Mensaje en el 800º
aniversario de la Orden
El
Papa Francisco les anima a “profundizar en ese cimiento puesto por Cristo
y fuera del cual nada se puede construir, redescubriendo el primer amor de la
Orden y de la propia vocación, para renovarlos continuamente”.
Mensaje
del Santo Padre al P. Fray Juan Carlos Saavedra Lucho, Maestro General de
la Orden de la Santísima Virgen María de la Merced con motivo del 800°
aniversario de dicha Orden, escrito en el Vaticano el 6 de diciembre de 2017, y
hecho público por la Santa Sede el 17 de enero de 2018.
El
Pontífice expresa en la carta su “cercanía espiritual”, animándoles a que este
aniversario sirva para la renovación interior y para “impulsar el carisma
recibido, siguiendo el camino espiritual que Cristo Redentor les ha trazado”.
“El
Señor Jesús les mostrará un camino hermoso, por donde transitar con un espíritu
renovado. Podrán hacer crecer el don recibido —personal y comunitariamente—,
entregándolo y entregándose completamente”, les anima el Papa Francisco.
Publicamos
a continuación el mensaje que el Santo Padre Francisco ha enviado al P. Fray
Juan Carlos Saavedra Lucho:
Mensaje del Papa Francisco
Al
Reverendísimo Padre Fray Juan Carlos Saavedra Lucho
Maestro
General de la Orden de la Bienaventurada María Virgen de la Merced
Querido
Hermano:
Al
acercarse la fecha en la que la Orden de la Merced, y todos los que se unen a
ella con lazos espirituales, recuerdan el octavo centenario de la confirmación
pontificia de este instituto por parte del Papa Gregorio IX, quiero unirme a
ustedes en su acción de gracias al Señor por todos los dones recibidos a lo
largo de este tiempo. Deseo expresarles mi cercanía espiritual, animándoles a
que esta circunstancia sirva para la renovación interior y para impulsar el
carisma recibido, siguiendo el camino espiritual que Cristo Redentor les ha
trazado.
El
Señor se hace presente en nuestra vida mostrándonos todo su amor y nos anima a
que le correspondamos con generosidad, siendo este el primer mandamiento del
santo Pueblo de Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5). En preparación a este año jubilar
ustedes han querido resaltar a tres protagonistas de su historia que pueden
significar tres momentos de respuesta al amor de Dios. El primero es san
Pedro Nolasco, considerado el fundador de la nueva comunidad y el depositario
del carisma entregado por Dios. En esa vocación está el corazón y el tesoro de
la Orden, pues tanto la tradición de la misma como la biografía de cada
religioso se fundamentan en ese primer amor. En el rico patrimonio de la
familia mercedaria, iniciado con los fundadores y enriquecido por los miembros
de la comunidad que se han sucedido a lo largo de los siglos, se concitan todas
las gracias espirituales y materiales que ustedes han recibido. Este depósito
se hace expresión de una historia de amor que se enraíza en el pasado pero que
sobre todo, se encarna en el presente y se abre al futuro, en los dones que el
Espíritu sigue derramando hoy sobre cada uno de ustedes. No se puede amar lo que
no se conoce (cf. San Agustín, Trinidad, X,II,4), por ello los animo a
profundizar en ese cimiento puesto por Cristo y fuera del cual nada se puede
construir, redescubriendo el primer amor de la Orden y de la propia vocación,
para renovarlos continuamente.
El
segundo protagonista en este tríptico es la Virgen Santa, Nuestra Señora
de la Merced o, como también la llaman, del Remedio y de Gracia en nuestras
necesidades, que suplicamos a Dios y confiamos a su poderosa intercesión. En el
original hebreo la expresión que traducimos «amarás al Señor con toda el alma»
tiene el sentido de «hasta la última gota de nuestra sangre». Por eso, el
ejemplo de María se identifica con este verso del «Shemá». Ella se proclama
como la «esclava del Señor», y se pone en camino «apresuradamente» (Lc 1, 38-39),
para llevar la buena noticia del reino a su prima Isabel. Es la respuesta de
Dios al clamor del pueblo que espera la liberación (cf. Ex 3, 7
y Lc 1, 13). Así, es maestra de consagración a Dios y al pueblo, en
la disponibilidad y el servicio, en la humildad y la sencillez de una vida oculta,
totalmente entregada a Dios, en el silencio y en la oración.
Es
un compromiso que nos evoca el sacrificio de los antiguos padres redentores,
que se quedaban ellos mismos «en rehenes», como prenda de la libertad de los
cautivos. Por ello, les ruego que este propósito de ser completamente suyos se
refleje no sólo en las obras apostólicas de vanguardia, sino en el trabajo
cotidiano y humilde de cada religioso, como también en los monasterios
contemplativos que, con el silencio orante y en el sacrificio escondido,
sostienen maternalmente la vida de la Orden y de la Iglesia.
El
tercer protagonista que completa el cuadro de la historia del Instituto
es Cristo Redentor; en él damos un salto cualitativo, pues pasamos de los
discípulos al Maestro. Como al joven rico, Jesús nos interpela con una pregunta
que nos toca profundamente: ¿Quieres ser perfecto? (cf. Mt 19, 21; 5,
48). No vale un conocimiento teórico, ni siquiera una adhesión sincera a los
preceptos de la Ley divina «desde la juventud» (Mc 10, 20); sino que Jesús
nos mira a los ojos y nos ama, pidiéndonos que lo dejemos todo por seguirle.
El
amor se aquilata en el fuego del riesgo, en la capacidad de poner sobre la mesa
todas las cartas y de apostar fuerte, por esa esperanza que no defrauda. Sin
embargo, muchas veces, las decisiones personales y comunitarias que más nos
cuestan son las que afectan a nuestras pequeñas y, a veces, mundanas
seguridades. Todos estamos llamados a vivir la alegría que brota del encuentro
con Jesús, para vencer nuestro egoísmo, salir de nuestra propia comodidad y
atrevernos a llegar a toda periferia que necesita la luz del Evangelio
(cf. Evangelii gaudium, 20). Podemos responder al Señor con generosidad
cuando experimentamos que somos amados por Dios a pesar de nuestro pecado y
nuestra inconsistencia.
Queridos
hermanos y hermanas:
El
Señor Jesús les mostrará un camino hermoso, por donde transitar con un espíritu
renovado. Podrán hacer crecer el don recibido —personal y comunitariamente—,
entregándolo y entregándose completamente, como el grano de trigo que si no
muere no puede dar fruto (cf. Jn 12,24). Pido al Señor que les dé la
fuerza para abandonar lo que les ata y asumir su cruz, de modo que dejando el
manto y agarrando su camilla (Mc 10, 50; 2, 1-12) puedan seguirlo por el
camino y habitar en su casa por siempre.
Por
favor, les ruego que no dejen de rezar por mí. Que Jesús bendiga a todos los
miembros de la Orden y de la entera familia mercedaria, y la Virgen Santa los
cuide.
Fraternalmente,
Francisco
PP.
Vaticano,
6 de diciembre de 2017
Memoria
de san Pedro Pascual
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit