Se extendía del 6 de enero hasta el Miércoles de Ceniza, y
animaba a mover lentamente los pensamientos desde la infancia de Jesús a su
ministerio público
Durante muchos siglos, la Iglesia católica
celebró un “ciclo de Navidad” que generalmente comenzaba a finales de noviembre
y duraba hasta finales de enero.
En este ciclo
litúrgico, había tres tiempos litúrgicos distintos. El primero era la
“Temporada de Adviento”, que continúa celebrándose hoy como siempre.
El segundo
era la “Navidad”, que incluía los días de Navidad, del 25 de diciembre al 6 de
enero. A partir del 6 de enero comenzaba el “Tiempo de Epifanía” que duraba
hasta el Miércoles de Ceniza.
Los católicos
que participan en la forma extraordinaria del rito romano están familiarizados
con estos tiempos y continúan observándolos hoy.
De manera
similar, los ordinarios anglicanos (anglicanos que desean entrar en plena
comunión con Roma) mantienen un “Tiempo de Epifanía” que dura hasta el comienzo
de la Cuaresma.
Actualmente, la mayoría de los católicos romanos siguen el calendario general
romano que incluye un breve “Tiempo de Epifanía” entre el
Domingo de la Epifanía y el Día del Bautismo del Señor.
Después de
eso, la Iglesia comienza una nueva temporada llamada “Tiempo Ordinario”. En
latín, este período se llama “Tempus Per Annum“, que se
traduce literalmente como “Tiempo durante el año”. Es un momento en que la
iglesia se enfoca en la vida de Cristo y su ministerio público.
Medita en la
belleza de la encarnación.
Es interesante notar que el color de las dos temporadas litúrgicas (“Tiempo
Ordinario” y “Tiempo de Epifanía”) es verde, excluyendo ciertos
días festivos (por ejemplo, el día de la Epifanía y el de la fiesta de la
Presentación de Jesús en el Templo o Candelaria.
Este color
simboliza un período de regeneración y renovación,
que son temas relacionados tanto con la infancia de Jesús como con su
ministerio público.
Uno de los
beneficios del “Tiempo de Epifanía” es extender varios temas espirituales del
período navideño.
El “tiempo de
Navidad” sigue siendo uno de los períodos más cortos del año litúrgico y es
bueno continuar meditando sobre la belleza de la encarnación y su importancia
en nuestras vidas.
De hecho, la nueva temporada del “Tiempo
Ordinario” no nos prohíbe mantener este espíritu. También nos anima a mover
lentamente nuestros pensamientos de la infancia de Jesús a su ministerio
público.
Nos ayuda a
preparar nuestros corazones para el tiempo de la Cuaresma, cuando estamos
enfocados en la cruel realidad del sacrificio de Jesús en la cruz.
Philip Kosloski
Fuente:
Aleteia