Amistad, sentido del
humor, cercanía, salida, una vida de oración familiar, confianza ...
Cuando
en el avión rumbo a Río el periodista de La Razón Darío Menor le
pidió al Papa que le aconsejara lecturas para los jóvenes golpeados por el
paro, Francisco respondió: “los libros de padre Fares, un jesuita argentino,
que está trabajando muy bien en lo social en Buenos Aires”. La Civiltà
Cattolica no tardó en echarle el lazo, y ahora Diego Fares se ha
convertido en uno de los principales referentes de la nueva edición en español
de la revista jesuita, cuya edición iberoamericana está a cargo de Herder.
Y
sigue escribiendo libros; el último, un breve volumen que presenta hoy en el
Colegio Español en Roma, Diez cosas que el Papa Francisco propone a los
sacerdotes (Publicaciones Claretianas), con prólogo del propio Pontífice.
Fares
comenta algunos de los mensajes que el Obispo de Roma ha lanzado a los
presbíteros, contrastados con los que les dirigía siendo arzobispo de Buenos
Aires y, sobre todo, desde la experiencia personal que puede aportar alguien
que, en 1975, lo conoció como prenovicio de la Compañía de Jesús, lo tuvo
después de director espiritual y, finalmente, de padrino de ordenación.
Su austeridad
y coherencia fueron dos rasgos que, en un primer momento, le llamaron la
atención. También su cercanía. “Compartía con nosotros las actividades
comunes. Si te encontraba trabajando en la granja, se ponía a acompañarte”,
recuerda.
Esa
misma “amistad” la fomentaba mucho entre los novicios, ayudando a tejer lazos
humanos entre ellos basados en la franqueza y salpicados continuamente de “sentido
del humor”.
Ya
entonces, Bergoglio se tomaba muy en serio el ideal de una Iglesia en
salida. “Lo primero que hacía en la formación era enviarnos a [la
peregrinación a] Luján con el pueblo fiel, con toda la gente que caminaba al
encuentro con la Virgen. Así nos inculcaba que el pueblo de Dios tiene
hambre de pastores que lo cuiden y acompañen”, añade Diego Fares. “Eso nos
ayudó mucho”.
El
entonces provincial de los jesuitas solía también mandar a sus novicios a trabajar
en barriadas pobres, a salir hacia eso que Francisco llama ahora las periferias
geográficas y existenciales, término que acuñaría más adelante.
“La
mayor parte de la humanidad hoy es pobre, así que una Iglesia evangelizadora
tiene que estar con los pobres”, reflexiona Fares, a lo que une la
necesidad de una mayor inculturación. “Hay culturas con las que tenemos un
largo diálogo pendiente”, afirma.
Jorge
Bergoglio se destacaba también por cultivar la vida de oración de sus
novicios, asunto en el que nunca deja de insistirles todavía a los sacerdotes.
“Es un tipo de oración que descansa en el Señor y se puede hacer en cualquier
momento”, un trato con Dios definido por “la naturalidad” y “la
familiaridad”, que no necesita “impostaciones” artificiales.
En
lo que sí insistía –e insiste hoy– mucho el actual Pontífice es en que “todo es gracia”,
una gracia “totalmente inmerecida” y recibida en la unción para “salir a ungir
a los demás”.
Momentos
antes de su ordenación sacerdotal, recuerda Fares, después de confesarle,
Bergoglio le preguntó muy serio: “¿Eres totalmente consciente de lo que vas a
recibir?”, a lo que el joven, tras sentir que “un escalofrío” recorría su
cuerpo, alcanzó simplemente a responder: “La verdad es que no”. Y entonces él,
con una sonrisa, le dijo: “¡Menos mal!”.
Entre
esas propuestas del Papa a los sacerdotes no podía faltar “el discernimiento”,
que consiste en el “arte de acompañamiento” a los fieles, de modo que
puedan “abrirse a que Jesús sea el Señor de su vida concreta”. “No es una
cuestión sofisticada ni una asignatura más que deba aprenderse en las
facultades de Teología”, aclara Fares. Se trata más bien de “una
disposición del corazón”, de “una gracia de estado que crece en la oración”.
“Es algo tan básico como respirar”, abunda.
“Igual
que un padre y una madre saben lo que le pasa en un momento dado a su hijo”,
así es el acompañamiento del sacerdote a los fieles.
Por
Ricardo Benjumea
Artículo
publicado originalmente por Alfa y Omega
Fuente: Aleteia