En la última catequesis sobre la misericordia, el papa Francisco explica
que para los cristianos, la sepultura es un acto de piedad, pero también un
acto de gran fe
El papa Francisco ha concluido esta
semana la serie de catequesis centradas en la misericordia. Este miércoles ha
reflexionado sobre dos obras de misericordia, una espiritual y una corporal:
rezar por los difuntos y enterrar a los muertos. De este modo, ha
explicado que rezar por los difuntos es un signo de reconocimiento por el
testimonio que nos han dejado y el bien que han hecho.
Asimismo ha precisado que la comunión de
los santos indica que todos estamos inmersos en la vida de Dios y vivimos en su
amor. Pero también ha asegurado que el recuerdo de los fieles difuntos no
debe hacernos olvidar también de rezar por los vivos, que junto a nosotros cada
día enfrentan las pruebas de la vida.
Publicamos a continuación el texto
completo de la catequesis.
Queridos hermanos
y hermanas, ¡buenos días!
Con la catequesis de hoy concluimos el
ciclo dedicado a la misericordia. Pero las catequesis terminan, pero ¡la
misericordia debe continuar! Agradecemos al Señor por todo esto y conservémoslo
en el corazón como consolación y fortaleza.
La última obra de misericordia espiritual
pide de rezar por los vivos y por los difuntos. A esta podemos unir también la
última obra de misericordia corporal que invita a enterrar a los muertos. Puede
parecer una petición extraña esta última; en cambio, en algunas zonas del mundo
que viven bajo el flagelo de la guerra, con bombardeos que de día y de noche
siembran temor y víctimas inocentes, esta obra es tristemente actual. La Biblia
tiene un hermoso ejemplo al respecto: aquel del viejo Tobías, quien,
arriesgando su propia vida, sepultaba a los muertos no obstante la prohibición
del rey (Cfr. Tob 1, 17-19; 2, 2-4).
También hoy existen algunos que arriesgan
la vida para dar sepultura a las pobres víctimas de las guerras. Por lo tanto,
esta obra de misericordia corporal no es ajena a nuestra existencia cotidiana.
Y nos hace pensar a lo que sucede el Viernes Santo, cuando la Virgen María, con
Juan y algunas mujeres estaban ante la cruz de Jesús. Después de su muerte, fue
José de Arimatea, un hombre rico, miembro del Sanedrín pero convertido en
discípulo de Jesús, y ofreció para él un sepulcro nuevo, excavado en la roca.
Fue personalmente donde Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús: ¡una verdadera obra
de misericordia hecha con gran valentía! (Cfr. Mt 27, 57-60).
Para los cristianos, la sepultura es un
acto de piedad, pero también un acto de gran fe. Depositamos en la tumba el
cuerpo de nuestros seres queridos, con la esperanza de su resurrección (Cfr. 1
Cor 15, 1-34). Este es un rito que perdura muy fuerte y apreciado en nuestro
pueblo, y que encuentra repercusiones especiales en este mes de noviembre
dedicado en particular al recuerdo y a la oración por los difuntos. Rezar por
los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio que
nos han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor porque
nos los ha donado y por su amor y su amistad. Dice el sacerdote: «Acuérdate
también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y
duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo,
concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano). Un
recuerdo simple, eficaz, lleno de significado, porque encomienda a nuestros
seres queridos a la misericordia de Dios.
Oremos con esperanza cristiana que estén
con Él en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos en ese misterio de
amor que no comprendemos, pero que sabemos que es verdad porque es una promesa
que Jesús ha hecho. Todos resucitaremos y todos permaneceremos por siempre con
Jesús, con Él.
El recuerdo de los fieles difuntos no
debe hacernos olvidar también de rezar por los vivos, que junto a nosotros cada
día enfrentan las pruebas de la vida. La necesidad de esta oración es todavía
más evidente si la ponemos a la luz de la profesión de fe que dice: “Creo en la
comunión de los santos”. Es el misterio que expresa la belleza de la
misericordia que Jesús nos ha revelado. La comunión de los santos, de hecho,
indica que todos estamos inmersos en la vida de Dios y vivimos en su amor.
Todos, vivos y difuntos, estamos en la comunión, es decir, unidos todos, ¿no?,
como una unión; unidos en la comunidad de cuantos han recibido el Bautismo, y
de aquellos que se han nutrido del Cuerpo de Cristo y forman parte de la gran
familia de Dios. Todos somos de la misma familia, unidos. Y por esto rezamos
los unos por los otros.
¡Cuántos modos diversos existen para orar
por nuestro prójimo! Son todos válidos y aceptados por Dios si son hechos con
el corazón. Pienso de forma particular en las madres y en los padres que
bendicen a sus hijos por la mañana y por la noche. Todavía existe esta
costumbre en algunas familias: bendecir al hijo es una oración; pienso en la
oración por las personas enfermas, cuando vamos a visitarlos y oramos por
ellos; en la intercesión silenciosa, a veces con las lágrimas, en tantas
situaciones difíciles, orar por estas situaciones difíciles.
Ayer vino a la misa en Santa Marta un
buen hombre, un empresario. Ese hombre joven debe cerrar su fábrica porque ya
no puede y lloraba diciendo: “Yo no puedo dejar sin trabajo a más de 50
familias. Yo podría declarar la bancarrota de la empresa, yo me voy a casa con
mi dinero, pero mi corazón llorará toda la vida por estas 50 familias”. Este es
un buen cristiano que reza con las obras: vino a misa para rezar para que el
Señor le dé una salida, no solo para él, sino para las cincuenta familias. Este
es un hombre que sabe orar, con el corazón y con los hechos, sabe orar por el
prójimo. Es una situación difícil. Y no busca la salida más fácil: “Que se
ocupen ellos”. Este es un cristiano. ¡Me ha hecho mucho bien escucharlo! Y tal
vez existan muchos así, hoy, en este momento en el cual tanta gente sufre por
la falta de trabajo; pienso también en el agradecimiento por una bella noticia
que se refiere a un amigo, un pariente, un compañero… “¡Gracias, Señor, por
esta cosa bella!”, también esto es orar por los demás. Agradecer al Señor
cuando las cosas van bien.
A veces, como dice San Pablo, “no sabemos
orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos
inefables” (Rom 8, 26). Es el espíritu que ora dentro de nosotros. Abramos,
pues, nuestro corazón, de modo que el Espíritu Santo, escrutando los deseos que
están en lo más profundo, los pueda purificar y llevar a cumplimiento. De todos
modos, por nosotros y por los demás, pidamos siempre que se haga la voluntad de
Dios, como en el Padre Nuestro, porque su voluntad es seguramente el bien más
grande, el bien de un Padre que no nos abandona jamás: rezar y dejar que el
Espíritu Santo ore por nosotros. Y esto es bello en la vida: reza agradeciendo,
alabando a Dios, pidiendo algo, llorando cuando hay alguna dificultad, como
aquel hombre. Pero siempre el corazón abierto al Espíritu para que rece por
nosotros, con nosotros y por nosotros.
Concluyendo estas catequesis sobre la
misericordia, comprometámonos a orar los unos por los otros para que las obras
de misericordia corporales y espirituales se conviertan cada vez más en el
estilo de nuestra vida. Las catequesis, como he dicho al principio, terminan
aquí. Hemos hecho el recorrido de las 14 obras de misericordia, pero la misericordia
continua y debemos ejercitarla en estos 14 modos. Gracias.
Fuente:
Zenit