Hablando con los religiosos sobre los mártires que han
forjado la Iglesia lituana, el Papa Francisco, en la catedral de Kaunas,
citó al arzobispo jesuita Sigitas Tamkevičius, de 1938, y en la actualidad
emérito
En 1983 fue arrestado por las autoridades soviéticas. Su
historia se encuentra narrada en el libro “El baile tras la tormenta”, de José
Miguel Cejas, y el periodista Andrea Tornielli narra en el diario italiano La Stampa cómo pudo sobrevivir a las
torturas y no traicionar a sus compañeros sacerdotes.
“Nunca recé tan intensamente como en
aquellos momentos –comentó-. Jesús no me dejó solo”. Tamkevičius recuerda el
momento del arresto: “‘Nos descubrieron’, pensé ese día de 1983. Al subir a
la camioneta de la KGB, me invadió un sudor frío. Los sótanos de la cárcel, con
corredores estrechos, techos altos, mal iluminados, bombillas tenues, con
manchas de humedad y grietas, no invitaban a la serenidad”.
Le preguntaron su nombre y la profesión.
Respondió: “Sacerdote. Jesuita”. Respondieron: “‘¡Anda! Es Sigitas, del Comité
para la Defensa de los Creyentes, ese que hace propaganda anti-soviética contra
el Estado’. Yo sabía que mi participación en el Comité no era lo que les
interesaba. Querían saber quiénes eran los redactores de ‘La Crónica de la
Iglesia Católica en Lituania’ y cómo llegaba al extranjero. La idea de “La
Crónica” se nos había ocurrido a mí y a otros cuatro sacerdotes en los años
setenta”.
“Decidimos
escribir textos que consolaran a los católicos lituanos y que dieran a conocer
nuestra situación en el Occidente: no podíamos ofrecer catequesis ni
conferencias, ni evangelizar de ninguna otra manera. En las pocas misas que nos
permitían había espías del gobierno que tomaban apuntes de las homilías y
vigilaban a las personas que no fueran los ancianos de siempre; no se podían ni
construir ni reparar las iglesias”.
“Ocho agentes comenzaron a interrogarme
un día sí y otro también. ¡No me podía imaginar que ese interrogatorio habría
durado seis meses! Horas y horas de preguntas, en una sucesión constante de
examinadores “buenos” y “malos”. Dios me dio la fuerza para no traicionar a
ninguno en ese periodo terrible, ni siquiera en los momentos de mayor debilidad”.
“‘No entiendo cómo lo lograste’, me dicen
a veces, pensando que superé toda esa situación gracias a mis fuerzas. Pero no
es así. En la cárcel logré comprar algunos pedazos de pan y confirmé que era
de trigo. Solo me faltaba el vino; en una carta pedí a mi familia una uva pasa
seca. Desde entonces, solamente tenía que encontrar un buen momento,
sabiendo que mi compañero de celda, como normalmente sucedía, era un criminal
común al que le prometían reducir la pena si les hubiera ofrecido informaciones
comprometedoras sobre mí”.
“Me ponía de espaldas a la puerta –contó
Tamkevičius– con el estuche de los lentes en la mesa; un estuche amarillo de
plástico en el que tenía un pequeño pedazo de pan y un pequeño recipiente con
un poco de uva pasa. Esperaba que mi compañero de celda se quedara dormido
y luego, lentamente, comenzaba a exprimir la uva pasa entre los dedos hasta
obtener alguna gota de vino que, en casos excepcionales, resultaba válido
incluso para celebrar la eucaristía”.
“Gracias a Dios tengo buena memoria
–continúa el obispo– y me acordaba de las oraciones de la misa. Después de la
consagración, consumiendo el cuerpo y la sangre de Cristo, una alegría
indescriptible se apoderaba de mí. Experimentaba una alegría mayor de la
que había sentido la primera vez que celebré misa en la catedral de Kaunas.
Dios me consolaba y confortaba. Lo sentía allí a mi lado”.
“Celebrar la misa en esas circunstancias
–explicó Tamkevičius– me daba una fuerza especial, sin la cual no habría podido
resistir. A veces quería celebrar acostado en el lecho, en plena noche”. “Nunca
he rezado tan intensamente como en esos momentos. Fue un don de Dios. No le
pedía que me liberara; confiaba en Él. Los brazos de Jesús me sostenían; nunca
me dejó solo. Siempre fue mi esperanza”.
ENVIADO A KAUNAS
Fuente: Vatican Insider