“Lo de
la mano de obra afecta a todos los estratos, también a la iglesia”
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Juan Antonio Mínguez, el cura de Jadraque, en Guadalajara |
Le conocen en toda la comarca. Así que la
pista surge en un bar a los pies del cerro de Hita, provincia de Guadalajara,
explica Daniel Borasteros en El Confidencial.
“El que es digno de verse es el cura de
Jadraque, ¡que es ‘heavy metal’ y lleva rastas y pendientes y todo!”,
dice el mesonero meneando la cabeza como el que ha visto cosas muy difíciles de
creer para el forastero. Una carretera polvorienta une los dos pueblos, que
están a unos 25 kilómetros, sin que nada más que algunas casas bajas dispersas
estorben la vista del paisaje.
En una de las calles principales de
Jadraque, que está bastante desértico a esas horas (y a casi todas, según
comentan los vecinos después), está Juan Antonio Mínguez, sacerdote de
44 años y con toda probabilidad uno de los tipos más ‘enrollados’ de toda la
provincia.
El padre Juan, como es conocido por los
algo más de 1.400 habitantes de este pueblo, es un hombre completamente calvo
con una mirada verde y una sonrisa más bien burlona. Una especie de Santiago
Segura, pero con rastas en “las guedejas” que enmarcan su calva y también
la barba. En las orejas, en efecto, lleva varios pendientes negros en forma
de cuernos de los que les servían a los vikingos para contarse cosas de un
punto lejano a otro.
Pero aunque ha sido ‘heavy metal’, e
incluso uno de sus grupos favoritos era Slayer con “el temazo ‘Dios nos odia a
todos’”, lo relevante de este religioso no tiene nada que ver con su aspecto y
sus gustos, digamos, originales. “Yo no toco la guitarrita en la iglesia. Cada
uno tiene que saber cómo es su parroquia. Aquí acuden a misa personas
mayores y yo me tomo las cosas en serio, no se trata de hacer el tonto”,
desvela el padre, que, sin embargo, admite que toca “bastante bien las seis
cuerdas, pero en mi casa, y además ahora estoy flipando con el flamenco, que me
encanta, aunque es difícil llevar bien el compás”.
Así que más allá de la anécdota, el padre
Juan, que lleva 19 años como cura en diversas parroquias de esta despobladísima
zona y no es ningún novato en la materia (se ordenó en 1999 tras estudiar
cuatro años de Teología y dos de Filosofía), se dedica a asuntos bastantes
serios.
Charlas
sobre el Islam
Por ejemplo, a intentar reducir la brecha
entre los locales y los inmigrantes musulmanes que han ido llegando al pueblo. Hace
cuatro años tuvo la iniciativa de dar clases de español a los marroquíes.
“Los hombres dejaron de venir, pero las mujeres sí se siguen apuntando. Los
hombres no pusieron problemas a que ellas vinieran porque el que daba la clase
era un hombre, pero a fin de cuentas, ¡también un cura!”, explica en la misma
aula donde se imparten las lecciones.
“El problema más bien era mezclar hombres
y mujeres marroquíes”, precisa. “Muchas de esas personas son analfabetas en su
propio idioma”, revela. También las ayuda con los exámenes para obtener la
nacionalidad española. Las clases de este año comienzan ahora en noviembre. Él
estudio por la UNED árabe durante cuatro años. Su relación es lo bastante
estrecha como para que lo inviten a sus bautizos: “Matan un cordero y montan
una fiesta”.
También, con la complicidad del obispo,
dio charlas sobre el Islam a los parroquianos de toda la vida. Para que
se estrecharan lazos. Por el momento, confiesa, le ha salido la jugada regular:
“Cuesta cambiar los prejuicios de la gente”. Aunque hace no mucho hubo un
matrimonio mixto. “Tenías que haber visto la fiesta del enlace, con los paisanos
bebiendo vino… bueno, ¡fue un poco desastre!”.
Cada grupo, españoles y extranjeros acude
a sus propios bares de la población y se mezclan poco, pero él intenta de
vez en cuando organizar “comidas interculturales”. Los rumanos y búlgaros
ortodoxos que se dedican a la agricultura por la zona también lo consideran,
casi, uno de los suyos. “¡El aspecto ayuda, desde luego, porque parezco un
pope!”, bromea, aunque recuerda que estos fieles “no tienen obligación de
asistir a misa”.
Aunque
no solo se ocupa de la inmigración
El otro gran problema de la zona es el
envejecimiento. Y la despoblación. Para ambos tiene el padre Juan alguna
propuesta. Una de sus tareas pastorales es ir a visitar a los ancianos que no
se pueden mover. “Que vaya el cura a su casa es una fiesta”, cuenta el
sacerdote, que se obliga a ir regularmente a “echar una charla y rezar un
padrenuestro con ellos”. A Juan le gusta predicar los evangelios y las
celebraciones propias de su gremio, aunque reconoce que sobre todo hace
“funerales más que bautizos”.
En esos viajes por los pueblecillos de la
zona también aprovecha para vender décimos de lotería. Esto no es nada
irrelevante. Ese dinero sirve para hacer las obras de acondicionamiento de la
iglesia. “El obispado y la Diputación ponen dinero, pero hay que aportar
también desde aquí”, cuenta. En estas tareas de restauración de las parroquias
cercanas encontraron hace poco “unos lienzos del XVII, de la época de El
Greco, y es que por aquí hay muchísimo patrimonio”, subraya a menos de dos
kilómetros del imponente Castillo del Cid.
Clases
de boxeo
Su otra preocupación son los jóvenes. Ahora
ha empezado a darles clases de boxeo. “Me enseñó un amigo y nos dejan un
local municipal para hacer guantes con los chavales”, explica. “Lo importante
no es llevarlos a la iglesia si no quieren, sino estar cerca de ellos”,
insiste.
El pasado verano se fue de viaje con
cuatro chicas de 20 años del pueblo. Hicieron el camino de Santiago. “¡No sé qué
pensaría la gente al vernos!”, exclama y se ríe a la puerta de la iglesia. La
posible confusión de los otros peregrinos se acababa cuando lo veían oficiar
misa en alguna parroquia del camino. “Yo intento no darles la lata con cosas de
la iglesia porque sé por propia experiencia que tener al cura dando la brasa
no es el mejor plan”, concede. Esta semana, además, se estrena como cura en
prisiones.
Pero la despoblación no solo afecta al
pueblo en lo que a los jóvenes se refiere. Ya faltan también los propios curas.
El año pasado desapareció el seminario de Guadalajara y se integró en Madrid.
No hay vocaciones. Por eso, en el cercano pueblo de Tamajón, ya en la sierra,
ofician los fines de semana dos sacerdotes originarios de Benín y en Las Minas,
uno de Ruanda.
“Lo de la mano de obra afecta a todos los
estratos, también a la iglesia”, sentencia medio en serio medio en broma el
padre Juan. “Los invité a dar misa aquí y lo hacen muy bien, bueno un poco
largo porque traducen”. ¿Y qué opinan los paisanos de estos curas negros?
“Bueno… lo van asumiendo”, dice con su sonrisa burlona.
Fuente: ReL