Los cristianos creemos y
sabemos que la paz es posible porque Cristo ha resucitado
En
la tarde del 23 de noviembre el Pontífice presidió una Celebración Litúrgica
de oración por la paz en Sudán del Sur y en la República Democrática del
Congo desde la Basílica de San Pedro en el Vaticano bajo el
deseo de “esparcir con nuestra oración semillas de paz” en estas dos
naciones, así como “en todas las partes del mundo que sufren por la guerra”.
Una
celebración, que estuvo abierta para todos, sin necesidad de entrada, en la que
el Papa Francisco explicó que le hubiera gustado poder visitar ambos países,
pero ante la imposibilidad asegura su oración por ellos, ya que ésta es lo
más importante “porque es más poderosa” afirmó.
Oración completa del Santo
Padre
Esta
noche, queremos esparcir con nuestra oración semillas de paz en la tierra de
Sudán del Sur y de la República Democrática del Congo, así como en todas las
partes del mundo que sufren por la guerra. Había decidido visitar Sudán del
Sur, pero no ha sido posible. Sin embargo sabemos que la oración es más
importante, porque es más poderosa: la plegaria actúa con la fuerza de Dios,
para quien nada es imposible.
Por
eso agradezco de corazón a quienes han ideado esta vigilia y se han esforzado
en llevarla a cabo.
«Cristo
resucitado nos invita. Aleluya». Estas palabras del canto en lengua suajili han
acompañado la procesión de entrada, con algunas imágenes de los dos países por
los que estamos rezando especialmente. Los cristianos creemos y sabemos que la
paz es posible porque Cristo ha resucitado. Él nos da el Espíritu Santo, a
quien hemos invocado.
Como
san Pablo nos ha recordado hace unos instantes, Jesucristo «es nuestra paz» (Ef
2, 14). En la Cruz, ha cargado con todo el mal del mundo, también con los
pecados que generan y fomentan las guerras: la soberbia, la avaricia, la sed de
poder, la mentira... Jesús ha vencido todo esto con su resurrección. Cuando se
apareció en medio de sus amigos les dijo: «Paz a vosotros» (Jn 20, 19.21.26).
Nos lo repite también a nosotros aquí, en esta noche: «Paz a vosotros».
Sin
ti, Señor, vana sería nuestra oración y engañosa nuestra esperanza de paz. Pero
tú estás vivo y obras para nosotros y con nosotros; tú, nuestra paz.
Que
el Señor resucitado derribe los muros de la enemistad que dividen hoy a los
hermanos, especialmente en Sudán del Sur y en la República Democrática del
Congo.
Que
socorra a las mujeres víctimas de la violencia en las zonas de guerra y en
cualquier parte del mundo.
Que
salve a los niños que sufren a causa de conflictos que no tienen que ver con
ellos, pero que les roban su infancia y a veces también la propia vida. ¡Cuánta
hipocresía cuando se niegan las masacres de mujeres y niños! Aquí la guerra
muestra su rostro más horrible.
Que
el Señor ayude a los humildes y a los pobres del mundo a seguir creyendo y
esperando en que el Reino de Dios está cerca, que está en medio de nosotros, y
es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17). Que sostenga a todos
los que, día tras día, se esfuerzan por combatir el mal con el bien, con gestos
y palabras de fraternidad, de respeto, de encuentro, de solidaridad.
Que
el Señor afiance en los gobernantes y en todos los que tienen responsabilidades
un espíritu noble y recto, firme y valiente en la búsqueda de la paz, mediante
el diálogo y la negociación.
Que
el Señor nos conceda a todos nosotros ser artesanos de paz allí donde estemos,
en la familia, en la escuela, en el trabajo, en las comunidades, en cualquier
ambiente; «lavándonos los pies» unos a otros, a semejanza de nuestro Maestro y
Señor. A él la gloria y la alabanza, hoy y por los siglos de los siglos. Amén.
De
Mireia Bonilla
Radio
Vaticano
