialmente. Según el III Estudio sobre acoso escolar y ciberbullying
elaborado por la Fundación ANAR y la Fundación
Mutua Madrileña, en 2017 las agresiones fueron más violentas y
prolongadas en el tiempo respecto al año anterior.
La
forma de bullying más común en la pubertad es la grupal: los adolescentes,
cuando actúan en manada, se legitimizan. José Ramón Ubieto, profesor de los
Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, explica que «a
esta edad todo se hace en pandilla: el botellón, las primeras
experiencias sexuales… y el acoso también es más fácil si se hace en grupo». El
bullying en estas edades tiene los rasgos propios de esta etapa, explica el
profesor: «Todos los adolescentes se sienten acosados; es su estado natural.
Sienten presión por su cuerpo, por su sexualidad, por las relaciones familiares
o sociales… Están buscando definirse, y este acoso lo trasladan a la víctima,
que se convierte en el chivo expiatorio».
Por
otro lado, las redes sociales ayudan al grupo a exhibirse. «Esta
tendencia también se debe a una condición propia de la adolescencia: el miedo a
ser invisible, a pasar desapercibido (fear of missing out o FOMO). La
exposición en internet refuerza el grupo y victimiza aún más al acosado»,
explica Ubieto.
El peligro de la red
«El
ciberbullying no deja tanto rastro como el acoso presencial. La red se presenta
como un entorno de desequilibrio, un arma potente para que el agresor
ataque a la víctima, a todas horas y en cualquier momento del día, de la
semana», insiste, por su parte, Jorge Flores, director de PantallasAmigas.
Nadie,
continúa Flores, «puede impedir que alguien decida orquestar una campaña de
acoso, insultos, amenzas...». Es complicado que se pueda prevenir casos
de ciberacoso, pero las víctimas sí deben conocer qué pueden hacer, pese a sus
limitaciones.
—
Cuidar su privacidad. Cuanto menos se sepa de una persona, menos
vulnerable es.
—
Conocer los límites de la ley. Conociéndolos será capaz de identificar
qué acciones están al margen de la ley y guardar, así, pruebas de las
agresiones por si fuera necesario.
—Intentar
pedir ayuda. En muchos casos es difícil. Para que se considere
ciberbullying necesita que se mantenga en el tiempo; sino sería un conflicto o
agresión puntual.
«El
reto para los padres es generar un entorno de confianza respecto a la vida
online de los adolescentes. Compartir momentos de pantalla que sirvan para
generar ese vínculo. Eso servirá para conocer los comportamientos habituales
de los hijos y ser capaces de identificar lo que ocurre, si hay algo diferente
en su actividad», concluye Flores.
Alejandra González
Fuente: ABC