Análisis
de lo ocurrido en el encuentro en el Vaticano
Sorprende la
fuerza de una simple carta. Me refiero a la escrita por Melania Trump al
Papa, manifestando que reza por él como mujer de origen católico. Una carta
extremadamente delicada, que ha contribuido a que los 28 minutos de entrevista
entre Trump y Francisco de ayer hayan sido menos tensos de lo esperado. Es
claro que una cosa son las relaciones “a distancia” -algo tormentosas entre el
rubio presidente y el austero Papa- y otra las que tienen lugar cara a cara.
Confluencias entre Trump y
Francisco
Trump
desde que entró a las 8.30 de ayer en el palacio apostólico del Vaticano hasta
que lo abandonó, lució una franca sonrisa como preanunciando que venía como
amigo y no como adversario. Francisco en las sesiones fotográficas ha aparecido
algo serio, pero en el cara a cara ha dulcificado el gesto. Sobre todo al
saludar a Melania Trump que, desde mi punto de vista, ha sido la protagonista
del encuentro en esta entrevista matutina y rodeada de un severo protocolo. Por
lo demás, la duración de la entrevista (casi 30 minutos) ha entrado en márgenes
de “normalidad”. Diez minutos habría sido un fiasco, menos, un desastre.
Permítanme,
pues, que en estas letras decrete una breve y personal “tregua de Dios”,
en un momento de fuertes polémicas sobre Washington y el Vaticano.
Efectivamente, de tanto acentuar las diferencias, se han olvidado los puntos de
confluencia entre Francisco y Donald Trump, que hacen entender mejor el
positivo sentido del encuentro de ayer entre la primera autoridad moral de la
Tierra y el representante del mayor centro de poder político y económico del
mundo.
Por
ejemplo, ambos son descendientes cercanos de emigrantes. Francisco de italianos
asentados en Argentina. Trump de madre escocesa y padre alemán, arraigados en
EE.UU. Ambos son unos outsiders en el momento de su elección.
De
hecho, cuando el nombre de Bergoglio fue anunciado desde el balcón central de
la basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, la sorpresa fue una
reacción común en el público concentrado en la plaza y en la prensa de todo el
mundo. Cuando Donald Trump anunció en junio del 2015 su candidatura a la
presidencia de los Estados Unidos, hubo un escepticismo generalizado.
Durante
las primarias, el escepticismo se tornó en perplejidad. Y cuando en la noche
del 9 de noviembre fue nominado presidente, todas las previsiones de los media
sufrieron un duro vapuleo.
Ambos
son cercanos al pueblo y lejanos del establishment curial vaticano
(Francisco) y del aparato del Grand Old Party (Trump). Los dos se encuentran
más cómodos en el contacto directo con los ciudadanos y los fieles, que en las
reuniones con los líderes políticos.
En
fin, no puede olvidarse que hay algunas otras convergencias más de fondo en
cuestiones que no son estrictamente políticas sino de carácter ético, que tocan
aspectos que la doctrina católica entiende esenciales para la tutela del
derecho a la vida y de la familia.
Me
refiero a temas como el aborto, eutanasia y uniones entre personas del mismo
sexo, ante los cuales Trump -con mayor o menor entusiasmo- se ha mostrado
reticente. Reticencia que se convierte en rechazo en Francisco. Sin olvidar las
acciones favorables del presidente americano a la libertad religiosa y a la
protección de las minorías cristianas del Medio Oriente. Por otra parte, el
Vaticano acogió con satisfacción el nombramiento de Neil Gorsuch para el
Tribunal Supremo, magistrado con cierto bagaje pro life.
Discrepancias
La
“tregua de Dios” es algo transitorio (suspensión de hostilidades pro
tempore) pero no esconde las latentes diferencias y desencuentros. Trump es un
bon vivant que anda ya por su tercer matrimonio, con una ambición empresarial
sin freno, “lanzando
su apellido como una marca que presta y vende al mejor postor” (Ary
Waldir Ramos).
Bergoglio
es un papa austero que en su apartamento de Buenos Aires se hacía la comida y,
cuando fue elegido, prefirió vivir en una modesta residencia y no en las
habitaciones papales, prescindiendo de coches más o menos lujosos y ocupando
primero un modesto Ford Focus y, ahora, un sencillo coche eléctrico Nissan
Leaf, que acentúa su deseo de ejemplaridad en materia de protección del medio
ambiente.
Esto
conecta con desencuentros sustanciales entre Francisco y Trump en otras áreas,
como el cambio climático, la inmigración y la justicia de las acciones bélicas.
El Papa Francisco, es alguien preocupado por el medio ambiente, hasta el punto
de haber dedicado una encíclica (Laudato si`) sobre la cuestión. Trump es
un escéptico del calentamiento global y de las medidas excesivas en la
protección del medio ambiente.
Para
Francisco, cerrar las fronteras o levantar muros para detener a los inmigrantes
es un crimen de lesa majestad. Para Trump, un medio de defensa frente elementos
potencialmente hostiles. En fin, utilizar “la madre de todas las bombas”
lanzándola sobre escondrijos de la yihad ha enfurecido al Papa, no solamente
por la utilización de un arma terrible, sino también por la propia definición
de “madre”, que contrasta con la finalidad destructiva de las bombas.
Un comunicado alentador
No
obstante esas divergencias, el comunicado vaticano de la entrevista entre los
dos personajes ha pasado de puntillas sobre ellas. Ha mencionado la entrevista
como “cordial”. Se ha complacido en las “buenas relaciones entre la Santa
Sede y los Estados Unidos”, en especial por el compromiso común “a favor de la
vida y de la libertad religiosa y de conciencia”.
Ha
estimulado la colaboración «serena» en los campos de la salud, la educación y
la atención a los inmigrantes. En fin, ha manifestado una especial atención por
la paz en las relaciones internacionales, impulsada por “la negociación
política y el diálogo interreligioso”, sin olvidar la tutela de las comunidades
cristianas en Oriente Medio.
Trump
ha diseñado este primer viaje al extranjero, en parte, como un acercamiento a
las tres religiones monoteístas. Pero no para dictarles cómo vivir, sino -según
palabras del propio presidente- para “construir una coalición de amigos y de
compañeros que compartan el objetivo de luchar contra el terrorismo y de ayudar
a la seguridad y la estabilidad mundial, empezando por Oriente Medio azotado
por la guerra”.
De
ahí la idea de iniciarlo en Arabia Saudita, con los enclaves vitales para los
musulmanes de la Meca y Medina, después Jerusalén, y, al final el Vaticano.
En
Arabia saudí, ante más de 50 dirigentes de países musulmanes, ha lanzado un
atrevido discurso sobre “el islam pacífico”, llamando a un rechazo del odio y
el extremismo: “una batalla entre el bien y el mal”. En Jerusalén y Belén, ha
intentado acercar las posiciones entre su “amigo” Benjamin Netanyahu y
Mahmoud Abbas.
Es
muy sintomático que haya sido el primer presidente en activo que ha rezado ante
el Muro de las Lamentaciones, así como visitado la Basílica del Santo Sepulcro.
De este modo ha querido unir el triángulo islam, judaísmo y cristianismo en una
simbólica liaison frente “a las fuerzas del mal”.
Estados Unidos y las tres
religiones monoteístas
Este
planteamiento del viaje -y la cordialidad que Trump ha manifestado en toda su
entrevista con Francisco- tal vez solamente es posible en un americano, dada la
peculiar visión estadounidense de las relaciones Iglesia / Estado. En Europa,
el origen de la laicidad fue hostil a la religión. Incluso se ha hablado “de un
genocidio en nombre de la Razón” (Michael Burleigh ).
Para
los americanos, al contrario, la religión no es una enemiga, pues en el inicio
de la república el sentido original de la laicidad no fue tanto “el de hacernos
libres de la religión como el de hacernos oficialmente libres para su práctica”
(William Mclaughlin). De ahí la familiaridad con que en EE.UU. se habla de
Dios.
Tal
vez por esto, antes del encuentro de ayer, Trump decía : “Estoy entusiasmado
por mi encuentro con el Papa Francisco”. Y de ahí también el “estoy honradísimo
de estar aquí”, con el que el presidente saludó al Papa en el encuentro de
ayer. Por su parte, Francisco se negó a juzgar a Trump, antes de entrevistarse
con él. No le gustan los rumores: opina “una vez escuchado al interlocutor”.
La paz como protagonista
La
paz ha estado rondando los encuentros habidos ayer en el Vaticano. Un regalo
del Papa Francisco a Trump se refería a ella. El Papa ha insistido en
comentarle que se lo regalaba con el deseo de que sea “instrumento de paz”, a
lo que Trump ha respondido “necesitamos la paz”. Probablemente el mayor
acierto de Francisco haya sido huir de un maniqueísmo arrogante que hoy aflora
fácilmente. Me refiero a actitudes del tipo “Trump es malo por definición, y
quienes lo critican, también por definición, son buenos”.
El
Papa, consciente de su papel de máxima autoridad moral, sabe que el progreso en
la búsqueda mundial de la paz y de la protección de los derechos humanos no es
posible sin la colaboración del Estado más poderoso del planeta y de quien lo
representa. Y ese, hoy por hoy, guste a unos y disguste a otros, es Donald
Trump.
Para
el presidente ha sido un momento de serenidad en medio del vendaval que le
espera en EEUU, en torno al Russiagate. Para Francisco, una entrevista
menos complicada de lo esperado. Un anticipo de paz, si es que Trump le hace
algún caso.
Rafael
Navarro-Valls es catedrático, académico y autor del libro Entre dos
orillas: de Obama a Francisco (Ediciones Internacionales Universitarias).
Fuente:
Aleteia