Alberto Gil: “Si uno
sabe ver con el alma, la Belleza se hace visible”
De niño quería ser arqueólogo. Parecía
que nada impediría recorrer miles y miles de kilómetros buscando vestigios de
la Historia y descubrirlos con sus propios ojos. Fue creciendo y la luz empezó
a tornarse en oscuridad, cada día sus ojos veían algo menos.
Con los años, la ceguera truncó que
Alberto Gil fuera un gran arqueólogo. Sin embargo, no pudo con su ímpetu
viajero, ni con su pasión por la lectura y tampoco con ese talento suyo para
escribir que ha hecho que publique su tercer libro. En el antes y en el ahora
algo perdura: su unión al Señor.
Al pensar en la fe de una persona que es
ciega, uno se pregunta si es más fácil para ellos ver a Dios. “Creo
que los ojos físicos muchas veces nos distraen de ver lo verdaderamente
importante y hermoso, como Dios. No ver supone que uno ve de otra manera, con
el alma, si eres una persona sensible; con los ojos de la fe, si eres creyente.
Por tanto, las personas ciegas que somos creyentes, tenemos más fácil ver la
esencia de Dios porque aprendemos a ver lo esencial, viendo con esos ojos de la
fe y el alma”, afirma Alberto Gil.
Tiene claro que ser creyente le ayudó y
lo sigue haciendo de manera determinante: “Saber que había un Dios que anunciaba que
Él era la Luz del mundo en un momento en que yo estaba perdiendo la luz fue muy
importante“.
“Desde niño, mi familia me transmitió la
fe en Jesús, ir a misa y sentirme bien, saber que Jesús está a nuestro lado
cuando caminamos y nos ayuda a no tropezar. Toda esta certeza hizo que
sobrellevara con menos tristeza mi realidad de ciego, que dejara de lado la
marginación y exclusión a la que muchos me sometían, a la incomprensión de
quienes me criticaban por querer refugiarme en la lectura, a la tristeza de
quienes, queriéndome bien, se planteaban lo que sería de mí el día de mañana”.
“Mi
fe y mi empeño por demostrarles en el futuro que ni era un problema, si no tal
vez una solución y que no merecía ni ese rechazo ni esa exclusión, se asentaron
en los cimientos de esa fe en el Jesús amigo que se entrega por los demás.
Soñaba en que yo seguiría su estela de testimonio y misericordia, soñaba en que
ese Albertito menospreciado, iluminado por la luz de Jesús y sus enseñanzas,
aplicaría el Amor de Dios en pequeñas acciones para que nadie sintiera lo que
yo sentía. Y cada vez que ese sueño se hacía y se hace realidad la luz de Jesús
brilla en mi corazón. Cada noche, al final del día, doy gracias a Dios por cada
vez que me ayuda a ser testigo de su fe y su misericordia, al conseguir que
alguien que esté triste, se alegre algo gracias a mí y a mi esfuerzo”.
Cuando uno escucha a Alberto,
inevitablemente piensa “Dichosos los que creen sin ver”. “Sí, somos dichosos
por creer, veamos o no. Claro que el no ver muchas veces conlleva
creer. Pero no
creer de una manera ciega o irracional, sino de una manera consciente e
iluminadora”.
“En mi día a día, cualquier actividad
cotidiana tiene una componente de creencia, y espera: salgo a la calle con mi
bastón blanco de ciego y espero que no me hayan puesto ninguna barrera nueva
con la que tropezar y hacerme daño, me encuentro con personas que se cruzan en
mi caminar y creo que, tal vez, gracias a mi actitud y sonrisa, tengan un
motivo para sonreír ese día”.
“Dichosos los que creemos, sí, los que
creemos en ese Dios hecho hombre que nos acompaña e ilumina, que es Verdad y
Vida. Dichosos quienes aun siendo ciegos sabemos ver con los ojos de la fe
hecha de pasión por la Vida, amor al otro, arrepentimiento y deseos de perdón
ante los errores y fallos que uno comete, empatía para pensar en el prójimo,
empeño por ayudar cada día a que las cosas sean mejor”, añade.
Podemos pensar que una persona ciega
tiene barreras en su vida laboral y tiempo libre. Alberto rompe con esos
estereotipos: es bibliotecario, muy activo en redes sociales (@cotainas),
bloguero (http://tiflohomero.blogspot.com.es)
y un gran viajero.
“Puede que esta pasión se deba a la
componente viajera que tiene la fe en Jesús. Recuerdo que, ya de niño, soñaba
con ser misionero para llevar su mensaje a esa África de aventura y exotismo.
El viaje aparece en los Evangelios. Jesús camina, los apóstoles peregrinan. Me
vienen a la memoria, cómo no, episodios como el de la samaritana o el de los
testigos de Emaús. Viajes, caminos, lugares”.
“Mucho se ha escrito acerca del auténtico
significado de viajar, más allá de estar en lugares. Para mí, viajar es
aprender, enriquecerme para ser más tolerante, ser más abierto, dejar el yo
para abrazar el nosotros. Salir al encuentro y dejar parte de lo que uno es. ¿Y
no es acaso eso mismo algo de lo que hacía Jesús? Jesús nos dijo que saliéramos
al encuentro del otro y predicáramos la Esperanza y el Amor, con el ejemplo,
naturalmente”, explica.
Pero Alberto no percibe a través de la
vista, así que ¿cómo contempla la Belleza? “Viajar es mucho más que ver, viajar
es sentir y aprehender. Es verdad que la belleza tiene una componente visual
importante, pero también tiene otras facetas tan importantes o más que la
visual: oler una flor o el perfume evocador que alguien se puso para agradar;
escuchar sonidos tan fantásticos como el trinar de los pájaros en el campo o el
rumor de una cascada o la música del gregoriano en alabanza al Señor; paladear
el manjar que se prepara para agasajar al invitado o ese brindis portador de
los mejores augurios hecho de vino bueno; tocar una textura suave, acariciar
las manos del otro. Sentir en plenitud, no dejarse distraer por lo externo, si
no aprender a distinguir la auténtica Belleza”, responde.
Su mensaje vital es muy claro: “Creer es
crecer, sonreír es iluminar al mundo. Podemos lograr muchas más cosas de las
que nos imaginamos, si soñamos con que lo haremos, si nos empeñamos en hacer de
los sueños metas alcanzables y si no dejamos de marchar siempre hacia adelante,
con la mirada al Cielo y los pies en la tierra, sin rendirnos nunca y con la
certeza plena de que Dios nos acompaña siempre”.
Fuente:
Zenit
