Agradeció a las personas de la tercera edad por el ejemplo de amor, de
entrega y de sabiduría
El papa Francisco recibió este sábado en
el Vaticano en el marco de la Fiesta de los Abuelos, a más de siete mil
representantes de la tercera edad, a los miembros de la Asociación Nacional de
Trabajadores Ancianos y la Federación Senior Italia Feder Anziani.
Una jornada de oración y reflexión para
las personas mayores de edad que tuvo su punto culminante en la audiencia en la
Sala Nervi.
“La Iglesia mira a las personas mayores
con afecto, gratitud y gran estima”, les dijo, porque “son parte esencial de la
comunidad cristiana y de la sociedad y, en particular, representan las raíces y
la memoria de un pueblo”.
“En un mundo como éste, donde a menudo
-indicó el Santo Padre- se hace un mito de la fuerza y la apariencia les
corresponde la misión de dar testimonio de los valores que realmente importan,
y que permanecen para siempre, ya que están grabados en el corazón de cada ser
humano y garantizados por la Palabra de Dios”.
“Precisamente como personas de la llamada
tercera edad, ustedes o mejor dicho nosotros, porque yo también formo parte,
estamos llamados a trabajar por el desarrollo de la cultura de la vida, dando
testimonio de que cada etapa de la vida es un regalo de Dios y tiene su propia
belleza y su importancia, aunque esté marcada por la fragilidad” añadió
Francisco.
Les dijo que ellos son “una presencia
importante, un tesoro precisos, indispensable para mirar hacia el futuro con
esperanza y responsabilidad”. Además la “madurez y sabiduría acumuladas a lo
largo de los años, pueden ayudar a los más jóvenes sosteniéndoles en el camino
del crecimiento y de la apertura al porvenir en busca de su camino”. Esto
porque “efectivamente los ancianos demuestran que, incluso en las pruebas más
difíciles, nunca hay que perder la confianza en Dios y en un futuro mejor: son
como los árboles que siguen dando frutos incluso bajo el peso de los años”.
Los abuelos disponen también de “su
tiempo y talentos al servicio de los demás. Por ejemplo en las parroquias,
dedicándose al arreglo de las iglesias, a la catequesis, a la animación de la
liturgia”.
Pero no solo en nuestras naciones, dijo
el Santo Padre, ya que “en los países sometidos a persecuciones religiosas
habían sido los abuelos los que habían transmitido la fe a las nuevas
generaciones, llevando incluso a los niños a recibir el bautismo en
clandestinidad”.
No olvidó a las personas mayores que
siguen ayudando a los demás, a los enfermos que necesitan asistencia y dio
gracias a Dios por esas personas y estructuras que se dedican a un servicio
diario a las personas mayores, “para promover contextos humanos adecuados, en
el que todos puedan vivir con dignidad esta importante etapa de sus vidas”.
Señaló así que las instituciones que
albergan a los ancianos están llamadas a ser lugares de humanidad y atención
amorosa donde los más débiles no son ni olvidados ni descuidados, sino
visitados, recordados y defendidos como hermanos y hermanas.
También subrayó que tanto las
instituciones como otro tipo de realidades sociales pueden hacer mucho para
contribuir a que las personas mayores expresen sus capacidades al máximo,
participen activamente en la sociedad y para que su dignidad sea siempre
respetada. Pero para ello es necesario “contrarrestar la cultura nociva del
descarte que margina a los ancianos considerándolos improductivos. Los responsables
públicos, las realidades culturales, educativas y religiosas, así como todas
las personas de buena voluntad, están llamados a comprometerse en la
construcción de una sociedad cada vez más acogedora e inclusiva”.
El Papa insistió en la oposición a la
cultura del descarte ¡Esto del descarte es muy feo!”, dijo. Y narró a los
presentes un episodio que le contaba su abuela sobre una familia en la que
cuando el abuelo empezó a tener problemas para comer y se le caían los
alimentos, el padre le hizo una mesa para que comiera solo en la cocina. Pocos
días después al volver a casa encontró a uno de sus hijos jugando con trozos de
madera. Cuando le preguntó que hacía, el niño le contestó que era una mesita
para que cuando el (el padre) fuera también viejo pudiera comer solo en la
cocina”.
“¡No hay que dejar que esta cultura del
descarte se imponga! Porque es necesaria una cultura siempre inclusiva”.
El Santo Padre abordó también el tema de
la unión entre generaciones porque, el futuro de un pueblo requiere el encuentro
entre jóvenes y mayores. Y mientras los jóvenes son la vitalidad de un pueblo
en el camino, los ancianos refuerzan esta vitalidad con la memoria y la
sabiduría.
El Pontífice además le hizo una
invitación a los presentes: “Hablen con los nietos, dejen que les hagan
preguntas…” también “para trasmitirles vuestra sabiduría”.
Francisco les confió a los presentes que
le hace bien leer cuando María y José llevaron al Niño Jesús, que tenía 40
días, al Templo y allí encontraron a los abuelos Simeón y Ana.
“Queridos abuelos y queridas abuelas
–concluyó el Santo Padre– gracias por vuestro ejemplo de amor, de entrega y de
sabiduría”. Y les invitó a seguir “dando testimonio de estos valores con
valentía. Que no falten en la sociedad ni vuestra sonrisa ni la hermosa
luminosidad de vuestros ojos. ¡Que la sociedad los vea! Yo les acompaño con mi
oración y ustedes no se olviden de rezar por mí”.
Antes de bendecirles les pidió que recen
con él a Santa Ana, la abuela de Jesús, en silencio, “para que nos enseñe a ser
abuelos buenos y sabios”.
Fuente:
Zenit