Se cierra
en Madrid la causa de beatificación de 56 sacerdotes y laicos testigos de la fe
durante la persecución de los años 30. El juicio ahora le corresponde al Papa
Este sábado, la colegiata
de San Isidro acoge a las 13:00 horas la clausura de la fase diocesana de la
causa de canonización de Cipriano Martínez Gil y 55 compañeros, todos ellos
sacerdotes diocesanos y familiares que dieron su vida durante la persecución religiosa
de los años 30 y que ahora se someten al juicio de la Santa Sede para ser
declarados mártires.
Era el 21 de julio de 1936
cuando el párroco de El Pardo, Cipriano Martínez, fue apresado junto a su
coadjutor y fueron llevados al calabozo municipal.
Allí, Cipriano alentó a sus
compañeros de cautiverio con charlas de fe y hasta con bromas. Y ante sus
carceleros tomaba una actitud comprensiva: «Hay que perdonar. Tenemos que estar
dispuestos a lo que Dios quiera, a darle la vida si es preciso», lo que hizo en
la madrugada del 18 de agosto, cuando lo llevaron a la tapia del santuario del
Cristo del Pardo para fusilarle, no sin antes pedir un momento para rezar en
silencio antes de recibir la descarga mortal.
Acompañan en la causa a
Cipriano numerosos sacerdotes que compartieron con él tanto la incertidumbre de
la detención como la decisión en la entrega de la vida. Todos ellos forman
parte de una generación de sacerdotes marcada por la persecución y el martirio:
en 1936 había en Madrid 1.118 sacerdotes seculares, de los cuales fueron
martirizados 379, una tercera parte, cuyas causas va a ir abriendo poco a poco
la diócesis.
Junto a Cipriano y sus
compañeros de sacerdocio figuran en esta causa varios laicos, familiares todos
ellos de alguno de los sacerdotes, con los que compartieron también el mismo
destino, como los dos hermanos de Carlos Plato, párroco de Canillejas, que
fueron voluntariamente al martirio para no dejar solo a su hermano; o Pilar
Martín de Miguel, sobrina del párroco de Aranjuez, sometida durante varios
meses a torturas y vejaciones para hacerle confesar el paradero de su tío,
hasta que finalmente fue asesinada a palos.
«Ha sido muy edificante
recorrer la historia de todos estos siervos de Dios. Son testimonios de mucha
fortaleza, de mucha fe, de mucho amor y confianza en el Señor», dice Alberto
Fernández, delegado de Causas de los Santos. «La mayoría de ellos pensaba que
no les iba a pasar nada –prosigue–, sencillamente porque ellos no habían hecho
nada malo a nadie. Muchas de las personas de sus pueblos y parroquias los
querían y los protegían, y la mismo tiempo ellos estaban muy seguros de que si
les pasaba algo estaban en las manos de Dios». Y cuando todo se desató, «se
mostraron muy dispuestos a dar la vida por el Señor en caso necesario, y muy
valientes para hacerlo. En el fondo son historias muy de Dios».
Fernández subraya que
«ahora el juicio para ser declarados mártires corresponde al Papa, que es «el
único juez de causas de los santos». Lo que se ha hecho hasta ahora en Madrid
ha sido recoger documentación y testimonios que ahora se envían a Roma para que
los estudie primero una comisión de historiadores, luego una de teólogos y por
último de obispos y cardenales, hasta acabar el proceso en el Papa, «que es
quien dicta la sentencia» que reconoce el martirio.
A Roma han enviado una
documentación que supera los 6.000 folios, «con testimonios de testigos,
familiares, gente que vivió esos momentos. Hay algunos que viven, algunos
incluso fueron testigos de la detención y recuerdan cómo fueron a la casa del
cura. Hemos interrogado en total a 95 testigos, y la gran mayoría se
emocionaban al narrar aquello que pasó, porque fueron testigos de una entrega
muy grande», dice el delegado, quien destaca que «es importante subrayar que es
un trabajo minucioso que se lleva a cabo con mucho rigor, con muchas garantías
procesales e históricas».
Alberto Fernández confirma
también que próximamente se va a abrir en Madrid una nueva causa con 50
sacerdotes y más de 60 laicos, hombres y mujeres miembros de la Acción
Católica, de la Asociación Católica de Propagandistas, de la Adoración Nocturna
y también catequistas de parroquias, «porque estamos convencidos de que la
motivación de su muerte fue principalmente religiosa».
Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega
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