ADVIENTO: EN LA ESPERA DEL SEÑOR
II. Principales enemigos de nuestra santidad: las tres concupiscencias. La
Confesión, medio para preparar la Navidad.
III. Vigilantes mediante la oración, la mortificación y el examen de
conciencia.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: - «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y
en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el
oleaje.
Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que
se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al
Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a
suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened
cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la
vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre
todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza
para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del
hombre» (Lucas 21,25-28.34-36).
I. La Iglesia desea que
todos sus hijos que en todos los momentos de nuestra vida tengamos la misma
actitud de expectación que tuvieron los profetas del Antiguo Testamento, ante
la venida del Mesías. Considera como una parte esencial de su misión hacer que
sigamos mirando hacia el futuro, aun ahora que se cumplen dos mil años de
aquella primera Navidad.
Nos
alienta a que caminemos con los pastores, en plena noche, vigilantes,
dirigiendo nuestra mirada hacia aquella luz que sale de la gruta de Belén.
Estad vigilantes, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa (Juan 1, 11).
Despertad, nos repetirá San Pablo (Romanos 13, 11). Porque también nosotros
podemos olvidar lo fundamental de nuestra existencia. “Ven, Señor, no tardes”.
Preparemos
el camino para el Señor que llegará pronto; es el momento de apartar los
obstáculos si no vemos con claridad la luz que procede de Belén, de Jesús.
II. Los verdaderos enemigos
que luchan sin tregua para mantenernos alejados del Señor, están en el fondo de
nuestra alma: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el
orgullo de la vida. La concupiscencia de la carne es también, -además de la
tendencia desordenada de los sentidos en general, el desorden de la
sensualidad-, la comodidad, la falta de vibración, que empuja a buscar lo más
fácil, lo más placentero, el camino más corto, aun a costa de ceder en la
fidelidad a Dios.
El
otro enemigo, la concupiscencia de los ojos, es una avaricia de fondo, que nos
lleva a valorar solamente lo que se puede tocar. La soberbia de la vida hace
que la inteligencia humana se considere el centro del universo que se
entusiasma de nuevo con el seréis como dioses (Génesis 3, 5) y, al llenarse de
amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios. Puesto que el Señor viene
a nosotros, hemos de prepararnos con una Confesión llena de amor y de
contrición.
III. Estaremos alerta a la
venida del Señor, si cuidamos con esmero la oración personal, si no descuidamos
las mortificaciones pequeñas, si hacemos un delicado examen de conciencia.
Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y
no tardará, leemos en las antífonas de la liturgia.
Nuestra
Señora espera con gran recogimiento el nacimiento de su Hijo. Junto a Ella nos
será fácil disponer nuestra alma para la llegada del Señor.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org