Un belén
de chocolate bendecido por el papa Francisco, el más alto de Europa
Desde que Dios se hiciera hombre en Navidad, el pueblo cristiano ha creado todo un mundo de costumbres y tradiciones religiosas llenas de ternura y colorido.
Son múltiples las manifestaciones populares que jalonan la
Navidad. Entre ellas se puede mencionar la Misa del Gallo, la
colocación del árbol
de Navidad, el día de
los Santos Inocentes, el día primero
del año, la Epifanía o la colocación
del belén o pesebre doméstico en
un lugar privilegiado de cada hogar.
Los belenes suelen instalarse en iglesias
o monasterios, en los hospitales, fábricas, colegios y universidades, en los
pequeños comercios o grandes almacenes, en la plaza mayor de cualquier pueblo o
ciudad, en sedes de instituciones, públicas o privadas.
Pero también se pueden colocar belenes en los lugares más
extraños, lejanos o inaccesibles, como en las cimas o cumbres de las más altas
montañas.
Los cristianos procuramos recordar la
presencia del Señor narrada en el Evangelio, escuchar ese mensaje para luego
seguir la invitación: “Ve y
proclámalo desde la montaña”.
Hay un himno de estilo góspel titulado “Go,
tell it on the mountain”, que se remonta a 1865 y al compositor
afroamericano John Wesley Work Jr en el que la letra original invita a
proclamar el nacimiento de Jesús “en la montaña, en las cumbres y por todas
partes”.
Con esa idea de sembrar un tono religioso-navideño en la
montaña, en algunos lugares nació la tradición a mediados del
siglo XX, de la Navidad montañera o como se le llama en algunas zonas del norte
de España (Asturias y León), Belén
de cumbres.
Diferentes grupos excursionistas,
parroquias, familias o grupos de amigos organizan una de sus salidas para montar un belén, cantar villancicos
y completarla con una copa de cava e intercambio de turrones y dulces típicos.
La meta son los abundantes picos y
alturas del país, a veces, con dificultades en la escalada, pero normalmente en
medio de hermosas panorámicas que invitan a disfrutar de la naturaleza.
Este acto posee, además, varios significados simbólicos:
es la colocación del “belén más cerca del cielo”, el que más se
aproxima a “dar
gloria de Dios en las alturas” y a un versículo del salmo: “Montes
y cumbres, bendecid al Señor”.
El
belén conserva desde su origen múltiples valores: es la manifestación del amor divino a
los hombres; en segundo lugar, santifica el lugar donde se coloca, sea en la
soledad de la montaña, en un salón familiar, en la iglesia, en la calle o en un
escaparate…; y en tercer lugar, su montaje es un momento para celebrar
popularmente la alegría propia de la Navidad.
El Belén de cumbres o Belén montañero
cumple estos tres valores y aspectos, pero también algún otro que le convierte
en más especial: es el belén
que pasa la Navidad en la mayor soledad; lleva una construcción sencilla,
modesta, humilde (suele estar hecho de madera o barro); y es el menos visitado,
a no ser que pase por allí algún montañero.
El montaje del belén de cumbres comenzó en la década de los años cuarenta
y cincuenta. En el caso de Asturias, un pequeño grupo de diez
montañeros asturianos tuvo la iniciativa y el ánimo de colocar un nacimiento en
la cumbre de Peña Ubiña, a 2.200 metros de altitud.
Allí encontraron una cueva al abrigo para
ambientarlo y que el pesebre estuviera protegido; fue conmovedor para los diez
montañeros, buenos y probados escaladores, ya que ascendieron en medio de
dificultades por el peligro de una nevada; pero ni tiempo ni el ambiente
adverso los amedrentaron.
En este primer belén asturiano se procuró
que no faltase ninguna de las piezas fundamentales: San José, María, el Niño y
los Reyes Magos.
Esta fue, quizás, la primera aventura del
belén de cumbres, pero a finales de la década de los sesenta fueron más grupos
montañeros los que se unieron a esta idea en diferentes zonas de España, donde
existen grupos que este año celebran más de 50 años ascendiendo el belén a la
cima de alguna montaña emblemática.
Con frecuencia se organiza en lugares
accesibles para que puedan asistir incluso familias con niños pequeños o gente
de mayor edad. En pleno siglo XXI esta fiesta de montar el belén se encuentra
en su apogeo.
Normalmente se instala el belén debajo de una pequeña
oquedad o entrante que hace la roca, para que quede
resguardado, simulando casi a la perfección la cuevita donde san José, la
Virgen María, el Niño Jesús y la mula y el buey se cobijaron y donde tuvo lugar
el nacimiento del Salvador.
En muchas ocasiones el belén va
acompañado de un cartel deseando unas felices fiestas a los muchos montañeros
que suben al bello paraje.
El belén normalmente permanece en la
cumbre hasta el día 7 de enero, cuando es retirado. Pero en ocasiones los
belenes quedan en la cima de alguna montaña de forma permanente.
Esta ascensión tan especial tiene lugar
el domingo anterior a la Nochebuena o antes del solsticio de invierno y cada club de montaña elige “su” cumbre para poner su correspondiente belén.
En Cataluña está costumbre está muy
enraizada y picos como el Pedraforca, La Mola o el Matagalls tienen una larga
tradición en estos “pesebres de montaña” o “Caminos del pesebre”, como se
les llama en esta zona.
Pero estos belenes tan especiales llegan
hasta cumbres tan altas como el Aneto, el Mulhacén, o incluso el Teide, en
Canarias. De hecho en esa montaña, el 21 de diciembre de 2014, un grupo de
montañeros canarios colocaron el belén más alto de Europa a 3.718 metros. Era un
belén italiano de chocolate bendecido por el papa Francisco.
Tras ocho siglos de historia y tradición,
cuando en la Navidad de 1223 san Francisco de Asís llevara a cabo en la montaña
de Greccio una representación del nacimiento de Dios, los belenes siguen estando presentes,
vivos y perfectamente consolidados en el ambiente.
Como dice Benedicto XVI, es “la tradición navideña más bella” y el papa Francisco hace unos días
afirmó, antes de inaugurarse el pesebre y el árbol de Navidad en el Vaticano,
que “también los pesebres hechos en las
iglesias, en las casas y en muchos otros lugares públicos son una invitación a hacer un lugar en nuestra vida y en
la sociedad a Dios, escondido en el rostro de tantas personas que están en
condiciones de malestar,
de pobreza y de tribulación”.
Ojalá pese a los vaivenes de la vida no
decaiga entre nosotros esta ancestral costumbre de hondas raíces cristianas que
nos hace ver y vivir mejor la Navidad.
MERCHE CRESPO
Fuente: Zenit