«No olvidaré lo que me
dijo», promete el presidente al despedirse
El
Papa Francisco ha recibido este miércoles con una sonrisa cordial a un
presidente Donald Trump más bien tenso para un primer encuentro que ha servido
para dejar atrás reticencias y abrir un canal de diálogo directo entre dos
personas con posturas muy distintas en temas importantes.
«Santidad,
es una gran honor estar aquí. Muchísimas gracias», fueron las primeras palabras
de saludo del presidente, pronunciadas en su idioma, a lo que Francisco ha
respondido con amabilidad «mucho gusto en conocerle, no hablo muy bien inglés».
Durante
la conversación de algo menos de 30 minutos en privado, y de nuevo en el
intercambio de regalos, el Papa ha urgido al presidente americano a evitar la
proliferación de guerras y promover la paz.
Lo
hizo en público al comentar en detalle a su visitante el significado del regalo
de despedida: un medallón con ramos de olivo y una horrible fractura en el
centro, que Trump se lleva como recuerdo a Estados Unidos. Según Francisco, «esa
división es la guerra».
En
la misma línea de «sugerencia» Francisco le ha regalado también sus tres
grandes documentos, «La alegría del Evangelio», «La alegría del amor», sobre la
familia, y «Laudato sí» sobre, la necesidad de proteger el medio ambiente y
disminuir el consumo de combustibles fósiles para aminorar los daños del cambio
climático. Con cortesía, Trump ha prometido leerlos.
Al
término de cada audiencia, el Papa utiliza los regalos para insistir en algún
punto y que sirvan de recordatorio a su visitante. En ese caso, a los tres
documentos extensos ha añadido otro más breve pero muy significativo en el que
ha puesto especial énfasis: el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de
2017, haciendo notar que «se lo firmé personalmente para usted».
Francisco
ha insistido en comentarle que se lo regalaba con el deseo de que sea
«instrumento de paz», a lo que Trump ha respondido «necesitamos la paz».
A
su vez, el presidente americano ha regalado al Santo Padre una gran caja con
cinco libros de Martin Luther King, incluido uno dedicado por el líder de los
derechos civiles. diciéndole «creo que le gustarán. Espero que le gusten». Era
un detalle bien elegido, pues el Papa había citado ampliamente a King en su
discurso al Congreso de los Estados Unidos en septiembre de 2015.
«No olvidaré lo que me
dijo»
Después
de la conversación de casi media hora en privado –el tiempo normal para jefes
de Estado, aunque el encuentro con Obama había durado casi el doble- , ambos
parecían más relajados, casi aliviados.
De
nuevo en presencia de los periodistas, el presidente americano le ha presentado
su séquito, comenzando por su esposa Melania y su hija Ivanka, las dos
visiblemente conmovidas.
La
primera dama le pidió que bendijese un pequeño objeto, quizá un rosario, que
sostenía en el hueco de la mano, mientras Ivanka Trump le daba las gracias con
afecto.
El
encuentro tuvo momentos distendidos y simpáticos, como cuando Francisco
preguntó inesperadamente a la primera dama si daba a su marido el dulce sloveno
«potica», que en italiano se llama «potizza». Melania Trump probablemente no lo
entendió bien pues respondió divertida «Sí. ¡Pizza!».
Trump
fue presentando también al Papa a los demás miembros de su delegación,
empezando por su yerno Jared Kushner, el secretario de Estado Rex Tillerson, el
consejero de Seguridad Nacional H.R. McMaster y otros siete funcionarios. Todos
recibieron como regalo un rosario de manos del Santo Padre.
«Gracias,
gracias. No olvidaré lo que me dijo», fueron las últimas palabras del
presidente en inglés justo en el apretón de manos de despedida, a las que
Francisco respondió en español con un animoso: «¡Buena suerte!».
A
continuación, el presidente y sus principales colaboradores se trasladaron a
otra sala para un encuentro de 50 minutos con el secretario de Estado del
Vaticano, Pietro Parolin, y el responsable de Relaciones Exteriores, Paul
Gallagher, donde se tratarían más en detalle los principales asuntos de interés
mutuo.
Buenas relaciones
bilaterales
Según
el comunicado del Vaticano, que no especifica los temas tratados en cada uno de
los dos encuentros, «durante las cordiales conversaciones, se ha expresado la
satisfacción por las buenas relaciones bilaterales existentes entre la Santa
Sede y los Estados Unidos de América, así como por el compromiso común en favor
de la vida y de la libertad religiosa y de conciencia».
En
un tema todavía más nacional, el texto afirma que «se ha manifestado el deseo
de una colaboración serena entre el Estado y la Iglesia Católica en los Estados
Unidos, comprometida en el servicio a la población en los campos de la salud,
la educación y la asistencia a los inmigrantes».
El
comunicado alude, tan solo al final, a los asuntos internacionales: «Las
conversaciones también han permitido un intercambio de puntos de vista sobre
algunos temas relacionados con la actualidad internacional y con la promoción
de la paz en el mundo a través de la negociación política y el diálogo
interreligioso, con especial referencia a la situación en Oriente Medio y a la
tutela de las comunidades cristianas».
Como
hace con todos los jefes de Estado, Francisco había salido a recibirle en la
antecámara de su biblioteca privada y ambos posaron durante unos instantes para
la primera foto oficial. En ese momento se notaba contraste de rostros: el Papa
mantenía un gesto serio mientras que el presidente lucía una y otra vez una
gran sonrisa, casi de campaña electoral.
En
cuanto tomaron asiento a ambos lados de una sencilla mesa de madera, el
presidente acercó un poco más su silla como si quisiera escuchar mejor o estar
más cerca de su interlocutor. El lenguaje corporal era positivo y manifestaba
interés.
A
su vez, el Papa inició una explicación muy serena y amable durante el medio
minuto inicial hasta que se ordena la salida del resto de las personas. Junto
al Papa, en un clima de total reserva, se quedó solamente su traductor Mark
Miles, un británico nacido en Gibraltar.
La
comitiva del presidente Trump había llegado al Vaticano a las 8.15 y entrado
por una puerta lateral en lugar de atravesar la hermosísima plaza de San Pedro,
que en ese momento se encontraba repleta de peregrinos para la audiencia
general de los miércoles. Ese era el motivo por el que el Papa le había dado
cita tan temprano.
Donald
Trump, la primera dama y su hija Ivanka, pudieron experimentar por primera vez
lo que se parece más bien a un cambio de planeta: pasar de las calles ruidosas
de Roma y su tráfico caótico a los Jardines Vaticanos, un oasis de belleza y
tranquilidad, donde todo está limpio y ordenado.
El
presidente fue recibido en el patio de San Dámaso por un piquete de la Guardia
Suiza y por el jefe de la Casa Pontificia, Georg Gaenswein, quien también
saludó a la primera dama y a Ivanka Trump, ambas vestidas de riguroso negro y
ataviadas con mantillas de encaje ya desde ese momento.
Refiriéndose
al viaje iniciado en Arabia Saudí y continuado en Palestina e Israel, Trump
comento a Gaenswein que está siendo «una gira muy buena».
Escoltado
por los gentilhombres del Vaticano, el presidente recorrió los impresionantes
pasillos que llevan hasta la biblioteca privada del Santo Padre, escuchando las
explicaciones de Georg Gaenswein sobre la historia del lugar y algunas de las
obras de arte.
Daba
la impresión de que Trump no le escuchaba mucho. Probablemente, su cabeza
estaba totalmente concentrada en el encuentro que estaba a punto de mantener
con el Papa y que, a juzgar por el cambio de rostros al final, ha resultado
positivo.
Fuente:
ABC