La Iglesia necesita testigos del evangelio en medio de la crisis de
nuestro tiempo
De
ser tenido por un obispo más bien de «sacristía», poco dado a
la crítica política, Óscar Romero se convirtió en un icono de la
defensa de los derechos humanos en América Latina. Se le «cayó la
venda», diría él mismo, con las matanzas de campesinos y
asesinatos de sacerdotes perpetrados por la dictadura militar. También
a Juan Pablo II, en cierto modo, se le caería una venda con Romero.
Tras la frialdad con la que le recibió
inicialmente, convencido de la veracidad de los informes que presentaban al
arzobispo de San Salvador como simpatizante de la rama marxista de la teología
de la liberación, llegaría años después la imagen del Pontífice arrodillado
ante la tumba del obispo asesinado.
Beatificado
por el Papa Francisco, Romero se ha convertido en un modelo de pastor cercano
para la Iglesia latinoamericana y universal.
«La Iglesia necesita testigos del evangelio en medio de la crisis de nuestro
tiempo… Esto significa que la mirada compasiva de Romero y su trabajo en
defensa de las víctimas de su país, puede ser universalizable hoy al
pie de las vallas de Ceuta y Melilla, en los lugares del olvido donde
colaboran tantas personas voluntarias, en las reivindicaciones de los
pensionistas o de los parados o de aquellos que trabajan en condiciones
indignas».
Lo
dice en esta entrevista Luis Aranguren, que presenta este jueves en el salón de
actos Alfa y Omega su nuevo libro San Romero de los
derechos humanos. Junto a él intervendrán el vicario de Pastoral Social e
Innovación de la archidiócesis de Madrid, José Luis Segovia, y la teóloga Pepa
Torres, colaboradora de este semanario. El acto, a las 19 horas, es de entrada
libre hasta completar aforo.
San
Romero de los derechos humanos se
titula tu libro. A Óscar Romero le han llamado de muchas maneras, pero de esta,
no…
En
efecto, con este título he querido vincular la experiencia de Dios de Romero,
que le conduce a un estilo de vida profético y evangélico, con los rasgos donde
tantas personas alejadas o no creyentes pueden identificarse en la defensa de
la dignidad de toda persona, y en el trabajo en favor de los derechos humanos.
Es un acercamiento desde la ética que mueve a la compasión, al cuidado y a la
justicia sin ocultar la motivación creyente y la experiencia mística de este
cristiano ejemplar de nuestro tiempo.
Del
Romero recién nombrado arzobispo de San Salvador, pocos hubieran imaginado que
se convertiría en todo un icono de la justicia social en el continente y en el
mundo. ¿Qué ocurrió?
Pasó
lo que en realidad debiera pasar en cualquiera de nosotros. Solemos decir que
la fe precisa de conversión. La fe no es algo solo heredado, sino una
orientación vital desde Dios hoy en mi vida. Recién nombrado arzobispo de San
Salvador, y en la primavera de 1977, suceden diversos acontecimientos
(asesinatos de sacerdotes, ocupaciones de ciudades por parte de ejército,
matanzas de campesinos…). Estas realidades abren los ojos de Romero y él dirá
más tarde: «se me cayó la venda». Desde entonces se hizo realmente pastor de su
pueblo caminando con él. Entendió que solo podía ser buen pastor participando
de los sufrimientos y esperanzas de su gente. Con su testimonio nos ayudó a
comprender que el pueblo, como sujeto de la historia, significa que nos
sujetamos los unos a los otros y nos animamos caminando juntos. Por eso, él
solía decir que «con este pueblo no cuesta ser buen pastor».
En
la primera visita que hace Romero al Vaticano, se encuentra con la
incomprensión del propio Juan Pablo II, pero la actitud del Papa va cambiando
y, ya después del asesinato, queda esa impactante imagen de Wojtyla rezando
ante la tumba del arzobispo mártir. ¿Cómo se explican estos cambios?
Juan
Pablo II protagonizó un cambio de actitud profundo durante esos años. De casi
ni querer recibir a Romero, pasó a esa imagen que ni los obispos ni el gobierno
querían: rezando ante la tumba de Romero. No olvidemos que el propio Juan Pablo
II mandó desviar el papa móvil para rezar ante la tumba del mártir. Sin duda,
las mentiras y difamaciones han sido una constante en el caso de monseñor
Romero. Antes y aún ahora –lo ha reconocido el mismo Papa Francisco– se siguen
diciendo mentiras o se reduce la figura de Romero a una especie de bandera
ideológica. Romero no es de estos o de aquellos; en todo caso es de los pobres,
es el santo de los pobres y de toda la Iglesia.
Con
la beatificación de Romero y con la elevación al cardenalato de su más estrecho
colaborador, Gregorio Rosa Chávez, Francisco no solo ha deslegitimado las
reticencias que todavía pudieran quedar hacia la figura del arzobispo mártir,
sino que, de algún modo, lo está proponiendo como modelo de una Iglesia
comprometida, especialmente en América Latina. ¿Cómo ves que está siendo
recibido este mensaje?
La Iglesia necesita testigos del evangelio en medio de
la crisis de nuestro tiempo. Por eso es
importante sacar a monseñor Romero del ámbito latinoamericano para
universalizarle y también nosotros poder decir, junto a los hermanos
salvadoreños: «¡Romero vive!» Esto significa que la mirada compasiva de Romero
y su trabajo en defensa de las víctimas de su país, puede ser universalizable
hoy al pie de las vallas de Ceuta y Melilla, en los lugares del olvido donde
colaboran tantas personas voluntarias, en las reivindicaciones de los
pensionistas o de los parados o de aquellos que trabajan en condiciones
indignas. Monseñor Romero, ejemplo de dignidad y coherencia, nos ayuda a
humanizar nuestra convivencia en medio de la pluralidad y diversidad de
nuestros barrios, pueblos y ciudades.
Ricardo
Benjumea
Fuente: Alfa y Omega