Tras la Navidad, ya
nacido el Señor, llegará una fecha intrínsecamente vinculada al nacimiento del
Hijo de Dios: su Epifanía o manifestación ante los hombres.
A los grandes protagonistas de esa historia, los Reyes Magos, les
consagró el periodista y escritor Gonzalo Altozano este reportaje. Se trata de
un recorrido por Europa y, de fondo, avisa, "todo aquello que la hizo
grande, como los tronos, los altares, los caminos, los viñedos, los puentes,
las fronteras y, sobre todo, las leyendas".
Le quedan pendientes Turquía, Persia, la India y Tierra Santa. El
texto que sigue lo propone a modo de "notas sueltas", como "para
una localización de exteriores" y, sugiere, "para comprobar sobre el
terreno la exactitud de los mapas".
Un
viaje de incalculables proporciones
Son
los personajes más enigmáticos de la Biblia y, en lógica consecuencia, los que
más han excitado la imaginación de grandes y pequeños a lo largo de los siglos.
Solo uno de los evangelistas, Mateo, les dedica un pasaje, y tan esquemático
que lo que en él se adivina sugiere tanto como lo que se dice. Hablamos de una
hermosa historia de viajes y estrellas que dura hasta hoy. Y es en la palabra
“viaje” donde está la clave de lo que sigue. Porque ¿acaso los Reyes Magos, una
vez vislumbrada la estrella en el firmamento, se limitaron a anotar el hallazgo
en uno de sus librotes? ¿O más bien abandonaron la comodidad de sus reinos y de
sus observatorios para emprender un viaje de incalculables proporciones?
El
polvo del desierto
Quiere
decir lo anterior que son varias las aproximaciones posibles a tan majestuosas
y familiares figuras, las de los Reyes. Está, por ejemplo, la vía documental,
que incluye patearse durante años librerías de viejo y bibliotecas, con la
fantasía añadida de que el polvo de los archivos y de los almacenes que cubre
las páginas es, en verdad, arena del desierto. Pero con ser importante el
acopio bibliográfico, es insuficiente para ponerse en la misma longitud de onda
que los Magos. No queda, por tanto, sino moverse.
La
ruta del incienso
Vaya
por delante que no se trata de reconstruir el mismo itinerario que Sus
Majestades hace dos mil años, desde su país hasta Belén; entre otras cosas porque
no se tiene noticia exacta de qué país fue aquel, más allá del impreciso
Oriente del que habla Mateo en su texto. ¿Persia? ¿Caldea? ¿Arabia? Un punto
válido de referencia podría ser la muy legendaria -y aromática- ruta del
incienso. Que Melchor, Gaspar y Baltasar transitaron por ella lo avala la
leyenda y, qué caramba, la publicidad. Iberia, por ejemplo, rodó hace unos años
un anuncio en el que el comandante se dirigía al pasaje para anunciar que en
ese preciso instante sobrevolaban la ruta del incienso, animándoles a mirar por
la ventanilla, casi con la misma ilusión con que un niño se asoma a la ventana
de su habitación la noche de Reyes, por si acaso.
De
Milán a Colonia
No
se trata, cabe insistir, de recorrer la ruta del incienso, y menos aún en verano,
con una arena bajo los pies recalentada por el sol hasta los ochenta grados y
la alta probabilidad de un secuestro seguido de degollina. Queda, eso sí, el
viaje apuntado en la agenda para cuando bajen las temperaturas, las
climatológicas y las geopolíticas, si es que bajan. La pregunta es qué plan
veraniego puede tener como propósito a los Reyes Magos, tan asociados en
nuestro imaginario con la Navidad, la blanca Navidad, y la respuesta es
Colonia, en cuya catedral reposan sus restos. Téngase en cuenta que la ciudad a
orillas del Rin recuerda a los Reyes el 6 de enero, como el resto de la
cristiandad, pero también el 23 de julio, pues tal fecha como esa, en 1164,
hicieron su entrada en Colonia las reliquias de Melchor, Gaspar y Baltasar
procedentes de Milán. Sirva el dato para marcar el punto de partida de nuestra
peregrinación -Milán- y su destino final -Colonia.
Los
airados hijos de Alá
Que
nadie piense, ahora bien, que el trayecto Milán-Colonia está libre de peligros.
Pero qué viaje lo está ya hoy. Solo en lo que llevamos de año, se cuentan por
centenares las víctimas de los atentados en nombre de los airados hijos del
Islam; atentados que se suceden cada vez con mayor frecuencia, hasta el punto
de que apenas da tiempo, entre bomba y bomba, a izar de nuevo las banderas
arriadas a media asta en señal de luto. Por otro lado, basta viajar al corazón
de Europa -y el trayecto entre Milán y Colonia dibuja una de sus arterias- para
comprobar cuán equivocados estaban los agoreros que pronosticaban que algún día
Europa sería invadida por el Islam. ¿Algún día? Pero si ya hemos sido
invadidos; mientras dormíamos, además, y no precisamente el sueño inocente de
la noche de Reyes. Y sin embargo…
Patrones
del buen viaje
Sin
embargo, hay que osar, salir, moverse por Europa como lo que es y siempre fue,
antes incluso de Schengen, o sea, la casa común de los europeos. Pero sin
fiarlo todo a la suerte, ni a nuestras solas fuerzas, ni a un seguro de viaje,
antes bien poniéndonos bajo la protección de lo alto, en concreto, invocando a
los que durante siglos fueron considerados patrones del buen viaje: Melchor,
Gaspar y Baltasar.
Una
mañana en el museo
No
en vano, fueron ellos los primeros peregrinos. A este respecto, antes de
emprender la marcha, es visita obligada el Museo Arqueológico de Madrid,
sección España visigoda, donde puede contemplarse una fíbula áurea redonda, del
tesoro sepulcral Granja del Turuñuelo, pieza en la que aparece representada una
adoración de los Magos, con el ruego incorporado a María de que ayude al
portador del objeto; parecidos debieron de ser, probablemente, los pequeños
distintivos de metal que los antiguos peregrinos a Colonia se prendían de los
gorros y los mantos del viaje.
Translatio
Ponerse
en manos de la providencia, ojo, no significa descuidar los preparativos del
viaje, entre los que se cuenta seleccionar un trayecto de Milán a Colonia, y no
forzosamente el más rápido. Porque lo que siglos atrás se tardaba varias y
fatigosas jornadas en completar, hoy puede hacerse en solo unas horas. Pero no
es eso, no es eso. De lo que se trata es de recorrer las mismas etapas que en
el siglo XII la comitiva de Reinaldo de Dassel, obispo de Colonia y
archicanciller del Sacro Imperio Romano Germánico, recorrió con las reliquias
de los Reyes Magos a cuestas; la célebre translatio.
Una
expedición perdida en el tiempo
Toca,
por tanto, consultar los documentos de la época. Y es aquí donde nos las dan
todas, porque los cronistas parecen no ponerse de acuerdo. Más todavía, de dar
por buenas todas las fuentes, la única conclusión posible es que Reinaldo de
Dassel y su comitiva tenían el don de la bilocación, es decir, la capacidad de
estar en un sitio y en otro al mismo tiempo, algo no predicable del común de
nosotros, pobres peregrinos en este valle de lágrimas. Quiérese decir con esto
que quien pretenda rastrear, casi diez siglos después, y sin perderse, las
huellas de aquella expedición habrá de quedarse a una única carta, seguir un
único itinerario.
Sin noticia de los Magos
Dos
cosas se saben con certeza de la translatio: el lugar adonde se llevaron las
reliquias -la catedral de Colonia- y el lugar del que se trajeron -la basílica
de San Eustorgio, en Milán.
Puede
suceder que uno visite San Eustorgio, pregunte por los Reyes Magos y nadie sepa
darle razón de los mismos. De eso se quejaba Marco Polo, cuando en la ciudad persa
de Sabá preguntó a quiénes correspondían las figuras enterradas en una hermosa
sepultura y los lugareños se limitaron a responderle que se trataba de tres
reyes cuyos restos reposaban allí desde antiguo, pero sin precisar si eran los
mismos que tiempo atrás habían protagonizado un larguísimo viaje para adorar a
un Niño como a un Dios.
Crónica
de un resentimiento
La
razón de que en el lugar mismo donde una vez se veneraron las reliquias de los
Reyes pueda ocurrir que los parroquianos no tengan noticia del hecho no es
atribuible al despiste generalizado del personal. O no solo. La razón, como
casi todo, hay que buscarla en la historia y en la política. No se olvide que
la translatio fue una orden directísima del emperador Federico I Barbarroja
para, entre otras razones, premiar a la leal Colonia frente a la rebelde Milán.
Con que para los milaneses los Reyes Magos significaron el memorial de una
ofensa, de una humillación, al menos durante un tiempo; el decisivo, en
cualquier caso, para que los símbolos fragüen, para que los mitos echen raíces.
Del
ángulo oscuro
De
permanecer las reliquias hoy en Milán, y dado el carácter exuberante de los
italianos, qué duda cabe de que a los tres puntales de la industria del
souvenir en Italia -Mussolini, el Padre Pío y Vasco Rossi- los milaneses
habrían añadido otros tres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Hoy, sin embargo, en la
ciudad, rótulos con el nombre “Reyes Magos” pueden verse en una pizzería, en
una autoescuela, en una pista de natación -esta última en la vía Karl Marx, lo
que son las cosas- y poco más.
Bueno,
y también en una capillita de la basílica de San Eustorgio, pero en un ángulo
tan oscuro -el más oscuro de todos, donde se amontonan unos confesionarios
destartalados y unas sillas metálicas de tijera- que se comprende mejor que
haya viejitas de misa de once que no sepan que, siglos atrás, allí descansaron
los restos de tres sabios venidos del Oriente.
Un
itinerario en la pared
Hay,
sin embargo, en la capella dei maggi, junto al que fue el sepulcro de Sus
Majestades, bajo un fresco de la Adoración, una clave de mucho valor.
Y
no se trata, no, del tríptico en mármol representando el viaje de los Magos,
sino de un folio amarilleado por los años, mecanografiado a doble espacio, y en
uno de esos marcos como los que se compran en el Rastro. Se trata de una
brevísima relación de la historia de las reliquias y, más importante aún, de la
propuesta de un itinerario; en concreto, trece etapas de Milán a Colonia, como
trece fueron los días que, según la tradición, recorrieron Melchor, Gaspar y
Baltasar desde que avistaron la estrella en el cielo hasta su llegada al portal
de Belén.
La
enciclopedia de los tontos
Una
vez apuntado el itinerario -preferiblemente en una moleskine de tapa blanda,
preferiblemente con boli pilot azul- toca elegir el medio de locomoción con el
que recorrer los más de mil kilómetros que separan Milán de Colonia. Completar
la distancia a pie, más que de peregrino, es propio de recordman del Libro
Guinness, y ya todos sabemos que el Guinness es la enciclopedia de los tontos,
con que queda descartada la caminata.
El
coche de San Fernando
De
hecho, los Reyes Magos no atravesaron el desierto en el coche de San Fernando
-ya se sabe, un ratito a pie, otro ratito andando-, sino a lomos de dromedarios.
Lo que no significa que estemos obligados a ir por ahí dando la nota. En este
punto es de estricta aplicación aquello de Juan Domingo Perón de que de todo se
vuelve, salvo del ridículo. Se acepta caballo, si se quiere, como compañero de
viaje. Y que sepa quien así se decida a peregrinar que hay una fórmula medieval
para detener a los corceles desbocados: “Caspar te tenet, Balthasar te liget,
Melchior te ducat”. Y no es esto lo único.
Algunos
consejos prácticos
Durante
siglos fue costumbre peregrinar a Colonia bien pertrechados de unas tiras de
papel o pergamino con los nombres de los Magos y breves oraciones contra los
peligros del viaje, las fiebres o los encantamientos. En la biblioteca Saint
Genevieve de París, por ejemplo, se conserva un manuscrito del siglo XIII con
una jaculatoria supuestamente eficaz para curar la epilepsia; al parecer,
bastaba con susurrar al oído del enfermo los nombres de Melchor, Gaspar y
Baltasar y los regalos de los que cada uno era portador: oro, incienso y mirra.
Pero nos habíamos quedado en lo del itinerario y el medio de locomoción.
…
y de los grandes expresos europeos
Que
el tren es el mejor amigo del hombre es algo que admite poca o ninguna
discusión. Es, además, el ejemplo más acabado de la inteligencia en movimiento
y, a efectos de una investigación como esta, la prueba irrefutable de que
estuvimos allí. A quien ponga en duda que un día salimos de casa en busca de
los Reyes Magos, solo habremos de mostrar el traqueteo del tren impreso en
nuestro itinerarium o diario de peregrinación, en nuestro cuaderno de notas.
Por otro lado, nada nos hace tan sabios como ver pasar la vida a través de la
ventanilla de un tren. Y luego está la carga poética que los trenes llevan
consigo; ahí, por ejemplo, El tren expreso, el recitadísimo poema de don Ramón
de Campoamor y Campoosorio.
Además,
si se piensa con detenimiento, de haberse visto en la tesitura de cruzar
Europa, Melchor, Gaspar y Baltasar no hubieran dudado en viajar en tren, y en vagones
de primera, de acuerdo con su dignidad. Quedan, por tanto, bautizados a partir
de ya como Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente y de los Grandes Expresos
Europeos.
Santa
Pausa
A
veinte millas al norte de Milán, cerca del lago Como, casi en la frontera con
Suiza, rodeado de montañas, se encuentra el pueblecito de Grandate. Hay allí
una callecita que lleva por nombre San Pos; antes se llamó Santi Pause, y
antes, mucho antes, muchísimo antes, Sanctorum Pause, esto es, Santa Pausa.
Porque fue el lugar elegido por Reinaldo de Dassel y su comitiva para hacer su
primer alto en el camino a Colonia. Y, sin embargo, aparte del letrero de la
calle y la memoria de los más viejos del lugar nada conmemora el
acontecimiento; ni una placa, ni un monolito, nada. Desde luego, si en algún
momento los pueblos, incluso aquellos por los que no pasó el cortejo en 1164,
se disputaron el honor y la gloria de haber dado posada a las reliquias
peregrinas, hoy no queda nada de todo aquello. Pero no solo en San Pos de Grandate;
en el resto de las etapas tampoco.
Reclamo
turístico
La
frustración de no encontrar una sola señal oficial a lo largo de más de mil
kilómetros de viaje -al modo, qué sé yo, de la concha amarilla de la Ruta
Jacobea o del peregrino de la Vía Francígena- puede llevar a arremeter contra
las cámaras de comercio y las concejalías de cultura de los países por los que
pasamos: Italia, Suiza y Alemania. Desempolvar un camino fatigosamente
recorrido durante siglos y adornarlo con las comodidades del turismo hoy… ¡qué
oportunidad, amigos!
Nuestro
camino y nuestra canción
Y,
sin embargo, reducir la majestad de los Magos a la condición de souvenir puede
traer consigo peligros mayores; por ejemplo, la utilización de sus figuras con
propósitos políticos. Ejemplo de esto último, de manipulación, fue Federico I
Barbarroja y su empeño en el traslado de las reliquias de Milán a Colonia para
legitimar, de alguna manera, el Sacro Imperio Romano Germánico. Pero lo triste
es que nuestros gobernantes hoy no servirían ni como escabel para los pies del
emperador ni la Unión Europea es el Sacro Imperio. ¿No será mejor, por tanto,
seguir nuestro camino y cantar nuestra canción sin llamar a según qué puertas?
El
susurro de Tolkien
Sucedió
como lo cuento, por más que suene a mistificación embellecedora del relato, tan
del gusto de aquellos que confunden la fe con una gymkana. La cosa es que iba
yo en el tren -y perdón por introducir la primera persona del singular en la
narración- preguntándome por las razones del olvido de Melchor, Gaspar y
Baltasar, mientras leía distraído un libro de J.R.R Tolkien, cuando una frase
captó entera mi atención: “… el recuerdo de los viejos reyes ya se ha borrado
en la tierra”. No se trataba, no, de una respuesta, en todo caso de la
constatación de un hecho, con la invitación a asumirlo sin más y, sobre todo, a
estar atento lo que quedara de viaje, no fuese que en la siguiente estación se
subieran al vagón y entrasen en mi compartimento tres caballeros de aires
sabios y porte aristocrático, de esos que uno juraría conocer de siempre, desde
la niñez, pero sin saber decir exactamente de qué. Porque, hora es ya de que se
sepa, los Reyes Magos existen.
Estrellas
de hotel
No
solo existen, sino que el trayecto de Milán a Colonia lo sembraron de pistas, a
primera vista imperceptibles. Está, por ejemplo, ese hotelito asomado al lago
Como, el Tre Re, es decir, Tres Reyes. De hecho, y de alguna manera, todos los
hoteles del mundo hablan de nuestros protagonistas, al menos los de una
estrella (la estrella de Oriente) y los de tres (las coronas de Sus
Majestades).
20*C+M+B+16
Pero
es en Alemania, y según nos aproximamos a Colonia, donde su presencia sepultada
por los siglos va adquiriendo relieve, siquiera tímidamente. Así, el carbón con
el que los niños que no han sido buenos amanecen el 6 de enero viaja por
toneladas -o eso nos gusta imaginar- a bordo de esos cargueros planos que
surcan el Rin, y que contemplamos cómodamente desde la ventana de nuestro tren
o desde un crucero por el río. En la catedral de Bamberg, una de las etapas de
la peregrinación, puede visitarse la figura ecuestre de un misterioso
caballero, en el que la tradición ha querido ver a lo largo de los siglos a uno
de los tres Reyes Magos.
Y
luego están unas enigmáticas inscripciones con yeso a la entrada de los
edificios, 20*C+M+B+16, donde 20 hace referencia al siglo, * es la estrella de
Oriente, C Caspar, M Melchior, B Baltasar y 16 el año en curso; es la manera
con que los alemanes, y desde la Edad Media, dan la bienvenida al año nuevo y
ponen sus casas y comercios bajo la protección de los Magos.
Entre
las fuentes del Nilo y las ruinas de Persépolis
Sonará
exagerado, pero identificar pequeños detalles como estos y dotarlos de sentido
provocará en nosotros una sensación similar a la que debió de experimentar
Pedro Páez a comienzos del siglo XVII cuando descubrió las fuentes del Nilo o
nuestro también compatriota García de Silva y Figueroa cuando hizo lo propio
trescientos años antes con las ruinas de Persépolis. Porque a pesar de que el
trayecto entre Milán y Colonia es recorrido a diario por miles de personas -lo
mismo que cada una de las etapas que lo componen- podemos tener la certeza de
que seremos los primeros en siglos que lo completan con las figuras de los
Reyes Magos recortadas en el horizonte, y eso nos hará sentir como lo que
somos: únicos e irrepetibles.
El
turista un millón
Además,
durante los largos ratos en que no tengamos noticia de nuestros soberanos y
señores -esto es, lo más del tiempo- siempre podremos hacernos pasar por el
turista un millón y confundirnos con el paisaje y, sobre todo, el paisanaje que
hace fila en las catedrales y en los los museos, despistando así a los palizas
que no han de faltar y que de saber cuál es el verdadero propósito de nuestro
viaje no dudarían en pegársemos como lapas, los muy coñazo.
Una
lista de sitios
Así,
en Turín, haremos cola para visitar la Sábana Santa. El Monte San Gottardo, por
ejemplo, dependerá de nosotros atravesarlo por el túnel recién inaugurado -el
más largo del planeta- o bien por el sendero pegado a la ladera que corre
paralelo a las vías del tren y que une las estaciones de Göschenen y Eistfeld.
Lucerna es un buen sitio para abrir una cuenta en la Unión de Bancos Suizos,
dar cuerda a nuestro Swatch o comprar un Toblerone. En Remagen tomaremos el
puente -setenta años después de los animosos muchachos de la 9ª División del
Primer Ejército de los Estados Unidos- y por Maguncia pasa la ruta de los
castillos del Rin. Y así con el resto de etapas de la peregrinación, hasta
llegar por fin a nuestro destino: Colonia.
Algo
huele a podrido en Colonia
Que
conste que no es la plaza que separa la estación central de Colonia de la
catedral una suerte de Monte del Gozo, donde el peregrino vislumbra por vez
primera, con emoción apenas contenida, la meta largamente acariciada. Porque,
como en la Dinamarca del príncipe Hamlet, algo huele a podrido en Colonia, por
paradójico que suene. No olvidemos que esta plaza fue el escenario el pasado
fin de año de las agresiones sexuales sin cuento de refugiados a las chicas del
lugar. Que no fue cosa de una noche -por más que La Sexta se empeñe en lo
contrario- lo prueba la instalación de una comisaría portátil en el centro de
la plaza y que la policía patrulle de seis en seis los alrededores, algo, por
otro lado, cada vez más frecuente en la Europa de hoy.
Operación
rescate
Lo
cierto es que cuando uno presenta, rodilla en tierra, sus respetos a Melchor,
Gaspar y Baltasar, no puede evitar fantasear con una operación de rescate que
los saque de allí y los lleve bien lejos, a salvo de la racaille que acampa en
las gradas de la catedral y de los turistas que aguardan su turno a las
puertas.
Aunque
lo más probable es que Sus Majestades no estén ya para demasiados trotes, para
demasiadas fugas, achacosos por el peso de los siglos y de los regalos,
carentes de la rapidez de reflejos que demostraron cuando el ángel les advirtió
en sueños de las aviesas intenciones de Herodes y ellos regresaron a su país
por otro camino.
Alegato
contra la República
Claro
que quizás su sitio sea ese, Colonia. Y quién sabe si ante un asalto a la
catedral no ejercerían el mismo efecto disuasorio que cuando en el siglo VII
los persas redujeron Palestina hasta sus cimientos, salvo la iglesia de la
Natividad, que respetaron por verse reflejados en aquellas tres figuras
ataviadas como sus antepasados; los Reyes Magos son, en este sentido, los guardianes
de una civilización y, en un orden de cosas menor, la única razón que va
quedando para no declararse republicano. Bien haríamos, de cualquier manera, en
preguntarnos si no tienen una propuesta que hacernos hoy.
Retorno
a la inocencia
Porque
se equivoca quien piense que una civilización puede levantarse de sus cenizas
con los mismos instrumentos con que fue demolida. Europa -léase Occidente,
lease la Cristiandad- no volverá a ser ella misma enfrentando al nihilismo más
nihilismo. Por difícil que resulte de entender, la manera más efectiva y mejor
de cerrar el paso a las banderas negras de la devastación que acampan a las
puertas del continente -a las que hay que sumar una quinta columna ya en el
interior- es un retorno a la inocencia, como si para ello fuera necesario
subirse a un tren en marcha. Y no es la inocencia, ojo, sinónimo de buenismo,
más bien su antónimo. De lo que se trata es de regresar a los mundos que en el
pequeño reino afortunado de los cuartos de juegos nos prometían las ilustraciones
de los libros la mañana del 6 de enero, aquellas grandes epopeyas que durante
siglos hicieron soñar a los hombres pero también los relatos más menudos de
casas en el árbol, excursiones en bicicleta y cerveza de jengibre. Se trata de
no resignarse a languidecer frente al televisor o la pantalla del móvil, de
recuperar la alegría perdida de vivir, de volver a creer, de que todas las
noches, en fin, sean noches de Reyes.
Gonzalo Altozano /
Fuente: ReL