Quiero esa libertad interior que da siempre, amo
desde el amor que recibo
Jesús me dice palabras que me cuesta acoger en mi alma de niño: “El que quiere a su padre o a su madre más que a
mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es
digno de mí”.
Porque no sé si soy digno de
Jesús cuando me pide esa entrega tan generosa y yo dudo. No lo sé. No sé si soy
digno de Él. No sé si soy capaz de elegirlo
a Él por encima de mis vínculos humanos. No sé si logro dejarlo
todo por seguir sus pasos. Una y otra vez me lo pide. Ayer y siempre.
Quiero hacerlo. Me pide que le
dé mi sí por encima de mis ataduras, de mis raíces. Me cuesta esa generosidad
sin medida. Ese amor que no tiene límites.
Jesús ha tendido en mi vida
como cuerdas esos amores humanos que me atan al cielo y a la tierra. Y en sus
palabras ahora me pide que mi amor a Él sea más que el amor a mis padres. Que el amor a
mis hijos. Que el amor a mí mismo.
Y me pide entonces seguir sus
pasos. Esa cruz pesada que me duele en el alma. Esa cruz que lacera mi corazón
de niño. Temo perder lo que amo. A veces odio la muerte que me
quita a quienes quiero. Amo en lo más humano de mis entrañas todo lo
que Jesús me ha dado. Amo con lazos humanos que sacan lo mejor de mi corazón.
Así me ama Dios a mí. Ama mi
carne y mis límites. Ama mi pequeñez y mi grandeza. Me abre corazones en los
que veo reflejos de su amor infinito. Se mezclan la carne y el alma. Y toco en
la tierra las estrellas del cielo. ¡Qué suerte tengo al haber sido amado! ¡Qué regalo de Dios ser capaz de amar la vida, de amar las
personas que pone en mi camino!
Pero muchas personas no se saben amadas. No han tocado
ese amor humano que las lleva al cielo. Yo no quiero que el hombre sufra la soledad que hiere en lo más
profundo. No lo quiero.
Y me duele tanto ver el dolor
del que no se sabe amado… Ese dolor que acarician mis manos cuando alguien me
cuenta lo que sufre. Ese dolor del que nunca probó el amor humano. Y lo
necesita para acariciar el divino. ¡Cómo imaginar siquiera a Dios
con rostro de padre cuando no me ha amado mi padre de carne! Imposible.
Doy sólo aquello que recibo.
En la Película Ángel-A el protagonista no es capaz de
decir “Te amo”. Y no puede porque nadie
antes le ha dicho que lo ama. Así sucede siempre. Y al final, cuando ha tocado
ese amor, confiesa: “Ángela, creo que te amo.
Me haces sentir bien. Amo la manera en que me amas sin juzgarme. Me hace feliz.
Hace mucho que esto no me pasaba. Probablemente nunca me pasó”.
Amo desde el amor que recibo. Y
si no soy amado en mi carne, en mi alma, en mi verdad, poco puedo dar a los que
me piden. O lo doy mal. Doy de forma egoísta, reteniendo, atando. O
exijo a los otros lo que no pueden darme. Y vivo frustrado. Y me rebelo. Y echo
al mundo la culpa de mi mala suerte. Duele amar y no recibir nada.
Es difícil amar bien. Y amar a
Jesús por encima de mis lazos humanos. Estar dispuesto siempre a ponerme en
camino para seguir sus pasos. Me parece imposible. Jesús me pide que ame de
verdad. Que ame con generosidad, sin guardarme nada. Porque el amor abre el corazón de los hombres. Mi propio
corazón.
Leía sobre el verdadero amor: “El amor es el único camino para arribar a
lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama. Por el acto
espiritual del amor se es capaz de contemplar los rasgos y trazos esenciales de
la persona amada; hasta contemplar también lo que aún es potencialidad, lo que
aún está por desvelarse y por mostrarse”.
El amor verdadero me adentra en
la verdad del que amo. Sólo el amor posee la clave para entrar de
rodillas en el alma de aquel a quien amo. Sólo así podré conocer el rostro de
Dios en él, su verdad más sencilla. Amándolo hasta el extremo. Y amando de esa
forma seré capaz de amar a Dios. Estoy convencido.
Quien ama bien, quien ama con
generosidad, está amando a Dios en su amor humano. Y entonces es más fácil
hacer lo que Jesús me pide. Sé que quiero estar con Él. Quiero dar mi vida por
Él. Lo sé. Lo amo. No sé si más que a las personas que ha puesto en mi camino.
No lo sé.
Él sabe cómo es mi amor a los
hombres. A veces es muy pequeño. Pero conoce mi verdadero deseo de amar con
todas mis fuerzas. Lo conoce. Y sabe el bien que me hace amar y dar amor a los
hombres. Eso lo quiere Dios. Pero lo que me pide es que sea libre de mis apegos.
No quiere Jesús que deje de
seguirle entorpecido en medio de mis vínculos. Quiere que aprenda a vivir
abrazado a Él en momentos de prueba. No quiere que la vida me ate tanto que me
aleje de Él por miedo a perder mis seguridades. Es esa fidelidad heroica la que hoy me pide. ¡Cuánto me
cuesta!
Le vuelvo a decir que sí como
tantas otras veces. Sobre el papel lo doy todo. Estoy dispuesto a todo. Luego
la vida me duele. Me cuesta amar hasta el extremo y soy débil. Quiero la gracia
de esa libertad interior, de esa generosidad que da siempre. Sin límites.
Quiero ser así en la debilidad y en la fortaleza. En
la pobreza y en la abundancia. Es lo que sueño cada día de mi vida.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia