La
historia del KKK nos dice algo sobre la capacidad de los inmigrantes en EE.UU.
de asimilarse con el tiempo
Concentrarnos
en el elemento racista, sin embargo, nos hace olvidar otro aspecto fundamental
de la historia del KKK, de gran importancia para los creyentes.
Sí, el Klan
siempre se concentró sobre todo en la eliminación de los afroamericanos y en el
reforzamiento de la supremacía blanca, pero en el momento culminante de su
fuerza y popularidad, en los años veinte del siglo XX, atrajo a varios millones
de seguidores en EE.UU., la mayor parte de los cuales se preocupaban de
combatir a los católicos romanos.
Durante
unos años, el movimiento tuvo sus mayores éxitos en los estados industriales
del norte, como Pennsylvania e Indiana, más que en el profundo Sur, y buena
parte de su fascinación residía en su anticatolicismo.
Hace
veinte años tuve la suerte de hacerme con los archivos internos del Klan de
Pennsylvania, de los que hablé en mi libro de 1997, Hoods and Shirts. En
los años Veinte, el Klan logró más de cinco millones de miembros en toda la
nación, y sólo en Pennsylvania se estima que tenía al menos 250.000.
Pennsylvania
se convirtió en un reino del Klan, bajo su Gran Dragón, y fue ulteriormente
dividida en ocho provincias, cada una bajo las órdenes de un Gran Titán. El
Estado censo al menos 423 klavern, o logias. A mitad de los años veinte, el
Klan aparecía a menudo en la prensa de Pennsylvania, tanto por sus
manifestaciones y rituales de masa como por los actos cada vez más frecuentes
de violencia y confrontación.
Demostraciones
agresivas del Klan y protestas anticatólicas llevaron al conflicto con los
grupos católicos, y en 1923 y 1924, las revueltas desencadenaron un baño de
sangre en las ciudades industriales de Carnegie, Scottdale y Lilly. Uno de
estos episodios dio al Klan un celebrado héroe en Tom Abbott, el “Klansman
martirizado” protagonista de opúsculos y leyendas. En respuesta a la continua
violencia, el Klan formó un cuerpo paramilitar de klavaliers, o tropas de
asalto, y tenemos los formularios de ingreso que había que rellenar para entrar
en este grupo.
Pero ¿por qué los
católicos?
En
parte, el Klan había heredado la poderosísima tradición de la beatería
anticatólica militante, que presentaba a la Iglesia como un vehículo de
tiranía, paganismo, inmoralidad, persecución y cualquier fuerza anticristiana.
El Klan retomaba las antiguas acusaciones del “nativismo” americano sobre los
males católicos, incluyendo Inquisición, juramentos secretos sediciosos hechos
por los Caballeros de Colón y la naturaleza conspiradora de la orden jesuita.
Era todo familiar, pero a partir de 1890, los EE.UU. experimentaron una
inmigración masiva sobre todo de Europa central y oriental, y los nuevos grupos
eran mayormente católicos y judíos.
Según
el Klan, el poder católico emergente amenazaba con aplastar la sociedad y los
valores americanos. En el siglo anterior, la Iglesia católica en EE.UU. había
pasado de 50.000 miembros y 35 sacerdotes a 20 millones de fieles con una vasta
red de clero, escuelas y seminarios. La fuerza católica se basaba en el
“alienismo”, “las hordas no asimiladas de Europa”, que amenazaban la pureza
racial americana.
La
pesadilla era que un día los americanos estarían “sometidos a la tiranía
católica, y que un día un católico llegaría a la presidencia de EE.UU.. La
campaña presidencial de 1928 del católico Al Smith galvanizó nuevamente al
Klan.
Siempre
en 1928, el líder del Klan de Pennsylvania, Paul Winter, advirtió en su What
Price Tolerance? Que pronto comenzaría una lucha apocalíptica entre “el
americanismo tradicional y la invasión política y religiosa de EE.UU. por parte
de los que apoyaban las instituciones y los ideales de Europa”.
El
“Armageddon americano” sería tanto físico como moral, dado que los católicos se
había mostrado a menudo maestros de la subversión y la conspiración. ¿Era
inminente un golpe de Estado católico? Contra el peligro claro y presente que
afrontaba la república, Winter declaraba que las fuerzas patrióticas estaban
aumentando. Estas incluían al clero protestante no corrompido por tentaciones
ecuménicas y la red de órdenes fraternas y patrióticas, sobre todo la
masonería. La organización del Klan estaba fuertemente basada en la masonería.
El
Klan era prevalentemente un movimiento protestante. El clero protestante tenía
un lugar relevante de guía de esta “cruzada”, “consagrada bajo la orgullosa
cruz del cristianismo protestante militante”. Cada logia tenía su kleagle, o
capellán, que era siempre un ministro protestante.
El
Klan de Pennsylvania se extinguió pronto, y la organización nacional se hundió
tras acusaciones de crímenes y corrupción. La organización estatal resistió
hasta los años Cuarenta, pero como secta marginal. Solo en los años Cincuenta
el Klan del Sur se reagrupó, para combatir el final de la segregación.
Mirando
al movimiento hoy, dos aspectos sorprenden de modo particular. Uno es el casi
total olvido del elemento religioso, hasta el punto de que los mismos líderes
del Klan reclutan a católicos y niegan que el Klan hiciera lo contrario en el
pasado. ¿Cómo ha podido olvidarse un elemento tan fundamental?.
La
respuesta, quizás, se encuentra en el segundo punto, en el hecho de cómo los
inmigrantes (y sus creencias) fueron asimilados rápida y totalmente en la vida
americana. Hoy nos reímos de las acusaciones que el Klan hacía contra los
recién llegados católicos o judíos, y de cómo declaraba que las poblaciones
extranjeras, como polacos e irlandeses, eslovacos e italianos nunca podrían
convertirse en verdaderos americanos. Después de una o dos generaciones, esas
familias inmigrantes eran hiperamericanas, hasta el punto de que incluso el
Klan no podía criticar su devoto patriotismo.
¿Podemos
esperar que dentro de unas décadas pase lo mismo con nuestros debates actuales
sobre la inmigración, y nos haga preguntarnos qué es lo que tanto nos molestaba
hace unos años?
Philip
Jenkins
Fuente:
Aleteia