Un noviazgo
contracorriente, donde se espera
Debate |
En la actualidad, practicar
la virtud de la castidad es ir contracorriente. Vivimos en un mundo
hipersexualizado que nos plantea el placer vacío y sin propósito como la mayor
representación de gozo, … no de amor. Nos han hecho creer que la sexualidad
pertenece sólo al campo de la biología y no al ámbito de la persona misma
en su máxima expresión. Esto nos ha guiado a considerar el cuerpo humano
como objeto o simple instrumento.
¡Nos han intentado vender
una versión barata!
La Iglesia, por el
contrario, siempre ha fomentado el esperar a vivir la sexualidad hasta el
matrimonio. Pero, ¿por qué?
Empecemos por lo más
importante:
Tu eres un Don, así, con
mayúscula.
Fuiste creado a imagen y
semejanza de Dios, en el principio y con la finalidad del amor. Por tanto, has
sido llamado(a) a ser Don, Comunión y Creador. Tus cualidades te
hacen un ser único e irremplazable, un regalo para el mundo. Es así
que, viviendo en sociedad, has sido convocado a vivir en comunión.
Dios no llamó a nadie a la soledad, por el contrario, en comunión es que somos
más semejantes a Él en Su Santa Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Pero espera, hay otra buena
noticia. Aparte de ser un Don, reflejo del amor de Dios y estar en
constante comunión con Él, haz sido invitado a ser co-creador de Su
obra.
Sí…, ¡TÚ!
Dios creó el amor para ti y
para mí, considerando cada mínimo detalle, y nos ha dado una muestra plena del
amor al encarnarse en Cristo. La clave de toda comunión en pareja
está en amar como Cristo nos ama. Su amor fue fiel en la misión que
Dios le encomendó, libre en decisión, total hasta
el punto de entregar su vida por nosotros y dador de vida eterna
para todos. La máxima prueba de amor que se fundamenta en
estos cuatro pilares es: el matrimonio.
Al altar se llega con una
disposición sincera de nunca permitir conscientemente ningún grado de
infidelidad, anti-libertad, anti-totalidad, ni prohibición a la vida; con la
Gracia de Dios.
El acto sexual es la
encarnación de estos votos.
Es sólo en el acto sexual,
dentro del matrimonio, donde se da una entrega fiel, total, libre y abierta a
la vida. Los esposos son llamados a donarse, de modo explícito,
sirviéndose correctamente del digno lenguaje del cuerpo. Es
un testimonio de amor, conforme al significado justo y la grandeza
del Sacramento. El consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su
plenitud en el hecho de que los dos “se vuelven una sola carne” (CIC 1627).
Sólo dentro del matrimonio
se vivirá la plenitud que el mundo promete, pero no brinda realmente. La castidad
prematrimonial es el proceso preparatorio para la verdadera esencia
del matrimonio. Esperar, es un reto. Pero, radicalmente, ¡vale
el esfuerzo!
El amor promete infinidad,
eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra
existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para
lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto.
Hace falta una purificación y maduración que incluyen también la renuncia. Esto
no es rechazar el “eros” ni “envenenarlo”, sino sanearlo para que alcance su
verdadera grandeza (Benedicto XVI, DC, 5).
Por: Myriam Ponce
Fuente:
CatolicoDefiendeTuFe.org