Aquí la
tienes
A veces busco señales
evidentes que me den tranquilidad. Busco profetas que me hablen del futuro. Busco
señales que me indiquen cuándo va a llegar el final. Busco certezas que me
digan dónde está Dios, de qué forma se manifiesta, en qué momento va a
aparecer. Busco lo extraordinario, lo nuevo. Busco experiencias que me muestren
cómo tengo que comportarme.
Debo reconocer que me afectan
el odio y la muerte, las guerras y las injusticias. Y me duele este mundo enfermo que no tiene
un rumbo claro. Veo el mal por tantas partes… La ira y la
destrucción. Me cuesta no poder calmar la sed de tantos. No logro traer la paz
que necesitan. Me da pena poder hacer tan poco por los hombres.
No me gustan las
persecuciones, ni el odio, ni el rechazo. No me gusta la muerte ni tener que
defenderme. Me turba el mal, la guerra, el odio. Sé que Dios está detrás de
todo, sosteniendo mi cruz. Sé
que no me manda males para educar mi corazón. Lo sé. Como me decía una persona:
“Esto
no es el cole”.
No quiere educar mi corazón
frágil a fuerza de golpes. No quiere hacerme madurar en medio de una lluvia de
males que me envía con mirada dura de educador. No lo veo así. No me observa para cambiarme. Me
contempla conmovido, enamorado.
Es cierto que veo el mal a mi
alrededor. Pero sé que en la
persecución Él estará conmigo. Eso me sostiene siempre. No quiere mi mal. No desea mi muerte.
Quiere que viva, que tenga luz. Quiere que siembre luz con mi vida en medio de
la noche.
No está tan próximo el final
como para que yo lo pueda ver. Eso lo creo. No me preocupa. Pero sí quiero
traer paz y dar luz. Y hacer
comprender al hombre que en su dolor Él está presente y consuela.
Leía el otro día: “Estar
delante de la cruz es sin duda difícil. Pero sufres mucho más si no la quieres
y al final te verás obligado a llevarla a la fuerza”. Quiero mirar mi vida con su
cruz y besarla. Aceptar
mi dolor.
No quiero buscar señales
extraordinarias que me den paz. En mi cruz, en mi dolor, está Jesús. Beso mi
cruz al besar a Jesús. Beso su cruz y comprendo que Él me sostendrá siempre.
Dejo de buscar entonces señales especiales. La
única señal de Jesús es su muerte y resurrección. Eso me basta. No necesito nada más para seguir
caminando.
Me gustaría vivir lo que
decía el padre José Kentenich: “Mi preocupación más grande debe ser vivir
infinitamente despreocupado cada segundo y momento de mi vida. Hago lo que está
en mis manos hacer”. En
medio de la cruz y el dolor confiar como los niños.
No quiero señales especiales
de su amor. Quiero sólo besar esa cruz. Besarlo a Él en mi cruz. Y vivir
despreocupado. Me parece imposible porque me preocupo siempre por adelantado.
Previvo lo que viene y tiemblo. Quiero
un corazón nuevo que me permita confiar.
CARLOS PADILLA ESTEBAN
Fuente: Aleteia