En
esta Navidad Cristo quiere nacer de nuevo en el corazón de los hombres con una
condición: dejarlo entrar
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Que
si este año se atacó la Navidad más que el otro; que si esta vez menos escuelas
la festejaron; que si este año el ayuntamiento prohibió el Belén; que si ahora
vetaron los adornos cristianos en lugares públicos; que si se está despojando a
la Navidad de su razón y sentido; que si… Sí, no es para hacer fiesta pero
tampoco para hundirnos en la tristeza. “Ya para qué celebro la Navidad”,
pensará alguno. El pesimismo es una actitud tentativa a elegir en estos casos,
pero hay otra más noble y elevada: el optimismo, la actitud por la que el
cristiano siempre debería optar.
No
nos referimos al mero optimismo humano, al que se queda en la naturalidad de un
temperamento. Vamos más allá, al optimismo cristiano, ese que ante las
realidades difíciles no se arredra ni se achica; ese que trasciende
temperamentos y no conoce más frontera que la de la libertad del ser humano.
Esperanza
es el nombre cristiano del optimismo: si el optimismo es nuestra acta de
nacimiento, la esperanza es la de bautismo. ¿Y esto que tiene que ver con la
Navidad? ¡Todo! Porque Navidad, además de un periodo donde festejamos el
cumpleaños del mero, mero, es también un estado del alma, una actitud de vida.
Y como la vida se puede afrontar negativa o positivamente, con pesimismo o con
optimismo, debemos aprender a vivirla como cristianos.
Solemos
entristecernos a la primera. Vemos el cielo nublado y se nos olvida que detrás
está el sol, que sólo hace falta atravesar las nubes, ir más allá de ellas. Y
para eso es la vida, para eso es el optimismo cristiano. Nuestras vidas deben
ser el gran motor de un avión que nos lleve a atravesar los cielos en búsqueda
de esa luz que nos da alegría, serenidad y consuelo. Dependen de nosotros, de
si queremos un motorcito de aviones vejestorios que nos pueden dejar a medio
camino, que no nos garantizan alcanzar la plenitud de nuestra meta, o uno
moderno que tiene la potencia y concede la seguridad de conseguir nuestro
destino. Cada día fabricamos ese motor. La fe nos dice que arriba hay luz; la
caridad que queremos lograrla; la esperanza que podemos conseguirla.
El
optimismo cristiano nace de la conciencia de saber que Dios nació y puso su
morada entre nosotros. Nace del hecho de que Dios quiere nacer no sólo cada año
sino todos los días de la vida en nuestros corazones. ¡Si supiéramos lo que es
bueno! Y ni nos pide mansiones, ni hoteles de primera clase, ni chalets en
zonas residenciales exclusivas; sigue queriendo anidar en la humildad, en el
silencio, en lo oculto. Únicamente pide un corazón dispuesto, un alma
preparada, preñada del optimismo que de un ánima así se desprende.
Todos
los días puede ser Navidad. Ahora que lo sabemos no podemos dejar pasar la
oportunidad de aprovecharla. Con optimismo, con amor, con obras. Es tan fácil:
reconciliarse con aquel con quien me enemisté, recordar los detalles hacia el
esposo o esposa (como cuando eran novios), agradecer a los abuelos, manifestar les el cariño; si somos hijo, ofrecerse a cocinar la cena, estar
disponible a ayudar en lo que se ofrezca…
Cristo
nació y murió aparentemente como un fracasado. Y es que Dios aparenta
arruinarse pero luego triunfa; sus “fracasos”, siempre son aparentes, son una
oportunidad de probar nuestra fe, nuestra confianza en Él. Ahora que lo sabemos
no podemos decepcionarle. El hecho de que se minusvalore la Navidad o que
algunos la hayan empezado a vaciar de sentido no puede ser motivo para
abandonarnos en la melancolía; ¡es la mejor oportunidad para demostrar con
obras nuestro amor, para declararnos abiertamente cristianos! Un corazón que ha
construido un Belén para Dios puede lograr esto y mucho más porque ya es de
Cristo, porque está bañado por el optimismo cristiano.
A
pocos días del nacimiento del Salvador, conviene prepararse para el gran
acontecimiento. Como recordaba el Papa Benedicto XVI: «Que el Niños Jesús, al
nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o dedicados simplemente a
decorar de luces nuestras casas. Decoremos más bien en nuestro espíritu y en
nuestras familias una digna morada en la que Él se sienta acogido con fe y
amor. Que nos ayuden la Virgen y san José a vivir el Misterio de la Navidad con
una nueva maravilla y una serenidad pacificadora». La preparación exterior es
reflejo de la preparación interior. Las fiestas son manifestaciones del gozo
por el nacimiento del Salvador. Sólo así tendremos unas navidades completas y auténticamente
felices.
¡Feliz
Navidad!
Por: Jorge Enrique Mújica
Fuente:
Virtudes y valores