Un
Cristo que, según la tradición, "absorbe" el veneno de los pecados
Catedrales e Iglesias Cathedrals and Churches-(CC BY 2.0) |
Miles
de mexicanos –y uno que otro fiel de fuera del país—llegan hasta la Catedral
Metropolitana de la Ciudad de México, se internan por la entrada principal y,
en lugar de dirigirse hacia el presbiterio, caminan hacia el Altar del Perdón
para pedirle un favor a la milagrosa imagen del “Señor del Veneno”.
El
también llamado “Cristo Negro”, es una escultura recientemente restaurada y
fabricada de pasta de caña a modo de una técnica indígena muy antigua. En el
siglo XVIII, se encontraba en la capilla del Seminario de los dominicos de
Porta Coeli de la ciudad de México.
Tras
ser clausurado al culto público en 1926, por el inció de la llamada “Guerra
Cristera” y la persecución religiosa del régimen de Plutarco Elías Calles, la
talla indígena fue trasladada a la Catedral de México (hacia 1928). Desde
entonces, miles de fieles sienten que “El Señor del Veneno” absorbe sus
padecimientos, infecciones y dolores, como antaño lo hizo con los pecados de un
hombre.
Besar los pies envenenados
El
18 de Agosto de 1602 llegó a Nueva España (México) una delegación de la orden
religiosa de los padres dominicos que se instalaron en la Ciudad de México
donde fundaron un seminario católico al cual llamaron Porta Coeli.
Ahí,
durante un tiempo, tuvieron un crucifijo de tamaño natural, con la imagen de
Jesús, de una blancura impresionante, cual si fuera mármol.
Cuenta
la tradición que un sacerdote tenía la costumbre de hacer oración ante la
imagen todos los días y al final besar piadosamente sus pies. Un día confesó a
un hombre que, bajo sigilo, le dijo que había robado y matado cruelmente a otra
persona.
El
sacerdote confesor le comunicó que Dios siempre estaba dispuesto a perdonar
pero para poder darle la absolución era necesario que devolviera lo robado y se
entregara a la justicia, puesto que no bastaba confesar el daño sino
arrepentirse y remediarlo de alguna forma.
El
hombre, lleno de furia se retiró del confesionario y temiendo que el sacerdote
lo entregara buscó la manera de acabar con él. Oculto por las sombras de la
noche se introdujo a la capilla y ungió los pies del Cristo con veneno.
Como
cada noche, el clérigo hizo la oración acostumbrada y en el momento de
acercarse a besar los pies, quedó admirado al ver que la imagen flexionaba las
rodillas, elevaba los pies para que no le fueran besados y al mismo tiempo
absorbía de pies a cabeza el veneno, convirtiéndose en un Cristo negro.
Según
se sabe el hombre que había querido asesinar al religioso fue testigo del
maravilloso prodigio y se entregó a la justicia para pagar su crimen. Con
lágrimas pidió al Cristo perdón por sus delitos y obtuvo la gracia, no sólo de
purgar una condena más breve, sino de terminar su vida en gracia de Dios.
Segunda versión
Otra
versión, ésta sostenida por el director de Arte Sacro de la Arquidiócesis
Primada de México, el Padre José de Jesús Aguilar, señala que hubo una persona
que intentó asesinar a un fiel devoto, “que acostumbraba besar los pies del
Cristo”.
Esta
persona pensó que “si colocaba veneno en los pies del Cristo, el hombre después
de besarlo se iría a su casa, a dormir, y el veneno actuaría en la noche y el
hombre amanecería muerto sin que nadie sospechara de alguna cosa”.
“Cuando
el piadoso hombre se acercó a besar los pies del Cristo, delante de la gente,
todos vieron cómo el Cristo flexionó las rodillas para que no fueran besados
sus pies y fue recibiendo el color negro desde los pies hasta la parte de la
cabeza, en una forma simbólica absorbiendo el veneno”.
Un
fragmento de la larga oración de los fieles ante la imagen en la Catedral
Metropolitana, da cuenta que –al menos en la piedad popular—el que se salvó
primeramente del veneno fue un sacerdote. Y ahora, por extensión, el Cristo
absorbe los pecados de los hombres:
“Yo
te ruego,
que
así como le salvaste la vida
a
su Señoría ilustrísima
cuando
por medio de tu sacratísimo cuerpo
trataron
de envenenarlo al ir a besar tus Divinos Pies,
así
te lo suplico, ¡oh adorado Señor!,
que
el ponzoñoso veneno del pecado
no
penetre más en mi corazón,
haz
que se purifique
ejercitando
todas las obras que sean de tu agrado.
Es
lo que te pido en honor
de
tu admirable transfiguración,
con
lo que manifiestas lo grande
de
tu infinito poder.
Así
sea.”
Jaime
Septién
Fuente:
Aleteia