Eucaristía y sacerdote
El cura de Ars es ejemplo de amor a la Eucaristía. Se
llamaba Juan María Vianney, nacido en Francia en 1786. Le tocó vivir toda la
borrasca revolucionaria francesa y la epopeya de Napoleón. Entró al seminario y
le costaron mucho sus estudios, pero la gracia de Dios hizo el resto. A los 29
años fue ordenado sacerdote.
Lo destinaron a Ars, un pueblito de 230 habitantes,
pobres y decaídos, pues llevaban muchos años sin sacerdote, y unos salones de
baile hacían sus estragos.
Llegó confiado en Dios y comenzó a rezar, a celebrar
la santa Misa, a pasarse largos ratos ante el Sagrario. Después de diez años,
Ars estaba completamente transformada.
Pobre, sufrido, asceta, piadoso, mortificado y probado
por la furia de Satanás, al ver que su confesonario era un imán para muchos
pecadores que venían de varias partes de Europa. Se pasaba quince horas diarias
confesando.
Murió a los 63 años de edad, agotado por su intenso
trabajo pastoral. Fue canonizado 76 años después de su muerte por Pío XI.
Se pueden destacar varias virtudes del Cura de Ars,
que el beato Juan XXIII en 1959 recoge en una maravillosa encíclica llamada “Sacerdotii
nostri primordia”, al festejar el centenario del Cura de Ars. El Papa
presenta al cura de Ars como modelo de ascesis, oración y celo pastoral. Quiero
detenerme aquí sólo en su oración eucarística.
Sus últimos treinta años de vida los pasó en la
Iglesia, junto al Sagrario. Su devoción a Cristo Eucaristía era realmente
extraordinaria. Decía él: “Está allí aquél que nos ama tanto, ¿por qué no le
hemos de amar nosotros igual?”.
El Cura de Ars amaba tanto a Cristo Eucaristía y se
sentía irresistiblemente atraído hacia el tabernáculo. “No es necesario
hablar mucho, se sabe que el buen Dios está ahí en el Sagrario, se le abre el
corazón, nos alegramos de su presencia. Y esta es la mejor oración”.
No había ocasión en que no inculcase a los fieles el
respeto y el amor a la divina presencia eucarística, invitándolos a aproximarse
con frecuencia a la Comunión, y él mismo daba ejemplo de esta profunda piedad. “Para
convencerse de ello - refieren los testigos – bastaba verle celebrar la
Santa Misa o hacer la genuflexión cuando pasaba ante el Sagrario”.
El ejemplo admirable del Cura de Ars conserva hoy todo
su valor. Nada puede sustituir en la vida de un sacerdote, la oración
silenciosa y prolongada ante el Sagrario.
En el Sagrario el sacerdote encuentra la luz para sus
sermones y homilías. En el Sagrario el sacerdote encuentra la compañía que
necesita para su corazón. ¿A dónde irá a consolar su corazón el sacerdote, si
no es en el Sagrario? Cuando tiene que tomar alguna decisión importante, o
afrontar algún problema, nada mejor que el Sagrario. Ahí lleva sus alegrías,
sus penas, su familia, sus almas.
El Sagrario es para el sacerdote su lugar de descanso.
Vive del Sagrario, de ahí saca la fuerza, el coraje, la decisión, la
perseverancia en su vocación. El Sagrario es su punto de referencia para todo. “Él
me mira y yo le miro”, como decía ese viejecito en Ars cuando se le
preguntó que hacía tanto tiempo frente al Sagrario.
El Sagrario es escuela para el sacerdote. Ahí aprende
de Jesús a inmolarse en silencio, a esconderse, a ser humilde.
Por: P. Antonio Rivero LC